Acaba de dejarnos un ya anciano teólogo asiático de Sri Lanka, misionero oblato de María, Tissa Balasuriya. Acaba de morir a los 89 años de edad, el pasado 17 de enero. Fue un teólogo inter-religioso, ecuménico, entusiasta del Vaticano II. Se hizo famoso por su libro “Mary and Human Liberation”, publicado en 1994, que fue condenado tanto por los obispos de Sri Lanka como por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se le acusaba de malinterpretar la doctrina sobre el pecado original y crear dudas sobre la divinidad de Jesucristo. Fue excomulgado. Se reconcilió con la Iglesia confesando su fe, no con la Confesión que le había sido propuesta, sino con el Credo de Pablo VI. Reconoció errores y haber causado dolor a la Iglesia. El 15 de enero de 1998 en presencia del arzobispo de Colombo, su superior general y otros, se reconcilió con la Iglesia y pidió perdón por el daño que había causado. Tissa Balasuriya merece ser recordado, evocado y recibir también nuestro agradecimiento. Para mí ha sido un teólogo inspirador. En memoria suya ofrezco la siguiente reflexión sobre la ausencia de Dios que la lectura de uno de sus escritos me suscitó.
¿Cómo describir la ausencia de Dios en el hombre y en la cultura postmoderna?
Mi sensación no es de ausencia, sino de solapamiento, de ocultamiento… de secreta complicidad. La cultura postmoderna es heredera de una radical purificación de la experiencia de lo divino. ¿Qué hicieron los apasionados ateísmos del siglo XX, sino “purificar” nuestra imagen de Dios?
Lo había expresado muy bien el finalmente cardenal De Lubac y, antes, teólogo discutido:
“No hay concepto bajo el cual se oculte tanta hipocresía, como la idea de Dios”…
Max, Freud, Nietzsche -como grandes maestros de la sospecha- nos han ayudado a purificar nuestras imágenes de Dios. Nos han puesto muy alto el listón para poder justificar nuestras experiencias de Dios. Quienes de verdad han entrado en la posmodernidad -“hay quienes todavía pertenecen a tiempos pasados”- no se quejan de la ausencia de Dios ni están aquejados de desafecto a lo divino. Los posmodernos parece que se muestran indiferentes o desinteresados ante lo divino tal como ha sido concebido y sentido hasta hoy.
La posmodernidad, sin embargo, será cautivada por lo divino, si el Misterio es buscado y experimentado no solo con la razón, sino también con la emoción, no solo con la Palabra sino también con el rito, no sólo en claves masculinas, sino también femeninas, no sólo en una religión con pretensiones de la única auténtica, sino en todas las religiones, no sólo en el espíritu sino también el cuerpo, no sólo en el cielo sino también en la tierra, no solo en la literatura religiosa, sino también en la profana, no solo en la seriedad sino también en el juego, no solo en la con-versión sino también en la di-versión.
Dios está en la posmodernidad como una presencia omniabarcante. Da la impresión de estar fragmentada y de llegarnos con rostro politeísta o panteísta. Es algo así como la Revelación de Dios que se nos ofrece en un solo Libro (Biblia), pero que nosotros percibimos como muchos libros, del antiguo y del nuevo Testamento. Decía Gregory Bateson que lo sagrado es “la totalidad”.
¿Dónde está Dios ausente en este tiempo posmoderno? ¿Cuáles son los signos de esta ausencia? ¿Ha entrado el ateísmo en la comunidad eclesial?
Dios es negado allí donde hay un pensamiento único; allí donde alguien intenta suplantarlo y sentarse en su trono; allí donde se expulsa el amor, la compasión, la hospitalidad; allí donde la violencia se instaura como forma de reacción, sea la violencia física, sea la violencia espiritual.
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