EL AROMA DE LA NUEVA JERUSALÉN

El tiempo de Pascua es el tiempo de conversión hacia lo nuevo: disfrutar de las apariciones del Resucitado, presentir y experimentar el aroma de la Nueva Jerusalén… Para ello son necesarias tres experiencias: fe, esperanza y enamorarse de lo que nos llega y desvanecer cualquier nostalgia del pasado.

En la misma comunidad cristiana de los orígenes hubo apocalípticos y nostálgico. Los apocalípticos dirigían su mirada hacia la “nueva Jerusalén” que va descendiendo del cielo. Los nostálgicos volvían su mirada hacia la “vieja Jerusalén”. El conflicto estaba servido.

Jerusalén y Antioquía

Los que bajaron de Jerusalén a Antioquía: Desde la Iglesia Madre llegaron a Antioquía –Iglesia recién nacida– “unos”. Manifestaron su desacuerdo sobre el nuevo estilo que se estaba implantando en la joven Iglesia. Les prescribieron que volvieran al “Antiguo Testamento”, a la tradición de Moisés, a la circuncisión.

Así son siempre los defensores de la tradición. Para ellos y ellas la verdad está en el pasado; la salvación sólo se consigue repitiendo y repitiendo lo que siempre se hizo. Recelan siempre de la novedad.

Los que subieron de Antioquía a Jerusalén: La respuesta a “los que bajaron” fue confiada a dos grandes cristianos: Bernabé y Pablo con algunos más. En Jerusalén expusieron su verdad y se entabló una violenta discusión.

En Jerusalén… Pedro y Santiago

Una iglesia que escucha y se confronta con la verdad: No estaba todo hecho. En Jerusalén había personas dispuestas a escuchar. Estaban abiertas más al Espíritu que a la Ley. Pedro dio la cara, en contra de tantos otros y defendió la libertad cristiana sin limitaciones. Pablo y Bernabé pudieron hablar abierta y libremente: ¡no sólo defenderse, sino, sobre todo, exponer! Santiago dijo un claro sí, aunque añadió algún “pero”.

Judas, Barsabá y Silas

Los que bajaron de Jerusalén a Antioquía con Pablo y Bernabé fueron Judas Barsabá y a Silas: elegidos por la comunidad de Jerusalén y portadores de un breve documento, o una carta: en ella se condena a los acusadores, a quienes en Jerusalén ( “los de aquí”) han alarmado e inquietado con sus palabras. En ella se habla de la estima, el amor y la confianza que Bernabé y Pablo suscitan en la Iglesia de Jerusalén. Por eso, el mensaje de la carta añade que sigan adelante, pero con unas cargas que son “las indispensables”.

Es una buena lección para la Iglesia de hoy, donde abundan a veces “los acusadores de sus hermanos”, o quienes alarman e inquietan con sus palabras.

¡Ha de bajar del cielo!

Hablar de la “nueva Jerusalén” , es decir, en primer lugar, que la realización de nuestros sueños personales, comunitarios, políticos, ecológicos no se encuentra “aquí abajo”. Nos dice que nunca pongamos nuestras esperanzas definitivas en un cambio eclesial, religioso, político o en líderes de aquí abajo. ¡Hay esperanza… pero ella viene de arriba!

“Levanto mis ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”

La “nueva Jerusalén” está bajando desde el cielo como una “novia engalanada”. Ella es la síntesis de lo antiguo y de lo nuevo: de los doce patriarcas, de la antigua alianza, y de los doce apóstoles , de la nueva y definitiva alianza. Esta Jerusalén es bellísima, es transparente: ¡es la casa de Dios en medio de nosotros!

Ya sí, pero todavía no. La semilla está germinando y se detecta en los Sacramentos del Pueblo de Dios, en la Palabra de la Promesa… pero “ya ahora” en el cumplimiento de una Promesa de Jesús en la última Cena!

Si alguno me ama, mi Padre lo amará. Y vendremos a él. Y ¡haremos morada en él!

¿Será esto verdad? ¿Somos ya ahora -o podemos ser- morada de la Trinidad, templos del Espíritu? ¡Este es uno de los misterios más sorprendentes de la comunidad cristiana: la inhabilitación trinitaria.

Jesús nos dice que se va pero que volverá. También nos comunica que el Padre vendrá con él para establecer su morada en quien lo ame. También ratifica que el Padre nos enviará al Espíritu Santo, al defensor.

Si de verdad nos diéramos cuenta del misterio que nos envuelve, sabríamos que la Nueva Jerusalén nos habita anticipadamente,… nos encontraríamos en el cielo. ¡Cuánta envidia me dan los místicos que han logrado vislumbrar la Luz interior que los habita!

¿Y cuál es la clave? “El que me ama”. ¡Amar a Jesús! No es cuestión de esfuerzo pero sí de atención. Contemplándolo, el amor crece y se enciende. Quien contempla su rostro se enamora de Él y lo descubre después en muchos los rostros. ¡Qué alegría saber que la Trinidad santa habita en nuestra pobreza y que podemos ya aspirar el aroma de la nueva Jerusalén.

HALLELUYA
(ISAACS)

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