Introducción
Dividiré esta reflexión en tres partes:
- Las actuales generaciones en la vida consagrada
- ¿Qué hacer con la propia vida cuando se dispone de más tiempo?
- Crear comunidades de encuentro y convivencia intergeneracional
I. Las actuales generaciones en la vida consagrada
Apuntemos, en primer lugar, a las características actuales de las diversas generaciones en la vida consagrada: la generación joven, la generación intermedia, la generación de la tercera y cuarta edad y la longevidad requiere un nuevo diseño social.
1. La generación joven
La vida consagrada necesita hoy una generación joven porque así resurgirá con un nuevo empuje y creatividad. No será el número lo que nos salve. Necesitamos personas jóvenes de espiritualidad contagiosa, preparadas para la evangelización de nuestra sociedad, marcadas por nuestros carismas colectivos. Si hoy existe una juventud sorprendente en el ámbito deportivo, artístico como científico, ¿por qué no en la vida consagrada?
De seguro que el Espíritu Santo nos concede los regalos de una nueva juventud. Pero, como Jesús, necesitamos ir a buscarla, y no esperar sólo a que venga.
El ideal educativo y formativo para esta generación joven lo encontramos en los cuatro Evangelios: así formaba Jesús a sus discípulos, exigiéndoles el máximo de visión y de conversión. Si hoy los mejores deportistas se someten a serios entrenamientos, a curas de humildad, sacrificios, docilidad a sus entrenadores, disponibilidad, ¿por qué no pedir lo mismo a nuestros jóvenes en formación? Si hoy los jóvenes investigadores, los apasionados por la ciencia, o los jóvenes artistas, apasionados por la belleza se someten a una ascética rigurosa, que les exige renuncias y concentrarse en lo -para ellos- “único necesario”, ¿por qué no esperar lo mismo de nuestros jóvenes religiosos?
2. La generación intermedia
La generación intermedia en la vida consagrada es generosa, y probablemente se siente abrumada por el peso institucional y comunitario con el que ha de cargar. Es la generación de “los cargos” y “las cargas”.
A esta generación le está correspondiendo gestionar la escasez, el cambio y promover la re-animación que el cambio de época y paradigmas requiere; ella debe asumir las responsabilidades de gobierno, de misión, de formación, de economía…
Hay institutos que -llevados por la desconfianza- optan por mantener casi hasta el final a personas que ejercieron sus responsabilidades con prestigio, pero ahora apenas tienen capacidad para afrontar un futuro para ellas inédito.
Es una generación que ha superado la impresionante crisis religiosa y eclesial de estos últimos tiempos, aunque también puede dejar su rastro en ella la acedia y un cierto “ateísmo interior”, favorecido por tanta actividad que parece inevitable, o la idolatría de la acción, del éxito.
Necesitamos una generación confesante, profundamente creyente, orante. No basta con preparar celebraciones bellas, carteles, danzas, imágenes del mundo y del planeta… Porque se puede estar alimentando con ello el “ateísmo interior”, la “idolatría del poder, o del tener o del sexo”. Se necesita la otra conexión: con el Abbá, con Jesús contemporáneo, con la Santa Ruah. ¡Desde ahí sí es posible y necesaria la conexión con las demás realidades!
3. La generación de la tercera y cuarta edad
La tercera y cuarta edad en la vida consagrada se sienten frecuentemente perdidas ante la sociedad política, laica, secularizada, progresista. Surgen nuevas visiones del mundo, se impone una “nueva conciencia”, paradigmas alternativos, nuevas tecnologías… A esta generación le resulta difícil ubicarse en este nuevo contexto.
El ser humano es un mamífero longevo. Y esa longevidad reviste peculiares características en nuestro tiempo. Mientras que a principio del siglo XX se entraba en la ancianidad a los 50 años, hoy se entra a los 80. En nuestro tiempo hay menos nacimientos y la vida se prolonga más.
Cada generación vive entre 6 y 9 años más que la anterior. Los niños nacidos hoy en los países desarrollados tendrán más del 50% de posibilidades de llegar a centenarios. Nos dicen algunas estadísticas que hay más individuos de 65 años que menores de 5 años y que el número de mayores de 80 años seguirá en aumento: la vida humana se prolonga.
Lo peor de la longevidad es que -según la normativa social vigente las personas a partir de los 65 o 70 años quedan excluidas del mundo del trabajo -o jubiladas-. El 2050 debería haber a escala global dos veces más de personas ancianas que de niños. Hace 15 años se publicó un libro en colaboración editado por François de Closets y Joël de Rosnay, titulado “Una vida extra: la longevidad: un privilegio individual, una bomba colectiva”[1].
Y se preguntaban: ¿cómo actuar ante la presencia en la sociedad de un creciente número de personas mayores con derecho a la ociosidad?
La longevidad ha permitido a muchos seres humanos vencer las dificultades, dar cumplimiento y perfección a sus sueños. Pero la longevidad modifica profundamente nuestras relaciones: hace cohabitar a diversas humanidades diacrónicas sobre la tierra, con referencias y memorias diferentes.
4. La longevidad requiere un nuevo diseño social
Hace apenas cinco años, en 2017, el primer ministro japonés creó el “Consejo para diseñar una sociedad para una vida centenaria”. Su intencionalidad era doble: 1) generar el diálogo entre los principales interesados en la cuestión de la vida centenaria: ministros, sindicatos, educadores; y 2) concienciar a los ciudadanos sobre cómo invertir en un futuro más largo, sobre todo, desde el punto de vista de la economía.
Objetivo de la longevidad no es únicamente la prolongación de la vida, sino -sobre todo- la calidad de vida. Los longevos que siguen sanos, trabajan y sonríen, conquistan el mundo. En torno a cada anciano hay no pocas ocasiones de trabajo y de ocupación, que el anciano debe pre-ver; debe estar abierto a lo nuevo. La previsión y la providencia están unidas. Estar abiertos a lo nuevo es rejuvenecer.
En este diseño social el trabajo es distribuido entre todos: a los jóvenes hasta los 40 años les corresponde la parte activa; a los maduros hasta los 75, la parte directiva; a los ancianos la enseñanza, el control, la vigilancia y la complementariedad. Su trabajo será breve en el horario y concentrado en la eficacia.
La longevidad es un tema que nos afecta a todos. Nos invita a reflexionar, por lo tanto, sobre todas las edades y cómo ellas mismas se ven afectadas por la longevidad. Las generaciones deben entrelazarse de modo interminable con lazos de amistad, interés, conversación.
Los longevos que siguen sanos, trabajan y sonríen, conquistan el mundo. En torno a cada anciano hay no pocas ocasiones de trabajo y de ocupación. Deben ser previsores. El longevo debe estar abierto a lo nuevo, que es después providencial. La previsión y la providencia están unidas. Estar abiertos a lo nuevo es rejuvenecer.
¿No necesitamos también nosotros un diseño para una vida consagrada centenaria?
II. ¿Qué hacer con la propia vida cuando se dispone de más tiempo?
1. La vida humana con diversos inicios.
En todas sus fases, la vida humana se nos presenta con la característica de la “maleabilidad”. O dicho en términos sencillos: maleable es aquello a lo cual se le puede dar otra forma sin romperlo. Aplicado este término a la vida humana, significa que puede recibir diversas formas a lo largo de su existencia sin perder su identidad.
En la existencia de cada uno de nosotros hay varias vidas posibles. A los 50 años el ser humano se topa con una puerta giratoria que le da acceso a una “nueva vida”: sale por una puerta y entra por otra. Se muestra así que ninguna edad se reivindica como el hogar permanente. Los seres humanos podemos “vivir diversos tiempos”, disponer de varias vidas. Nuestra existencia no es sin más una flecha que se lanza en el nacimiento y acaba en la muerte, sino una “duración melódica” (Bergson) con variaciones y modalidades. Por eso, llega el momento de los “otros inicios”. Vivir no es quedarse en el mismo sitio. Nuestro centro de gravedad está fuera de nosotros.
A los 50 años uno piensa si seguir siendo el que es, o re-inventarse. Ese es “el primer día del resto de su vida”. Después de los 50, ya la vida tiene ya prisa (es la “vita brevis”) y ofrece la oportunidad de ser gozada de verdad y no sometida a más desgastes. Éste es el momento de los divorcios, de los nuevos casamientos, del abandono de la vida consagrada o ministerial y el inicio de otra forma de vida.
2. “Lo que he esperado, eso me ocurre”: la dinámica del deseo
Job decía “aquello que he temido me ocurre”, pero también pudo decir lo contrario: “lo que he esperado me ocurre”.
El ser humano es una creación de deseo y no una creación de necesidades (Gaston Bachelard)
Sólo hay una forma de retrasar el envejecimiento: permaneciendo en la dinámica del deseo. En la voluntad de aprender, en explorar caminos inexplorados todavía. El papa Francisco en su homilía de la Epifanía (6 enero 2022) se lamentaba de la crisis de la fe, que relacionaba con la desaparición del deseo e invitaba a entrar en la dinámica del deseo con este texto:
La crisis de la fe, en nuestra vida y en nuestras sociedades, también tiene relación con la desaparición del deseo de Dios. Tiene relación con la somnolencia del alma, con la costumbre de contentarnos con vivir al día, sin interrogarnos sobre lo que Dios quiere de nosotros. Nos hemos replegado demasiado en nuestros mapas de la tierra y nos hemos olvidado de levantar la mirada hacia el Cielo; estamos saciados de tantas cosas, pero carecemos de la nostalgia por lo que nos hace falta…. Porque la falta de deseo lleva a la tristeza y a la indiferencia. Comunidades tristes, sacerdotes tristes, obispos tristes.
El secreto de la vejez radica en cultivar todas las capacidades hasta bien avanzada la vida; en no abandonar ninguna curiosidad, en lanzarse a retos imposibles, en continuar hasta el último día amando, trabajando, viajando y permanecer abierto al mundo y a los demás. Debemos envejecer en paz, pero no resignados.
La tercera edad es, debe ser, la edad filosófica, la edad del espíritu por excelencia. Es la edad en que uno se plantea como el filósofo Kant: “¿Qué puedo esperar… saber… creer? La ancianidad es la última edad de la educación y no un aparcadero.
El sociólogo estadounidense David Riesman también señaló este fenómeno:
«Algunos individuos llevan en su interior las fuentes de su propia renovación; el envejecimiento aumenta su sabiduría sin privarlos de su espontaneidad o su capacidad de disfrutar de la vida [...]. Mientras sus cuerpos no se conviertan en enemigos activos, estos hombres son inmortales debido a su capacidad de renovarse a sí mismos».
III. Crear comunidades de encuentro y formación intergeneracional
1. Desde el pluralismo generacional hacia “la inter-generacionalidad”
La longevidad posibilita que se puedan encontrar en el mismo espacio diversas generaciones. Eso puede suceder en nuestras comunidades, aunque lo más frecuente sea que vivimos yuxtapuestos, sin encontrarnos de verdad
El lenguaje de la inter-generacionalidad no es solo un cambio lingüístico, sino un deseo de cambio en nuestra humanidad. Este cambio lingüístico se debe al reconocimiento de la necesidad de inclusión y la condena de la exclusión.
La inter-generacionalidad lucha contra la fragmentación existente entre unas generaciones y otras: la infancia, la juventud, la edad adulta, la generación anciana. La vida longeva puede hacer todavía más amplia la brecha que divide a las diversas generaciones.
Nuestras comunidades religiosas en Europa, en Estados Unidos, Canadá y cada vez más en los países suramericanos, cuentan con la presencia mayoritaria de la generación anciana; con otra generación no tan numerosa de edad media y generación joven que es minoritaria.
Para lograrlo necesitamos una teología, una antropología y una pastoral de la comunidad que sea auténticamente inter-generacional. Estamos en el momento de poder crear una auténtica “sinodalidad intergeneracional”.
2. Como la amenaza del “cambio climático”
Las comunidades de fe se están volviendo cada vez más mono-generacionales. Así la comunidad de fe se fragmenta cada vez más. Y, por ello perdemos la rica identidad que Dios nos ofrece a través de las comunidades de fe.
No está sucediendo algo parecido al “cambio climático”. ¿Estaremos llegando a un punto de no-retorno? Necesitamos una cumbre sobre este cambio climático que se está produciendo en la vida consagrada, cada vez más como un país de viejos, separados de una decreciente edad media y una escasa edad juvenil[2].
Este peculiar cambio climático necesita una cumbre de proporciones internacionales, para no llegar a un punto de no retorno. Nuestras comunidades religiosas necesitan que nos animemos y demos pasos valientes para “aprender y crecer juntos, rezar y jugar juntos, liderar y cambiar juntos”. Estamos en un momento crucial: o hacerlo o morir.
Todos estamos necesitados de educación para una inédita intergeneracionalidad, para la comunión en un mundo en el que las diferencias generacionales son cada vez mayores. Es necesario involucrar a todas las generaciones en nuevas formas de comunión. Y para que esto sea posible debemos explorar nuevas formas de ministerio intergeneracional, preparado para afrontar y resolver el desafío.
3. ¿“Franjas de edades” o “inter-generacionalidad?
En los últimos años se optó por resolver la cuestión recurriendo a las famosas reuniones formativas por “franjas de edades”. Pero esa iniciativa no resolvió el problema. Probablemente lo agravó, porque unas generaciones no llegaban a tener conocimiento de lo que en cada franja de edad se trataba.
Una consecuencia de ello fue que, a la hora de plantear días de espiritualidad, retiros o ejercicios espirituales, las generaciones se separaban y las repercusiones comunitarias eran cada vez más serias.
Franja de edades
Se pensaba cándidamente que salvando a cada generación se salvarían todos. Pero de hecho no ha sido así. La brecha intergeneracional va siendo cada vez mayor. Esto no obsta, para que las relaciones mutuas -de unas generaciones con otras- se mantengan en la línea de la cortesía y la educación, pero ¡nada más!
La inter-generacionalidad hace referencia, en cambio, a la relación y la cooperación entre diferentes generaciones, en el ámbito social, económico y cultural, religioso; es un concepto que busca superar diferencias y barreras generacionales, fomentando la colaboración, la justicia y el diálogo entre personas de diferentes edades y experiencias.
4. El “ministerio intergeneracional”
Para crear puentes intergeneracionales se hace necesario un ministerio intergeneracional que nos potencie a todos como testigos vibrantes del Reino de Dios y nos lleve a “aprender y crecer juntos”, a “orar y jugar juntos” y a “liderar y cambiar juntos”.
Un ministerio intergeneracional beneficiará a las congregaciones ya comprometidas con ese enfoque y ayudará a quien todavía no lo tienen. Necesitamos una pastoral de conjunto para todas las edades. Todos hemos de salir a la pista del baile intergeneracional y danzar conjuntamente: una pista única para todas las edades y aprender unos de otros.
El ministerio intergeneracional está todavía en su infancia como disciplina. Hemos de reunir ideas bíblicas, teológicas, teóricas y prácticas para que las consideremos y experimentemos. Estas ideas serán, sin duda, un importante catalizador para un mayor aprendizaje y desarrollo en el diálogo en torno a la intergeneracionalidad.
Necesitamos imaginación para convertirnos todos en cuerpo de Cristo, pero en crecimiento constante. El ministerio intergeneracional se diseña a partir de la interdependencia entre generaciones. Por ahí nos lleva ahora el movimiento transformador del Espíritu.
5. Intergeneracionalidad en la formación contínua
La formación contínua difumina la distinción entre alumnos y antiguos alumnos. Las instituciones educativas son muy segregadoras por edades. La mezcla de generaciones es muy positiva para todos. Por eso, es necesario crear un sistema educativo inclusivo. La oportunidad de aprender durante toda la vida debe estar al alcance de todos.
Crear un sistema educativo inclusivo e intergeneracional debe ser una de las prioridades de la vida consagrada.
Conclusión
La vida comunitaria intergeneracional puede ser hoy una alternativa al modelo familiar nuclear. La vida comunitaria intergeneracional nos habla más bien de la “familia extendida”, donde conviven diversas generaciones y se vitalizan mutuamente.
La comunidad de las personas consagradas emerge así como una “pequeña iglesia” (ecclesiola, la llamaba san Benito) de todas las edades. Había un principio sacramental en el medioevo que decía “tota aetas concelebrat” es decir, toda edad concelebra. La comunidad con características intergeneracionales emerge como una concelebración de las diversas edades. Quizá sea éste uno de los signos más elocuentes que la vida consagrada puede ofrecer en este tiempo.
Pero para llegar a este punto, necesitamos como Jesús, salir y convocar a aquellos jóvenes a quienes el Espíritu llama hoy a la vida consagrada. Basta hacerles respirar el aroma del Espíritu de Jesús, que les dice, ¡sígueme!
[1] François de Closets y Joël de Rosnay y otros, Una vida extra: la longevidad: un privilegio individual, una bomba colectiva, Editorial Anagrama, 2006.
[2] Cf. Cory Seibel, Engage All Generations: A Strategic Toolkit for Creating Intergenerational Faith Communities, ACU Press , 1 Junio 2021.
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Gracias,la lectura de este artículo me ayuda a reactivar la esperanza, ya que cada día mi vida es como un péndulo que va desde la vida hacia la muerte,desde la luz hacia la oscuridad ,desde la salud hacia el abismo insondable de la muerte y soy educadora y amo a los niños y quiero enseñar y transmitir la fé que sustenta la líquida versión de mí que quiere experimentar la solides del Reino , la fé que el amor fraterno es la salvación
Aspecto especial para tenerlo en cuenta-dentro de la Formacion Religiosa. Muchas gracias.