Por eso… ¡el día del padre!
A veces no valoramos suficientemente el hecho de que José fue “el padre de Jesús”. En cambio la madre de Jesús, María, no tuvo el menor reparo en decirle a su Hijo Jesús, tras perderse en el templo: “tu Padre y yo te buscábamos” (Lc 2,48).
“José” en hebreo significa “el que se multiplicará”, “hará crecer”. El término se refiere a la fecundidad y a la autoridad paterna. Hay relatos bíblicos que prometen la paternidad -por intervención divina- después de la esterilidad de las esposas: Sara, estéril, le concibió y dio a luz un hijo, a Abraham (Gn 21:1-2).
Padre porque “adopta” al hijo nacido de María
A veces reducimos la paternidad de José a un simple reconocimiento en el registro civil, a una mera paternidad legal.
No debemos minusvalorar la función que tenía la adopción en tiempos de José y de María. Adoptar un hijo era para los romanos la expresión del poder de un hombre libre para ejercer su voluntad hasta este punto de adoptar a alguien como “hijo”. Y de hecho así sucedía: era normal que un ciudadano romano adoptara a un adulto como hijo; en cambio, no lo era tanto adoptar a un niño: ¿quién podría adivinar lo que sería con el paso del tiempo? Sería sumamente arriesgada una adopción de la cual no se podía conocer previamente el resultado.
José no fue padre adoptivo según las costumbres romanas: se arriesgó al “misterio”. María tampoco fue una “madre de alquiler”, según las costumbres de hoy. Si José adoptó a Jesús como “hijo”, no fue por decisión de los tribunales humanos. Lo adoptó por “revelación”, porque era “voluntad divina”.
“El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu mujer. Porque por obra del Espíritu Santo ha sido concebido en ella este niño. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” .
Mt 1, 20-21
Partícipe de un “nuevo génesis”
Inicia su relato el evangelista Mateo con estas palabras: “Éste fue el génesis de Jesús Cristo” (Mt 1, 18). El Cristo-Mesías procede enteramente del Espíritu Santo y nace de la virgen María. Sí, nace de la Virgen María.
Para ser acogido en la humanidad, en la sociedad, se esperaba que el recién nacido fuera reconocido como “hijo” por un padre y una madre…
El evangelista no reduce el acontecimiento a una simple cuestión de genética. Nos dice que Jesús toma de María la carne, y de José el nombre y la genealogía de pertenencia. En el mundo bíblico, el nombre era fundamental, para ser inscrito en una genealogía. A la encarnación del Hijo de Dios no solo pertenece ser concebido en un seno materno, sino también tener un nombre que se inscriba en una genealogía. El nuevo Testamento se abre con la Genealogía, y ésta es la de José, el descendiente de David, de Judá, de Abraham.
Encarnación e imposición del nombre explican el “génesis de Jesús”, término (génesis) que aparece al inicio de la genealogía (Mt 1,1) y en el engendramiento por obra del Espíritu Santo (Mt .18).
José no fue padre por la fuerza de la naturaleza, sino gracias al Creador de la fuerza de la naturaleza, de “quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3, 14-15). La paternidad de José es “virginal”: él le da a Jesús nombre y genealogía. La paternidad de José es la más pura y radical.
José fue una de esos “hombres casados, padre de familia, uno de esos grandes aventureros” (Charles Péguy), que se aventuró a acoger al pequeño hijo de María, acogerla a ella con quien ya estaba prometido, y a aventurarse como un soñador a una aventura más allá de toda razón humana.
Rey “desposeído y destronado”
El evangelio nos ofrece la genealogía de José, no la de María. Y José introduce a Jesús en la genealogía: La madre lo concibe en la carne y lo lleva en su seno. El padre lo introduce en la sucesión de las generaciones, y lo reconoce como padre auténtico en el registro civil.
Con todo, la genealogía en que José introduce a Jesús es humana, demasiado humana. Entre los antecesores de José y de Jesús están: David -presentado como adúltero y asesino (Mt 1,6)-; Salomón -quien aunque le pidió a Dios un corazón sabio en su juventud (1 Rey 3,9), en su vejez volvió su corazón a otros dioses (1 Rey 11,4)-; otros dos monarcas de la dinastía de David se distinguieron por sus atrocidades: Ajab que inmoló a su hijo en el fuego para dar culto al rey de Siria (2 Rey 16,3-7) y Manasés que inmoló a su hijo primogénito al ídolo Aserah (2 Rey 21,5-16).
José era descendiente de David, un auténtico “davídida”. Su hijo Jesús sería aclamado como “hijo de David”… pero su suerte estaba echada, ya desde el principio. Ambos eran el “rey desposeído y destronado”.
José era hijo de David, descendiente de los reyes de Judá y por lo tanto posible candidato al “trono de David” como auténtico “davídida”. Heredero sí, pero pobre y humilde artesano, que tenía que ganarse la vida… El ilegítimo rey Herodes, vió en el davídida y su hijo la mayor amenaza a su reinado, y obligó a José a exiliarse lejos de su patria, a la anti-Tierra que era Egipto: José y su hijo se convirtieron en el “rey desposeído” y “desterrado”. Pascal nos definió también así, a causa del pecado original: “reyes desposeídos”, destronados, como el linaje de José.
Jesús no valoró, ni la corona, ni el manto real de Salomón, ni la monarquía, cuando dijo: “Mirad los lirios del campo, cómo crecen…. Ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos (Mt 6,28-29)”.
Esposa-Esposo, Ángeles y sueños o apariciones
Entre la anunciación hecha a María y el sueño de José, hay una neta diferencia. A María se le concede como signo el embarazo milagroso de su anciana pariente Isabel. A José se le explica el acontecimiento de su esposa con una cita impresionante del profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt 1,23). Y José debería “imponerle el nombre”.
Un obispo alemán dijo en su homilía el día de san José lo siguiente: “María se enamoró de José” Y se preguntaba: ¿quién era ese hombre del que María se enamoró?”.
La que recibió el anuncio del ángel Gabriel era “una virgen desposada”, no una soltera. Dios deseaba que una mujer prometida a un hombre se convirtiera en la Madre de su Hijo. A este respecto, los Evangelios retoman todos los ingredientes de los grandes relatos bíblicos de amor donde aparecen ángeles: cuando se le aparece un ángel a un hombre, éste encuentra a una mujer y su unión es fecunda. Esto les ocurre a María y José: José en sueños y María en la Anunciación. Las mujeres del Antiguo Testamento son estériles. La del nuevo Testamento es virgen. ¡Así se mostraría que el Niño concebido sería un don de Dios (del Espíritu Santo) y no el resultado de la mera biología! ¡Dios mismo se convertirá en un niño!
José -en sus sueños de desconcierto- anticipa la tribulación de Jesús en Getsemaní (Lc 22,43). Pero a él, anticipadamente a Jesús se le presenta un ángel que lo consuela.
Como padre, José ¿no habría querido estar junto a su Hijo Jesús, cuando fue condenado a muerte y murió en cruz y además con el título de “rey de los judíos”? Su deseo habría sido no abandonar nunca ni a María, ni a Jesús, porque José “era justo” y valiente.
Pero ¿no es providencial que aquel deseo se cumpliera en otro personaje que también se llamaba José? José de Arimatea pidió permiso a Pilato para bajar a Jesús de la cruz (Jn 19,38; Mc 15,46)… y José tomó el cuerpo, lo envolvió en un sudario y lo depositó en un sepulcro nuevo, que él mismo había excavado en la roca. Luego hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se marchó” (Mt 27,59-60). El rico José de Arimatea fue aquí como el misterioso representante del pobre José de Nazaret. Es como si Dios Padre le hubiera dicho a José de Nazaret, no te preocupes, otro José se ocupará de tu hijo y de la madre
(Inspirado en el libro de Fabrice Hadjadj, To be a Father with Saint Joseph. A little Guide for an Adventurer in postmodern times, Magnificat, Paris – New York -Oxford – Madrid, 2021)
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