El Niño-Rey y la Reina-Madre: otra lectura de la Epifanía

Se pueden hacer diversas lecturas de la fiesta de la Epifanía: la lectura teológica de la manifestación de la Gracia de Dios al mundo (representado por los Magos), la lectura misionera de la manifestación del Hijo de Dios y de María más allá de las fronteras del pueblo judío a representantes de todas las naciones y razas, la lectura astrológica, que intenta descifrar cómo en las estrellas del cielo se refleja lo que acontece en la tierra, o la lectura simbólica y moral que busca inmediatamente ofrecer claves de significación o de conducta en el relato. Aunque todas estas lecturas son legítimas, creo, sin embargo, que la más pertinente es la lectura davídica y política. Es esa forma de leer el texto la que mejor responde a los dos capítulos primeros del Evangelio de Mateo y a sus referencias veterotestamentarias. Y, por otra parte, es una lectura cuyo mensaje es de gran actualidad para la Iglesia y el mundo en que vivimos.

Quienes lideran los pueblos no son a veces las personas a quienes legitiman las leyes, o la conducta, o los carismas personales. Hay mucho engaño en la lucha y la conquista del poder. De ahí nace un descontento ante no pocos de los gobernantes o líderes de las naciones o incluso de los grupos o comunidades. El rey de los judíos -cuando nació Jesús- era uno de esos personajes que se encaraman en el poder sin legitimidad: Herodes el Grande fue un usurpador impuesto por el Senado romano. El descontento popular era grande y su reinado se volvió -en la última etapa de su vida (aquella en la que nació Jesús)- sumamente cruel. Escenas como la matanza de los inocentes no serían de extrañar en un gobernante como él; se dice incluso que, para evitar que alguien -aduciendo documentación auténtica- pretendiera reivindicar el trono de David, ordenó destruir todos los documentos genealógicos.

El evangelista Mateo-al redactar los dos primeros capítulos de su Evangelio- tiene en cuenta este contexto político. Y ese es el trasfondo de la tesis que defiende: que el verdadero rey de los judíos es Jesús y no Herodes; que solo Jesús tiene toda la legitimidad. Por eso, Herodes ve en este niño el mayor peligro y, por ello, trata de matarlo.

Según la promesa de Dios a David, los legítimos reyes en Israel habrían de descender de él. Dios le había prometido que afirmaría su reino para siempre:

Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino.El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino.Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo.”  (2 Samuel 7,12-13).

Pues bien, Jesús es aquel en quien se afirma el reinado de David para siempre. Para ello, lo primero que aduce Mateo es un interesantísimo árbol genealógico. Está formado por tres cadenas genealógicas de 14 generaciones cada una. En la composición artificiosa de las genealogía se utiliza un recurso lingüístico denominado “gemátrico”, que consiste en ocultar en la numeración utilizada un nombre: ese nombre insinuada en el árbol genealógico es “David”: tres consonantes cuyo valor es D=4 + V=6 + D=4, en total 14. Que la promesa de Dios a David se haya cumplido hasta el tiempo de Jesús es algo portentoso, pues hubo amenazas muy serias, que podrían haber acabado con la línea linfática. Una de esas amenazas sucedió en tiempos del profeta Isaías y del rey Acaz; la casa de David había perdido la fe en su supervivencia; entonces el profeta dijo:

Oid ahora, casa de David: El Señor mismo os dará una señal; he aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,13-14).

De esa joven doncella nació el continuador de la dinastía, el piadoso rey Ezequías. Así Dios mostró que estaba con la casa de David, que era el Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

El último eslabón de la dinastía davídica es José, el hijo de Jacob. Pero era por sí mismo inhábil para transmitir la filiación davidica a Jesús, dado que había sido concebido sólo de María por obra del Espíritu Santo:

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo… por obra del Espíritu Santo” (Mt 1,16).

María no podía legalmente transmitir a su hijo la descendencia davídica. José se siente impulsado a abandonar a María de forma secreta. En sueños se le aparece un ángel que le muestra la voluntad de Dios: que acoja a María como esposa, y que acepte al niño como hijo suyo “imponiéndole el nombre”. El ángel se dirige a él solemnemente dándole el título de ¡José, hijo de David!”. José, que era justo, cumplió lo que Dios le reveló a través del ñAngel. De esa manera, Jesús comenzó a ser -con toda legitimidad- descendiente de David e hijo de José. Nada extraño resulta que Mateo evoque en este contexto lo que ya había sucedido en tiempos de Isaías.

El Niño recién nacido es con toda legitimidad el “rey de Israel”. Así lo reconocen las Escrituras y quienes en Jerusalén las leen e interpretan. Además, el nuevo y definitivo rey de Israel nace en “Bethlehem”, casa del pan, y lugar de nacimiento de David.  A través del Niño Dios cumple la promesa hecha a David para siempre. Adquiere también una gran relevancia la “madre del Niño”, que emerge ahora como la “madre del Rey” (la Guebirá, en hebreo, o la Reina Madre). Ella es la que presenta al Niño Rey a los pastores (según la versión del evangelio de Lucas), a los magos (según la versión de Mateo). Forma una estrecha unidad con Él. José queda en un segundo plano.

Este acontecimiento, de tanta importancia para el pueblo judío, se desarrolla dentro de la mayor discreción y pobreza: “no había sitio para ellos en el mesón” y se ven obligados a cobijarse en un portal. En el contexto de la suma pobreza, sin casa, nace el último y definitivo descendiente de David. Sólo los pastores y los magos lo descubren recostado en un pesebre, envuelto en pañales. Los demás desconocen el acontecimiento. Y quienes podría saberlo en Jerusalén sienten conmoción por la posible noticia, no se mueven y Herodes maquina cómo acabar con el recién nacido.

Quienes contemplan las estrellas del cielo, descubren en ellas un reflejo misterioso de lo que acontece en la tierra de Judea. Conmovidos por el descubrimiento, vienen con sus dones a adorar al recién nacido rey de los judíos. Han visto su estrella. Los pastores de Belén -pero no los Pastores de Jerusalén- descubrieron el signo y también vinieron a adorarlo. ¡Nadie más!

Jesús nace en medio de una incomprensible indiferencia por parte de los líderes religiosos de Jerusalén y la astucia asesina de Herodes, que quiere eliminar a su legítimo rival. Los magos lo comprenden y se vuelve a su tierra por otro camino La tierra santa se convierte en una gran amenaza para el Niño y la Madre. José emerge de nuevo como un nuevo Moisés, pero en este caso para liderar un anti-Éxodo y volver de nuevo a Egipto con la Madre y el Rey del Nuevo Pueblo de Dios. Así se salva la dinastía de David.

Llama la atención “el cambio político” que aquí se insinúa. Todo queda confiado a José en esa especie de interreino hasta que su hijo sea mayor de edad. Al parecer todo sigue igual: quienes lideran el pueblo de Israel lo siguen liderando. Muere Herodes y le sucede su hijo. A veces da la impresión de que Dios no tiene prisa para hacer los cambios necesarios en una humanidad que clama por la justicia y la paz.

Cuando el pequeño Jesús sea mayor de edad, aparecerá proclamando:

“Haced metánoia – cambiad de mentalidad-. El Reino de Dios está llegando”.

Entonces Jesús irá desvelando poco a poco su programa de gobierno: “Bienaventurados los pobres, porque Dios reina en su favor” (Mt 5). Irá haciendo ver en qué consiste el Reinado de Dios. Pero seguirá contando con la misma oposición política y religiosa… En la cruz colgarán un letrero que lo declara “Rey de los judíos”.  ¿Porqué la política y la justicia de este mundo no serán capaces de reconocer dónde se encuentra la verdadera justicia y de aplicarla? La sombra de Herodes es larga y se extiende y extiende a lo largo de la historia. Es como el dragón apocalíptico que quiere devorar todo brote de Reino de Dios, todo despunte mesiánico. Herodes y lo que representa y también los expertos religiosos de Jerusalén, deben temer y mucho, si no se acercan a “adorar” el Reino que viene. ¡De cuántas cosas hemos de despojarnos, para entrar de verdad por la puerta estrecha que lleva al Reino de Dios! No basta conocer las Escrituras, hay que desplazarse. No basta reconocer desde los palacios que ese niño recién nacido no es peligroso. Hay que salir de los palacios para adorar al Niño que nace en la pobreza y marginación del mundo.

La interpretación política del relato de la adoración de los magos nos desestabiliza y nos hace ver que los lugares que a veces pisamos son demasiado peligrosos y que es necesario emprender un anti-éxodo para acompañar al nuevo Rey y a la Reina madre allí donde está al reparo.

Impactos: 4383

Esta entrada fue publicada en Actualidad, Espiritualidad, General. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a El Niño-Rey y la Reina-Madre: otra lectura de la Epifanía

  1. javier vindel dijo:

    Cristo Rey.Te felicito por el artículo.Pero hay una pequeña errata.Donde escribes:cuando el pequeño José sea mayor……habrá que leer…..cuando el pequeño Jesús sea mayor.Un abrazo.JAVIER vINDEL.

  2. Liliam dijo:

    Excelente reflexión, también he encontrado una letra”ñ” de mas donde pone: (Dios le reveló a través del ñAngel )(me parece que la ñ no tiene ninguna función.
    Gracias por compartir tus reflexiones.
    Saludos Liliam

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *