La Iglesia estaba abarrotada de fieles. Los padres, madres, madrinas y padrinos allí estaban, llevando en brazos a los niños y niñas que iban a ser bautizados. Al párroco no le fue difícil centrar la atención de una asamblea un tanto bulliciosa. Inició la celebración con una poderosa pregunta: “¿Queréis ver a Dios?”. Repitió: “¿Queréis ver a Dios? Se hizo un sorprendido silencio. Todos clavaron sus ojos en él. Y… entonces -tras una breve pausa- él mismo les apuntó la respuesta: ¡Contempladlo en ese pequeño niño o niña que lleváis en brazos!”. ¿Dónde podemos contemplar hoy, 7 de Junio de 2020, a nuestro Dios-Trinidad?
¿Cómo entender la Grandeza de Dios?
El pueblo de Israel se estremecía ante la voz poderosa de Dios, ante la grandeza de un Dios “único” y superior a todos los dioses, vencedor infalible ante cualquier batalla.
La madre de Jesús y su esposo José tuvieron una experiencia distinta:
- aquel niño que María engendró y ellos acogieron en su casa era “el Hijo”.
- Sí, era la Voz de Dios,
- si era la Palabra de Dios, lo era al principio como suspiro, balbuceo, estreno;
- si era el “Grande”, lo mostraba en lo “más pequeño”;
- si era el “Todopoderoso”, lo mostraba en la debilidad de un niño necesitado de ayuda para todo.
¡La grandeza en la pequeñez, el Altísimo en el Descendido!
María y José se acostumbraron a entender de otra manera eso de “la grandeza de Dios”: aprendieron a descubrir la “transcendencia” en lo más cercano e inmanente. Quizá no supieran formularlo, pero su experiencia de Dios era, ante todo, la experiencia del Hijo que tenían en sus manos y -ante su vista- iba creciendo día a día en gracia y en estatura.
El Hijo les revelaría al Abbá. José tuvo que sentirse a veces un poco “fuera de onda”: la pertenencia de Jesús a María y a su Abbá del cielo le harían pensar: “¿qué hago yo aquí?”, aunque su título legitimador era, sobre todo, el ser “esposo de María” y, por lo tanto, llamado a tener con ella un solo corazón, una sola alma y todo en común
El Abbá misterioso de Jesús tenía una peculiar presencia en la casa de Nazaret:
- María y José irían descubriendo sus rasgos en el Jesús que crecía.
- Jesús era para ellos el mejor libro de teología.
- ¡Dios está aquí!, se dirían más de una vez.
- A nosotros también nos pasa en algunas ocasiones: lo que nos resulta sorprendente, inexplicable, fantástico, recibe esta explicación: “¡Dios está aquí! O lo expresamos más abstractamente diciendo: ¡esto es divino!
El aroma de Jesús
Jesús, como toda persona, como algunas personas en especial, como la mejor persona que ha pasado por la tierra, desprendía un “aroma especial”. No se trataba de ningún perfume adherido a su cuerpo, sino del perfume que se desprendía de su propio cuerpo-alma. Jesús tenía la capacidad de crear espacios aromáticos en los cuales se sentía la venida y presencia del Reino de Dios. Y es que Jesús desprendía “espíritu”. Se le notaba envuelto en el Espíritu.
Cuando comenzó a estallar la vocación de Jesús, allá en Nazaret, María pudo contemplar lo que nunca hubiera imaginado:
- la humildad de Dios,
- el cariño que Dios tiene por todas sus criaturas,
- la educación de Dios y el respeto sumo hacia el otro,
- la capacidad de sacrificio de Dios,
- la belleza y el atractivo de un Dios insuperable que se manifestaba en un niño, en un joven como los demás, pero también ¡muy distinto!
- Y todo lo veía plasmado en el Hijo, en su Hijo.
- Según los evangelios fue a los 12 años la última vez que María lo llamó “hijo”. ¿Se sentiría María estremecida ante la filiación divina de su Jesús, capaz de obnubilar la filiación que a ella le correspondía?
El Espíritu de Jesús
María supo, al final de la vida de Jesús, quién era el Espíritu. Él lo comparaba con el agua que brotaba a borbotones de sus entrañas, de su costado, y que todo lo llenaba de vida y amor. María percibió como nadie el aroma del Espíritu que procedía del Padre y del Hijo. Y cuando murió el Hijo, su Hijo, ella estaba allí para recoger la herencia viva: ¡El Espíritu!
¿Dónde está Dios? ¡También en el Calvario… pero no es el final!
¿Dónde estaba Dios?, se preguntaba el papa Benedicto XVI al visitar el campo de concentración de Auschwitz. ¿Dónde está Dios?, nos hemos preguntado y nos seguimos preguntando ante esta pandemia mundial del coronavirus que ahora nos aquella y que ha hecho enfermar a tantos seres humanos y morir a tantísimos. ¿Dónde está Dios?
La pregunta más importante hoy quizá no sea si existe Dios, sino ¿dónde se manifiesta Dios?, ¿dónde está Dios?
Aquel párroco tuvo un gran acierto al dirigir los ojos de los padres hacia sus hijos e hijas. Cuando nosotros dirigimos los ojos hacia aquellas personas que “nos conciernen”, que “nos afectan de verdad”, que participan del misterio de lo filial, de lo Fontal, de lo aromático, entonces podemos comprender de alguna forma el Gran Misterio que nos envuelve. Hoy no es el día para lamentarse por la ausencia de Dios. Ho es el día para lamentarse por estar ciegos ante tanta luz y belleza, por ser insensibles ante tanto Amor como nos envuelve, por olvidarnos de la Fuerza de la que estamos manando. Hoy es día para exclamar: ¡Abbá, Jesús, Santa Ruah! … y sentir que Dios está aquí… aunque el lugar en que nos encontramos sea “el Calvario de esta Pandemia”. El Calvario… no es el final.
Para contemplar:
AMAZING GRACE – desde el mundo
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Que recuperemos la capacidad de asombro! Que sepamos mirarte en cada hermano. Que acojamos Señor tus paradojas.
Gracias por regalarnos a María como Madre.
Cuánto podemos aprender, contemplar, en tantas y tantas epifanías de Dios. El Dios que se expande y se derrama por el Espíritu de Amor. Gracias por ayudarnos a intuir que Dios es Trinidad Todobondadosa.