Creo que Stuart Mill fue quien dijo:
“un estado que empequeñece a sus hombres, para que puedan ser más dóciles en sus manos, hallará que con hombres pequeños ninguna cosa grande puede ser realizada”
Hoy podríamos decirlo de otra manera; tal vez, con más acritud. La sociedad que empequeñece a sus hombres, nunca realizará obras grandes.
Una afirmación así, sirve de advertencia a un estilo muy difuminado en nuestra sociedad española, pero también en otras sociedades particulares. Se trata de un modo tal de ejercer la oposición, la crítica, la disensión, que si no es empequeñeciendo al otro, ridiculizándolo, poniéndolo fuera de juego, no se está satisfecho. Cuando se profieren contra una persona acusaciones o expresiones que la hacen desmerecer en la consideración ajena, se la está empequeñeciendo y disminuyendo en su valoración social. Cuando los medios de comunicación se ponen al servicio de este movimiento, nos hacen creer, frecuentemente, que vivimos en la “sociedad del desprecio”. Lo cual se suele compensar con excesivas, momentáneas y pasajeras idolatrías.
Cuando esto se generaliza, se produce un ambiente de empequeñecimiento social preocupante. Desgraciadamente se entiende el ejercicio legítimo de la oposición o la crítica como “empequeñecimiento del otro”. Basta ver el espectáculo de mutuas acusaciones, del progresivo desvelamiento de las supuestas debilidades de los otros. Existe a veces tal espionaje, que uno “nada hay oculto que no pueda revelarse”. El fantástico principio de la “presunción de inocencia” es relegado por el uso del principio de la denuncia, de la acusación y aun de la difamación, a partir de unos supuestos indicios. Mientras tanto, la administración de la Justicia apenas da abasto para dirimir tantas causas. La misma lentitud, hace que sean cada vez más las personas encausadas y bajo sospecha.
El espíritu de la acusación y el empequeñecimiento del otro, es un espíritu malo. Este mal espíritu de nuestro tiempo -en su exageración cancerígena- aparece con alguna frecuencia también en la Iglesia y en sus comunidades y grupos. Por meras apariencias se sospecha del otro, se piensa mal, se le condena en el corazón, se le margina. ¡A cuántas personas no tenemos ya empequeñecidas en nuestra opinión! Se advierte a veces un des-aprecio generalizado entre unos y otros. Aquí también habría que decir que “quien esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
Mientras nos habite este “espíritu malo” nada bueno, ni grandioso podrá ser construido.
Una sociedad que empequeñece a .sus hombres y mujeres no podrá hacer nada grande. Una Iglesia que empequeñece a sus hombres y mujeres tampoco. Un grupo dentro de la Iglesia que haga lo mismo, tampoco.
Lo que se detecta en todo esto es una profunda falta de fe. Un petulante enjuiciamiento de la limitación humana. No hay misericordia, ni fe en los demás. Se ha introducido un demonio de desconfianza, de la sospecha, de la envidia, en las relaciones humanas. Si es cierto aquello de que “quien te cree te crea”, no lo es menos que “quien sospecha y desconfía de ti te destruye”.
Volvamos a descubrir “lo sustantivo” en nuestros hermanos y no demos tanta importancia a los adjetivos, a los calificativos. Porque toda persona tiene “su dignidad”, es “hija de Dios”, es -ante todo- un valor único. ¡Quitemos importancia a los adjetivos! Donde abunda la limitación, sobreabunda la riqueza, donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia. Dios no crea basura. Qué ciegos están quienes sólo ven basura, problemas, porquería. La grandeza de una persona no se detecta en un acto concreto, sino en la trayectoria vital, que tantas veces desconocemos. Hay que acabar con tanta crítica que llena de sombras la historia humana, que se extiende como un cáncer en ciertas sociedades. Luego nos quejamos de la falta de alternativas. Nosotros mismos bloqueamos el futuro con la crítica despiadada, el desprecio que destruye.
Esperemos la llegada de un nuevo tiempo para nuestra sociedad, para la Iglesia, para las comunidades. Quiera Dios que nos “beatifiquemos” los unos a los otros “en vida”, sin adulaciones, sin parodias. ¡Solo reconociendo con una mirada apreciativa lo profundo, lo que hay en el corazón, la luz que cada ser emite ¡Engrandece a los demás y harás que tu sociedad, tu comunidad, sea cada vez más grande! La cultura del bienpensar, del aprecio del otro, hace llegar el Reino de Dios… “porque fue precipitado el acusador de de nuestros hermanos”.
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