Cada domingo, o tal vez cada día nos acercamos a la mesa eucarística para comulgar. ¿Y por qué con tanta frecuencia? La respuesta es: porque el Pan del Camino. ¡Qué pena que quienes hicieron la primera comunión, dejen muy pronto de participar en la comunión? Prescinden ya del “pan del Camino”.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El alimento del desierto
- Nuestro extraño camino
- El alimento del desierto
El alimento del desierto
La primera lectura del Éxodo nos recuerda que -tras la esclavitud de Egipto- el pueblo de Israel caminó por el desierto y Dios lo alimentó con el “maná”. Ese fue el nombre espontáneo que el pueblo le dio al alimento que venía del cielo: manú, ¿qué es esto? Así fue alimentado por Dios el pueblo hasta llegar a la tierra prometida. Jesús que ha bajado del cielo, ofrece a sus seguidores “el pan para la vida del mundo”.
Nuestro extraño camino
Sabemos muy bien que nuestra vida camino, peregrinación. No tenemos aquí ciudadanía permanente. Como discípulos de Jesús respondemos a un permanente “¡sígueme!” y por lo tanto a un desplazamiento continuo.
La segunda lectura, tomada de la carta a los Efesios, nos pide abandonar el camino de los paganos y aquel que nos ofrece nuestra vieja naturaleza que está corrompida por los malos y engañosos deseos. Teresa de Jesús pasaba de una morada a otra; Juan de la Cruz iba subiendo al monte Carmelo; por la nube del no-saber se llega a la auténtica sabiduría. Esta es la forma existencial de seguir a Jesús.
La Eucaristía del Camino
También nuestras comunidades cristianas son peregrinas, caminantes. Deben ser conscientes de la orientación y sentido de su seguimiento. Llega a nosotros la advertencia del Señor Jesús: “No me busquéis porque habéis comido hasta hartaros”. “¡No trabajéis por la comida que se acaba”. Hay una forma interesada de buscar a Jesús y de entrar en la aventura del seguimiento: obtener recompensas. Jesús, sin embargo, nos quiere seguidores suyos para que contemplemos los “signos” de la presencia del Abbá entre nosotros. Nos quiere seguidores y buscadores que creen, que confían en Dios, que se dejan alimentar por el mismo Dios. Por eso, ofrece el pan del cielo.
Conclusión
El pan eucarístico es regalo del Abbá para caminantes. Es Jesús que se nos ofrece como Pan del Camino. La Eucaristía nos vuelve rebeldes respecto a la ciudadanía de este mundo, que tenga que ver con la Babilonia criminal, o con la ciudad malvada del Apocalipsis. El Pan del cielo es aquel que prepara aquí abajo la llegada de la nueva Jerusalén.
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