En nuestras grandes y esplendorosas celebraciones litúrgicas, el sordomudo de la Decápolis -del que hoy nos habla el Evangelio de Marcos- resultaría anti-estético e incómodo: por su limitación física y sus complejos. Sin embargo, hoy Jesús lo pone en el centro de nuestra consideración. Y también la carta de Santiago nos invita a poner en el centro de nuestras celebraciones a los más pobres. ¿Por qué?
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El “anillo de oro”
- La sanación es posible: contacto secreto
- Desde lo imposible a lo imprevisible.
El “anillo de oro”
En la primera lectura -tomada de la carta de Santiago- se nos dice que quienes formamos parte de la asamblea litúrgica, tendemos espontáneamente a prestar nuestra atención a quienes “llevan anillo”, o “anillo de oro” y, en cambio, dejar apartado y sin prestarle atención al que no lo lleva, es decir, al pobre. ¡Ya sabemos lo bien asignados que están los puestos de honor en las grandes celebraciones, mundanas, pero también vaticanas o diocesanas … Nos encanta el boato y los primeros lugares.
Santiago sabía que Jesús había prestado siempre especial atención a los excluidos. Y así lo ratifica el evangelio de hoy: Jesús le presta toda su atención a un sordomudo de la región que muchos consideraban cuasi-pagana de la Decápolis.
La sanación es posible: contacto secreto
En una gran película titulada “Black”, el director indio Sanjay Leela Bhansali, nos relata la historia de una niña sordomuda y ciega que logra la independencia y la confianza en sí misma tras un arduo proceso educativo. El relato está inspirado en la vida de la activista, escritora y oradora estadounidense Helen Keller Adams (1880-1968), que fue capaz de superar sus limitaciones gracias a su maestra Anne Sulivan. Quien en la película rescata a la niña ciega y sordomuda -Michelle- es un excéntrico profesor alcohólico, Debraj Sahai, que dedicó un largo tiempo de su vida a educar a la niña ciega, que -conforme creía- parecía cada vez más salvaje. El profesor utilizó su magia para hacerla crecer autonomía y confianza: primero como domador de fieras, después como entrenador de deportistas y finalmente como maestro de la sabiduría. Dios elige a los débiles para confundir a los fuertes, parece decirnos la película “Black”.
Probablemente los milagros de Jesús no tuvieron efectos repentinos, sino que abrieron procesos de sanación. Jesús era un maestro, el Maestro e invitaba a recorrer procesos dentro de un contexto mágico o milagroso: “el Reino de los cielos”. En ese contexto ¡todo es posible! El Reino de Dios es la mejor terapia para el mundo. El Reino de no se impone, sino que es encuentro, diálogo, alianza. Por eso, Jesús se encontró “a solas” con el sordomudo -alejado de la gente-; lo acogió en su ámbito misterioso. No utilizó medicinas; el remedio fue el contacto con su cuerpo, mediante la saliva y sus manos y… así aconteció la maravilla: el sordo mudo comenzó a oír y a hablar.
Desde lo imposible a lo imprevisible
Cuando el Reino de Dios llega a nosotros y nos dejamos afectar por él, experimentamos su fuerza terapéutica y sanadora. Los milagros del Reino de Dios continúan -aunque no de forma espectacular-, sino en encuentros “a solas” como el de Jesús y el sordomudo. Buscando lo imposible, se llega a lo imprevisible. Jesús no curaba en masa, a grupos, sino siempre en contacto especial con cada persona.
Nosotros somos también una extensión del Jesús sanador. No podemos imaginar la fuerza terapéutica que podemos desprender con una pequeña palabra, con un contacto humanizador, con una oración confiada por alguien. Soñando lo imposible, se llega a lo imprevisible… porque todo es posible para el que cree.
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