Un carnet de identidad certifica quiénes somos y a quien pertenecemos. La liturgia de este domingo nos habla de nuestra identidad de cristianos y católicos. Esta identidad se resume en dos palabras: bautizados y discípulos. Evoquemos esta maravilla en tres momentos:
- El bautismo… mucho más que un rito
- La larga trayectoria de nuestro discipulado
- Las enseñanzas del Maestro
El bautismo… mucho más que un rito
En la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los romanos, el apóstol compara el bautismo a una muerte. El bautismo se celebraba entonces “por inmersión”: y cuando uno se sumerge en el agua no puede respirar y si esa inmersión fuera permanente… uno moriría por ahogo. Ese primer momento del bautismo era símbolo de estar sepultados con Cristo y participar en su muerte y morir al pecado para siempre. El segundo momento consistía en emerger del agua, respirar de nuevo, experimentar una nueva vida, que consiste en vivir para Dios.
La mayoría de nosotros tal vez fuimos bautizados de niños. Aquel rito fue el mejor regalo que nuestros padres y la Iglesia nos pudieron conceder. Demos gracias por nuestro bautismo. Fue algo mucho más que un rito. Fue la garantía de que la muerte no tendría ya señorío sobre nosotros, pues vivimos para Dios.
La larga trayectoria de nuestro discipulado
Por el bautismo fuimos constituidos discípulos/as de Jesús.
Ya desde pequeños fuimos acogidos en la “Escuela del Señor”: recordemos nuestra participación en la catequesis de nuestra parroquia, las clases de religión en nuestras escuelas o colegios, la preparación para la primera comunión y después para la confirmación. Y ya, cuando éramos mayores, nuestra preparación para el matrimonio o nuestra participación en las Conferencias cuaresmales, en la Liturgia de la Palabra de cada Eucaristía…, o el discipulado para el ministerio ordenado o el sacerdocio…
En la Iglesia todos somos discípulos: desde niños hasta ancianos. Es la Escuela de los discípulos y discípulas de Jesús.
Las enseñanzas del Maestro
Hoy en el Evangelio Jesús nos recuerda alguna de sus enseñanzas más importantes que hemos de aprender y nunca olvidar:
- hay que amar: a los padres y los padres a sus hijos, pero ¡todavía mucho más a Jesús! ¡No anteponer nada a Cristo!, decía san Benito.
- Hay que cuidar la vida, pero quien pierda la vida por Jesús, nunca la perderá.
- Jesús se identifica tanto con su discípulo o discípula que quien nos haga un favor se lo está haciendo a Él, quien nos dé un vaso de agua, se lo está dando a él y no dejarán de recibir su recompensa.
- San Pablo se sintió tan identificado con el Maestro que decía: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí”.
- Por tanto, si somos bautizados y discípulos, Jesús está siempre con nosotros.
Conclusión
Hubo una mujer muy importante y rica en Sunem. Y lo reconoció como profeta y “hombre de Dios” con el beneplácito de su esposo, siempre que pasaba por la ciudad, lo acogía con extraordinaria hospitalidad. Aquella mujer que era estéril fue bendecida por acoger al profeta.
Estemos convencidos de que allí donde actuemos como bautizados y discípulos y seamos acogidos, Dios derramará su bendición sobre aquellas personas… porque nunca vamos solos, con nosotros está el Señor Jesús.
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