Hay diversas formas de discurrir, de reflexionar, de interpretar la realidad. La forma normal del discurso -del logos, dirían los griegos- es racional, intelectual. Utilizamos la lógica, la conexión entre los datos, las deducciones más adecuadas que de ese conjunto se derivan. El discurso racional nos lleva al debate, a la búsqueda conjunta de la verdad -tal vez-, a la confrontación, al aprendizaje… El tipo de discurso que se establece en la campaña electoral entre los partidos es el discurso “racional”. Se trata de que los ciudadanos sepan elegir “razonablemente” a sus gobernantes o líderes en los próximo años y eviten, se dirigidos por quienes se piensa “razonablemente” que no lo harán bien.
Hay, sin embargo, otro tipo de discurso que se basa en las razones del corazón: es el discurso de la cordialidad. Este tipo de discurso no enfrenta aunque las diferencias sean extremas. El logos “cordial” o “amoroso” tiene la capacidad de “amigar” a los “enemistados”, de aproximar a los antípodas en el ámbito intelectual o cultural o religioso. El discurso de la cordialidad genera amistad y prepara al ser humano para la hospitalidad intelectual, que es tan ardua muchas veces.
El discurso de la cordialidad no es a veces muy “lógico”. Crea adhesiones, no por las ideas, sino por simpatía o empatía, por la seducción de la belleza, porque “el amor es ciego”, porque donde hay amistad allí se está dispuesto a perder cualquier batalla dialéctica, sabiendo que al final se gana la guerra. El discurso de la cordialidad cede ante un aparente error, una verdad no tan clara. Sabe habitar las zonas de claro-oscuro, introducirse en espacios liminales, hurgar en lo curioso, lo inexplorado, los sorprendente. Ni siquiera teme equivocarse. El discurso de la cordialidad tiene como impulso el corazón: “a donde el corazón te lleve”. Ciertamente no es un discurso siempre “lógico”, pero sí es “eco-lógico”. Atiende a la totalidad. Crea interconexiones. Comprende al fin lo que parecía incomprensible. Su pasión por la verdad no le lleva a la impaciencia, porque está convencido de que la Verdad se revela a quienes conocen el alfabeto emotivo, el lenguaje del amor, la seducción de la Gracia.
Jesús -según el cuarto Evangelio- utilizó en su última Cena el lenguaje de la cordialidad. Quiso que sus discípulos asistieran a una gran lección de amor. Los eligió y destinó para que dieran fruto abundante. Pero les dijo que ese fruto nacería del amor, de permanecer constantemente en el amor. Quien -como el sarmiento- está injertado en la vid del amor, producirá fruto abundante. Por eso, Jesús les dirigió un mandato misionero que no tenía tanto que ver con el comunicar verdades o indoctrinar, sino con el “Amaos”, con el “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Tenía la convicción de que el mundo creerá en Él cuando descubra la corriente de amor que circula en su comunidad. Esta lección sirve para cualquier sociedad, grupo, pueblo.
Que se imponga en la política, en la iglesia, el “lenguaje de la cordialidad”, ese lenguaje que mueve el corazón y no subleva la mente, que interconexiona y no desconexiona. A ésto nos lleva la doble celebración del “Corazón de Jesús” y el “Corazón de María”.
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¿Por qué no hay amor en el mundo? ¿Dónde está el discurso de la cordialidad? ¿O es que sólo vemos lo que conecta con nuestro corazón?. Hay mucho sufrimiento, cualquier disculpa es buena para estar enfrentados: las parejas, los hermanos, hijos y padres, vecinos, compañeros de trabajo. Una vez leí que cuando no creemos en Dios,creemos en cualquier cosa: productos, programas, gente que manipula por los medios. ¿Y la Iglesia, dónde está? ¿porqué utiliza ese discurso que llega a muy pocos? ¿Porqué no nos enseña a vivir?