Caminos ¡sí! Pero ¿adónde nos dirigimos?

Complejísima red de caminos

Estamos en la época de los caminos, los métodos, los proyectos, los planes, las hojas de ruta, las programaciones, los mapas de recorrido…. Quedamos emplazados ante una complejísima red de pistas, caminos, comunicaciones, procesos que hemos de recorrer para responder a las interpelaciones del apostolado, de la espiritualidad, de la formación. Las comunicaciones vía email, o vía propaganda que recibimos no son pocas. Abrimos el mapa de recorridos que se nos proponen y nos abruma la propuesta de tanto itinerario.

Quienes asumen alguna responsabilidad de gobierno, de animación apostólica o espiritual o formativa se creen obligados -en conciencia y por responsabilidad- a programar, proyectar y lanzar nuevas iniciativas. Esto, que en principio, puede ser excelente, se enreda con otras iniciativas múltiples, provenientes de otras instancias a otros niveles (Santa Sede con sus Congregaciones y Comisiones Pontificias, Conferencias episcopales y sus comisiones, conferencias de religiosos y sus comisiones -tanto a nivel mundial como nacional, como regional o local, gobiernos generales y sus comisiones y secretariados, gobiernos provinciales y sus comisiones y secretariados). Quien quiera someterse a todas estas instancias y propuestas, ¿no sentirá la sensación de sentirse perdido en esa gran maraña de caminos o autopistas que se le ofrecen? Y  como esto acontece en una vida religiosa con mayoría de ancianos y minoría de jóvenes ¿no resultará todo ello excesivo tanto para unos como para otros? Me viene a la mente la exhortación de nuestro Maestro:

“Marta, Marta,, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10, 41-42).

Yo me pregunto: ¿cuál es la meta de tanto camino? ¿Sabemos bien a dónde vamos? ¿Damos la impresión de grupos de personas que saben lo que quieren y marchan con pie firme hacia una meta? O ¿parecemos más bien gente perdida, desorientada y entretenida en tareas o trabajos sin sentido? ¿Se han planteado seriamente quienes programan hacia qué meta hay que dirigirse y cuáles son los caminos y propuestas que permiten llegar a ella?

Un relato

Recuerdo una de las escenas de “Alicia en el país de las maravillas” de Lewis Carroll. Alicia se encuentra con una pobre criaturita que creía ser un niño,. Lo tomó en sus brazos, pero al advertir que era un cerdito, lo dejó libre y se echó a trotar y adentrarse en el bosque. Entonces Alicia advirti;o que, sentado en una rama, estaba el Gato de Cheshire que sonreía y se atrevió a preguntarle: “¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? El gato le respondió: “Eso depende, en gran parte del sitio al que quieras llegar”. “No me importa mucho el sitio” -replicó Alicia. “Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes” -contestó el Gato. “Siempre que llegue a alguna parte…” -dijo Alicia como explicación. “¡Oh, siempre llegarás a alguna parte -aseguró el Gato-, si caminas lo suficiente!”. A Alicia le pareció que esto no tenía vuelta de hoja.

Como vemos en esta historia, Alicia no tenía ni meta, ni visión.  Así nos ocurre, también a nosotros, cuando en medio del enmarañado bosque de esta vida nos preguntan a dónde queremos ir o se nos presentan los más variados caminos.

La meta: ¡lo único necesario!

¿Cuál es la meta de todos nuestros caminos? Nos pueden responder quienes ya la conocen. Los místicos nos dicen que la meta de toda vida cristiana y humana es llevar a culminación la Alianza que se ha establecido entre Dios y el ser humano. Es una Alianza de amor que solo culmina con la unión más estrecha entre quienes se comprometen a ella. De lo que se trata es de “vivir en Alianza de amor” y posibilitar el sueño que esa Alianza implica. Abraham Joshua Heschel -gran teólogo judío- explica así la Alianza según la Biblia:

«La Biblia habla no sólo de una búsqueda de Dios por parte del hombre, sino también de la búsqueda del hombre por parte de Dios. ‘Me has cazado como a un león’, exclamó Job… La fe brota del temor, de la consciencia de estar expuestos a su presencia [la divina], del anhelo de responder a la llamada de Dios, de saber que hemos sido interpelados… Si Dios no formula la pregunta, todas nuestras búsquedas son vanas» (Dio alla ricerca dell’uomo, p. 156-157).

La meta es el encuentro definitivo con el Dios que nos busca, con el Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscarme a mí, con el Ama de Casa que la barre entera para encontrame a mí que estaba perdido. Es Él quien de las formas más inefables pregunta por mi, me pregunta, procura mi amistad, me pide relaciones. No son muchas las personas, tal vez, que captan esas voces; pero cuando uno se introduce en el diálogo puede llegar adonde uno no puede imaginarse. Nos dicen los místicos, que cuando en esa relación uno deja de ser el dueño de su vida y la pone en manos de Dios, deja de confiar en uno mismo, para confiar mucho totalmente en la relación de Alianza, uno entra en el estado de quietud (no agitación, no agobio), en el estado de gran concentración y capacidad de soñar lo hasta ahora imposible, en el estado de unión que es cuando se da la máxima comunión entre el Creador y su Creatura, el Abbá y el hijo o la hija, es cuando Jesús vive en nosotros, cuando el Espíritu toma posesión total de nosotros y nos potencia hasta límites insospechados.

Teresa de Jesús nos cuenta en el Libro de su Vida cómo Dios la buscó y ella, después de fuertes resistencias, se dejó atrapar y comenzó también a buscarle apasionadamente hasta que se produjo el desposorio y el ansia de unión definitiva.  Esta culminación será la que Teresa vislumbre y nos comunique en otras obras suyas, especialmente “Las Moradas”. Nuestra meta es la “séptima morada”. Jesús se lo expresa así a Teresa de Jesús en una de sus locuciones:

“Deshácese toda la persona para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive sino Yo” (Libro de la Vida, 18,14).

Creo que la vida cristiana y religiosa -y de cada uno de nosotros dentro de ella- se vuelve “mística”- cuando se hace realidad la petición del Padrenuestro “¡Hágase tu voluntad!, o el “Hágase en mí según tu Palabra” de María. Empieza la mística cuando dejamos a Dios ser Dios, en medio de nosotros. Cuando desconfiando de nuestras solas fuerzas tomamos en serio la Alianza y ponemos toda nuestra confianza en el Señor y no en los ídolos, de cualquier tipo. La relación de Alianza nos centra en Dios y lo único que –desde nuestra humildad y ruindad- podemos hacer es suplicarle que realice su buena voluntad y, por parte nuestra, no impedirlo.

Esto es lo que nos lleva al estado de quietud, de paz, a superar nuestros agobios. La vida religiosa necesita desagobiarse, simplificarse, volverse más confiada, abrirse al “pati divina”, a la teopatía.

Cuando se vive en Alianza con Dios todo se integra dentro de esa relación de Alianza. Nada integrado en ella es perverso, aunque a veces los asesores “sin experiencia” no lo comprendan.

En la medida en que la Alianza nos hace poner toda nuestra confianza en el Espíritu renacerá entre nosotros la alegría, la capacidad de soñar y crear que es carisma y no habilidad nuestra. La comprensión de los votos o consejos evangélicos, en clave mística, nos hace superar los voluntarismos, las opciones ascéticas, para dejar que sea el mismo Jesús Resucitado, a través de su Espíritu y de María y José –sus grandes colaboradores-  quienes en nosotros vayan diseñando nuestro estilo de vida.

Esta experiencia mística nos hará descubrir la dimensión mística de la misión. Hoy la debemos entender, sobre todo, como “missio Dei”, “missio Spiritus”, en la cual nos es dado participar. Tampoco nosotros somos los protagonistas primeros de la misión; la compartimos en alianza con el Espíritu de Dios Abbá y de Jesús. La gracia de ver el infierno, no incita a ser misioneros y profetas apocalípticos.

La experiencia mística es también apocalíptica. De ella nacen las decisiones heróicas, la capacidad de no temer, de enfrentarnos con el mundo de la injusticia, de la violencia, de la muerte, de luchar contra el imperio diabólico. Teresa de Jesús nos enseña qué importante es la visión para no vivir una espiritualidad ciega, para no emprender un camino que lleve a ninguna parte, para no realizar una misión ciega y no ser guías ciegos para el pueblo de Dios.

Salgamos al paso del “nuevo pelagianismo” que tanto nos tienta de las obras, las programaciones, los métodos, los procesos. Seamos más humildes, más confiados y que se haga verdad aquello con lo que comenzamos la oración diaria:

“Señor, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”.

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