La liturgia de este día, 26 de agosto de 2020, nos habla de dos virtudes importantes en la vida humana y cristiana: Laboriosidad (2 Tes 3, 6-10.16-18) y Sinceridad (Mt 23, 27-32). San Pablo nos habla de la necesidad de trabajar, y Jesús nos habla de la necesidad de ser transparentes y sinceros.
¡El que no trabaje que no coma! Elogio del trabajo
¡El que no trabaja que no coma!, nos dice san Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses. Sin embargo, el apóstol valora el trabajo.
Nuestro planeta tierra funciona gracias a millones de trabajadores y trabajadoras que todos los días dedican muchas horas al trabajo doméstico, a la creación y al estudio, a la construcción y reconstrucción, a la ayuda a los demás desde multitud de servicios: de investigación, gobierno, seguridad, transporte, alimentación, comercio, educación, prevención, sanación, información, justicia, creación de la belleza y arte… Éste es el planeta del trabajo incesante, día y noche. Y Dios vió al ser humano trabajando… y vio que era muy bueno, muy bello.
Por eso, el holgazán, el perezoso, el que vive voluntariamente a costa de los demás, distorsiona la belleza de nuestro planeta, genera insolidaridad y divisiones.
San Pablo nos advierte, así mismo, que también en la comunidad cristiana (comunidades familiares, eclesiales, religiosas…) hay personas que no trabajaban y que viven como parásitos a costa de los demás. Estas son las personas que no trabajan con su talento y lo entierran dejándolo improductivo.
El trabajo puede y debe transformarse en misión: es la “missio creationis”, la misión de la creación, colaborar con el Espíritu creador en el despliegue y eco-evolución de nuestra vida, del planeta, de nuestra mente. Dios no desea ser un creador solitario: Él ha creado creadores.
¡Qué bella la expresión de Jesús en el cuarto evangelio: “¡Mi Padre trabaja y yo también trabajo!” (Jn 5,17).
Contra la hipocresía: elogio de la transparencia y sinceridad
Si algo no podía tolerar Jesús era una “vida en la mentira”, que él describía con la imagen de los “sepulcros blanqueados”. Jesús dirigió su mensaje a los escribas y fariseos hipócritas; hoy lo traduciríamos diciendo que dirige su mensaje a la hipocresía de los teólogos o predicadores y de los “consagrados”. La apariencia parece estupenda, pero por dentro hay corrupción, vacío, mentira.
Nuestros hábitos, nuestras vestiduras litúrgicas, nuestros capisallos, púrpuras y colores, nuestras mitras y báculos, nuestras liturgias esplendorosas y transmitidas por televisión y radio, pueden ocultar corazones muy alejados de Dios y muy centrados en sí mismos y sus propios intereses. Podemos ser maestros en el anti-arte de la hipocresía, en vender baratijas a precio de oro.
Jesús llamó “bienaventurados” a quienes son pobres, misericordiosos, creadores de paz, a quienes no tienen doblez de corazón, a quienes son perseguidos… Pero reservó las “malaventuranzas” para quienes a veces somos tan hipócritas. ¡Cuánto culto a la exterioridad hay entre nosotros! Y cuando la exterioridad no la lleva uno consigo, la busca en los medios de comunicación para participar un poco de la gloria mundana.
La laboriosidad, modestia y humildad, transparencia de Jesús nos invitan a una conversión radical a la verdad de las bienaventuranzas, al camino de las bienaventuranzas.
Para contemplar
¡TRANSPARENTE! (Ricardo Rodríguez)
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