Preparación:
La “lectio divina” de este Jueves Santo nos introduce en el corazón mismo de Jesús. Preparemonos para una gran revelación, como si fuera la primera vez. Jesús siempre nos sorprende y más, cuando está a punto de desaparecer.
Lectura:
Era la víspera de la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre. Él siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, y así los amó hasta el fin. El diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la idea de traicionar a Jesús. Durante la cena, Jesús, sabiendo que había venido de Dios, que volvía a Dios y que el Padre le había dado toda autoridad, se levantó de la mesa, se quitó la ropa exterior y se puso una toalla a la cintura. Luego vertió agua en una palangana y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. Cuando iba a lavar los pies a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿vas tú a lavarme los pies?”. Jesús le contestó: “Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero más tarde lo entenderás”. Pedro dijo: “¡Jamás permitiré que me laves los pies!”. Respondió Jesús: ”Si no te los lavo no podrás ser de los míos”. Simón Pedro le dijo: “¡Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!”. Pero Jesús le respondió: “El que está recién bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Dijo: “No estáis limpios todos”, porque sabía quién le iba a traicionar”. Después de lavarles los pies, Jesús volvió a ponerse la ropa exterior, se sentó de nuevo a la mesa y les dijo: “¿Entendéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado un ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo os he hecho” (Jn 13,1-15)..
El cuarto evangelista nos muestra a un Jesús consciente de dos cosas:
- que le había llegado “la hora de dejar este mundo para ir a reunirse con el Padre”
- y que “Dios había puesto todo en sus manos y que venía de Dios, a Dios volvía”.
Con esa consciencia Jesús afronta dos situaciones:
- la despedida de sus discípulos, a quienes ama hasta el extremo,
- y la traición de Judas, en cuyo corazón había actuado el diablo.
Jesús se apresta a servir a sus discípulos lavándoles los pies uno a uno.
- No los humilla: les dice que están limpios y que sólo necesitan que se les laven los pies.
- Y les da ejemplo para que ese gesto y su significado no desaparezca nunca de su comunidad.
- Al mismo tiempo, Jesús declara que en el grupo hay uno que no está limpio y que necesitaría una purificación total: está en conexión con el diablo: es el traidor.
Meditación:
Este jueves santo no nos presenta a un Jesús abatido ante la cercanía de su fin. Todo lo contrario: es consciente de la hondura del acontecimiento. Se revela en su dignidad de Hijo del Abbá, deseoso de volver al Padre y de Misionero del Abbá que ha cumplido su misión y por eso le ha sido concedido todo el poder.
Pero también ha aprendido a amar a los suyos “hasta el extremo” y ese amor lo lleva a ejercer el servicio humilde; a ponerse a los pies de uno y otro y lavárselos.
Conectar el lavatorio de los pies con la entrega de los dones eucarísticos -cuerpo y sangre- es la clave para comprender que quien se va, quiere formar un solo cuerpo con quienes se quedan.
Hay con todo, una fuerza diabólica que quiere impedir esta comunión total. Jesús hoy nos enseña a conectar con los dos amores de la Alianza: a Dios y a los hermanos. Amar es servir, entregarse, y descubrir la propia identidad en Dios.
Oración:
Jesús, humilde Señor nuestro, es fantástico poder contemplarte en tu última Cena en la versión del cuarto evangelio: qué grandeza la tuya, qué consciencia y dignidad muestras; y al mismo tiempo, qué amoroso, qué servicial, qué extremado. Me imagino que llegas a mi para lavarme los pies con esa delicadeza tuya, para animarme a ser como tú, hijo y enviado. Gracias, muchísimas gracias, Jesús. Eres un maestro incomparable, mi único maestro.
Contemplación:
La Eucaristía no es un mandato que hay que cumplir, es el máximo regalo que un creyente puede recibir.
- En ella reconocemos al Jesús presente porque nos ama y el Espíritu del amor no le permite separarse de nosotros; y también al Jesús ausente, porque ha vuelto al Padre, porque se ha ido y ascendido.
- La eucaristía es el último acto de misión que ha quedado eternizado en la Iglesia y que ahora cada uno de nosotros, los comulgantes, incorporamos para continuar el servicio de Jesús.
- Quien tiene todo el poder lo comparte con nosotros. Por eso, podemos seguir su ejemplo. Se inicia aquí la “missio amoris” que es característica de la Iglesia.
- No solo se evangeliza con la palabra, también con el servicio humilde a través del cual amamos a nuestros hermanos y hermanas “hasta el extremo”.
Acción:
Si tienes la oportunidad y se te concede esta gracia realiza en este día un gesto de entrega a otra persona que te evoque el lavatorio de los pies.
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Gracias infinitas.
Verena Bustamante.
Chile.