No pensemos solo en las guerras a nivel nacional o regional, ni únicamente en los grandes conflictos mundiales, la guerra se da también en las familias, en las comunidades. Frecuentemente vivimos inmersos en conflictos, que se perpetúan día tras día, mes tras mes, año tras año. Lo peor es que están enquistándose en el corazón y no hay perspectivas de solución. Podemos participar enardecidos en una manifestación en favor de La Paz, y sin embargo, vivir en guerra en nuestra proopia familia. Por eso, el siguiente texto del Concilio Vaticano II -tomado de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, n. 78- puede iluminarnos y conducirnos hacia caminos de pacificación. Jesús nos los dicho en su bienaventuranza:
“Bievanenturados los que construyen La Paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
La Paz
- no consiste en una mera ausencia de guerra
- ni se reduce a asegurar el equilibrio de las distintas fuerzas contrarias
- ni nace del dominio despótico.
La Paz
- se define como obra de la justicia;
- es como el fruto de aquel orden que el Creador quiso establecer en la sociedad humana
- que debe irse perfeccionando sin cesar por medio del esfuerzo de aquellos hombres que aspiran a implantar en el mundo una justicia cada vez más plena.
- La Paz no es nunca algo adquirido de una vez para siempre, sino que es preciso irla construyendo y edificando cada día.
La fragilidad humana
- es frágil y está herida por el pecado,
- por eso, el mantenimiento de La Paz
- requiere que cada uno se esfuerce constantemente por dominar sus pasiones,
- y exige de la autoridad legítima una constante vigilancia.
Y todo esto es aún insuficiente.
- La Paz de la que hablamos no puede obtenerse en este mundo, si
- no se garantiza el bien de cada una de las personas
- los hombres no saben comunicarse entre sí espontáneamente y con confianza las riquezas de su espíritu y de su talento.
- La firme voluntad de respetar la dignidad de los otros y el solícito ejercicio de la fraternidad son algo absolutamente imprescindible para construir la verdadera paz.
Por ello, hay que decir que:
- La Paz es también fruto del amor,
- que supera los límites de lo que exige la simple justicia;
- que nace del amor al prójimo,
- y es como la imagen y el efecto de aquella paz de Cristo,
- que procede De Dios Padre.
- Jesús es el príncipe de la paz,
- ha reconciliado por su cruz a todos los hombres con Dios,
- reconstruyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo.
- Así ha dado muerte en su propia carne al odio
- y, después del triunfo de su resurrección, ha derramado su Espíritu de amor en el corazón de los hombres.
Por esta razón,
- todos los cristianos quedamos vivamente invitados a
- Realizar la verdad en el amor,
- Uninrnos a quienes son auténticos constructores de La Paz y se esfuerzan por instaurarla y rehacerla.
- Renunciar a toda intervención violenta en la defensa de nuestros derechos,
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