Diaconía de la Caridad: sanación y nueva evangelización

Frecuentemente, cuando se habla de la “nueva evangelización” se olvida la evangelización del “vete y haz tú lo mismo”. No se trata de anunciar, de transmitir una doctrina, de presentar el Evangelio en palabras. En este caso, la evangelización tiene que ver con el mandato de “hacer”. “Obras son amores y no tiernas razones”, solemos decir. El amor que se expresa en la praxis de la caridad. Por otra parte, si la gente, la sociedad valora tanto la praxis de auténtica caridad de la comunidad de Jesús, ¿no será el servicio de la caridad, el gran motor para una nueva evangelización creíble?

La parábola del buen samaritano es sumamente evocadora: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Desde aquí quiero hablar sobre la “diaconía de la caridad como motor de la misión”; he querido añadirle un subtítulo que delimita el tema: “Sanación y Nueva Evangelización”. Dividiré mi reflexión en tres partes:

  • Punto de partida: la parábola del Samaritano como mandato misionero.
  • Perspectiva: el Sínodo de la Nueva Evangelización.
  • Punto focal: la Misión de Caridad y Sanación en la Nueva Evangelización

I. Punto de partida: la parábola del Samaritano como mandato misionero (haz click aquí: video)

La parábola de Jesús es una enseñanza del Maestro que concluye no en el conocer, o en la transmisión de conocimientos, sino en el “ir” y el “hacer”.

  • El “ir” tiene que ver con el “bajar”, con el “descender”. No con el “subir”, ni “escalar”. El descenso tiene como objetivo dirigirse a los lugares peligrosos del mundo, a los bajos fondos, allí donde la gente se ve despojada, herida y malherida. Se trata de acercarse sin rodeos y enfrentarse con la realidad humana, con la que uno se encuentra.
  • El “hacer” tiene que ver con la conducta de quien no da rodeos, sino que se pone en acción inmediatamente ante la urgencia de la situación. No se trata de un “hacer” desganado o asalariado, ni de un hacer comprendido como mero trabajo. Es un “hacer” que brota de la compasión, de la misericordia abundante y que se expresa en diversas acciones que tienden hacia la restauración de la salud.

La parábola no es frecuentemente interpretada como un “mandato misionero”. Este tipo de calificación se reserva a otros textos como “Id y anunciad el evangelio a todos los pueblos…”. Sin embargo, aquí vemos cómo el Señor, con lenguaje imperativo, le dice al escriba que le había preguntado ¿quién es mi prójimo? ¡Anda! No le dice: ¡Quédate aquí conmigo! Jesús lo envía a los caminos del mundo, a los caminos del descenso y le confía una tarea: ¡Hacer!, no enseñar. El escriba no debe irse para establecer una escuela de teología, sino para innovarse con una praxis según el modelo que se le ha propuesto: el samaritano.

Ambos son textos de misión: los que se refieren al “enseñar” y los que se refieren al “hacer”. Y esto conecta con el estilo de Jesús al anunciar el Evangelio del Reino de Dios: aquello que Jesús “comenzó a hacer y a enseñar (poiei√n te kai« dida¿skein)” (Hech 1,1). Por una parte la acción, por otra parte la enseñanza.

Da la impresión de que en “la misión del hacer” Dios no es explícitamente mencionado. Y da la impresión, incluso, que el sistema religioso queda intencionalmente malparado: tanto el sacerdote (representante oficial de la religión), como el levita (el pensador y practicante de la fe religiosa) alejan el sistema religioso que representan del acontecimiento y viendo la situación no actúan. Si Dios se acerca al pobre hombre malherido no es a través de sus mensajeros explícitos, sino oculto en un samaritano, considerado hereje por la religión oficial de Israel. Movido por un arrebato de compasión se abaja ante el pobre hombre malherido, lo atiende y lo cuida hasta sacarlo totalmente del peligro. No hay signos sagrados en la historia que Jesús narra; pero todo se vuelve sagrado porque el actuar mismo del samaritano revela la compasión de Dios. Nada extraño, que en otro momento Jesús diga: “tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis…” (Mt 25).

Se da la circunstancia –no menos providente- de que nos encontramos en el contexto inmediato del próximo Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar en Roma dentro de unas semanas y que abordará el tema de la “Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Y uno se pregunta: ¿la reflexión sinodal sobre la misión evangelizadora, tendrá en cuenta también el mandato misionero de la parábola del samaritano? ¿Se pondrá suficientemente de relieve “el envío del descenso”, el envío para “hacer lo mismo” que hizo el samaritano? Quiera Dios que estas Jornadas puedan contribuir a una respuesta positiva a tales preguntas.

Veamos, pues, cómo hacer más explícita en la conciencia de la Iglesia actual la “misión del hacer samaritano”, “el envío del descenso”, la misión en el ámbito de la salud, como parte integrante de la “nueva evangelización” Pastoral de la Salud dentro de la nueva evangelización y cómo la nueva evangelización orienta e ilumina la pastoral de la salud.

II. Perspectiva: El Sínodo de la  “Nueva Evangelización”

Hoy estamos muy preocupados en la Iglesia porque la herencia cristiana-al menos en nuestros países- se va diluyendo en las generaciones intermedias y no germina en las nuevas. La Iglesia está pasando por una preocupante racha de esterilidad misionera. Da la impresión de que nuestra sociedad puede ya vivir y progresar sin el anuncio del Evangelio y sin la fe en Jesucristo. La Iglesia se percibe como una realidad poco atractiva, cada vez más envejecida y obsoleta; por eso, siente la llamada ineludible de su Señor a empeñarse en una “nueva evangelización”. Pero ante la expresión “nueva evangelización” surgen recelos y reacciones de poco entusiasmo. ¡La hemos escuchado ya tantas veces! ¡desde el concilio Vaticano II, Pablo VI –“Evangelii Nuntiandi”- y, sobre todo, Juan Pablo II –ya desde el inicio de su largo pontificado- y últimamente Benedicto XVI!. Parece ser una expresión en estado de inflación. ¿Hay “novedad” por el mero hecho de hablar tantas veces de novedad? De todos modos, el Papa Benedicto XVI vuelve a insistir en la “nueva evangelización”. Ha creado el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y además ha convocado un Sínodo.

1. “Continuar la obra evangelizadora de Jesucristo bajo la moción del Espíritu”

Si nos asomamos al Instrumento de trabajo del próximo Sínodo (=IL), vemos que en sus 169 números, divididos en cuatro capítulos[1] apenas se habla de la evangelización “samaritana”.

Y sin embargo, podría haberlo hecho en conexión con el comienzo del texto, cuando –citando Lumen Gentium- dice que tarea principal de la Iglesia es “continuar la obra evangelizadora de Jesucristo, haciéndola presente y actual, en las condiciones del mundo de hoy”[2].  Y eso significa, según el Instrumento de Trabajo “introducir en nuestro mundo e historia un principio de transfiguración del ser humano” (IL, 31). Y Jesús lo hacía a través de la curación y el perdón (IL, 29). ¡Estos gestos han de encontrar continuidad en una Iglesia evangelizadora[3]. La curación y el perdón atraen al ser humano hacia la intimidad de Dios; y en esa cercanía ¡fácilmente nace la fe! (IL, 23).  Es cierto, también, que la Iglesia continúa la misión evangelizadora de Jesús enseñando “todo lo que él ha mandado”  (cf. Mc 16,15; Mt 28,20), entregando el Evangelio (IL, 26).

La Iglesia continúa la misión de Jesús a través de la curación, el perdón y la enseñanza gracias al Espíritu Santo, principal protagonista de la Evangelización:

“El Espíritu Santo que los impulsó a abrir las puertas del cenáculo, transformándolos en evangelizadores y evangelizadoras (cf. Hch 2,1-4), es el mismo Espíritu que guía hoy a la Iglesia y la estimula a un renovado anuncio de esperanza dirigido a los hombres de nuestro tiempo” (IL, 41).

Pero es una lástima que no se desarrolle posteriormente la misión evangelizadora de la Iglesia en clave de curación y perdón. ¡Esperemos que algunas intervenciones durante el Sínodo subsanen esta importante carencia!

2. ¿En qué consiste “la novedad”? Fluctuaciones

Se pregunta muchas veces el documento pre-sinodal en qué consiste la “novedad” de la “nueva evangelización”. Las respuestas son fluctuantes y se reconoce que es una expresión “en construcción”. Juan Pablo II la utilizó repetidas veces en  sus viajes apostólicos con diversos significados(IL, 13): evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”[4], nueva evangelización de Europa[5], re-evangelización[6], evangelización en un nuevo tiempo y en los diversos lugares[7], o la recuperación del ardor misionero de los orígenes y de la pasión por evangelizar en todos los miembros del pueblo de Dios[8].

A esta variedad de significados sale al paso el Instrumento de trabajo diciendo que la “nueva evangelización”:

  • no es un nuevo modelo de acción pastoral, sino un proceso para relanzar la misión fundamental de la Iglesia (IL, 77);
  • no es una cuestión organizativa o estratégica, sino más bien espiritual (IL, 158)[9];
  • no significa “nuevo Evangelio”, sino promover una cultura más profundamente arraigada en el Evangelio (IL, 164), en descubrir «el hombre nuevo» (Ef 4,24), que está en nosotros gracias al Espíritu que nos ha sido dado por Jesucristo y por el Padre.

Reconoce, así mismo, que la evangelización se encuentra hoy en profunda transformación (IL, 76): las figuras tradicionales (países de misión y necesitados de evangelización, tarea pastoral etc.) resultan hoy demasiado simples y hacen referencia a un contexto superado (IL, 76)[10].

Y afirma, finalmente, que la “novedad” de esta evangelización, hoy necesaria, proviene de la confrontación con las “transformaciones sociales y culturales, que están profundamente modificando la percepción que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, generando repercusiones también sobre su modo de creer en Dios ” (IL, 6). Tales transformaciones generan desorientación, desconfianza hacia todo aquello que nos ha sido transmitido sobre el sentido de la vida y llevan al abandono de la fe (IL, 7). La situación de debilidad, disminución, privatización, reducción y falta de empeño en la transmisión de la fe a las nuevas generaciones requieren una nueva evangelización (IL, 48). Por ello, la Iglesia necesita re-novar, hacer “nueva” su evangelización. En este contexto, “nueva evangelización” quiere decir :

  • “discernimiento para anunciar adecuadamente el Evangelio en nuevos escenarios” (IL; 51),
  • audacia misionera para hacernos presentes en el tejido social. (IL, 138),
  • creatividad y fantasía para transmitir la fe a través del arte y la belleza (IL, 157),
  • renovada modalidad de anuncio, sobre todo para quienes viven en contextos de secularización, sin excluir de ello a los mismos países de tradición cristiana (IL, 44).

Estos significados muestran cómo el concepto de “nueva evangelización” va madurado y se va expresando a través de formas muy diferentes. No obstante, todavía seguimos en “búsqueda de su significado”, en discernimiento y nos sentimos estimulados hacia una nueva forma de evangelizar (IL, 44). Como síntesis conclusiva nos puede servir el n. 92 del IL, que describe la nueva evangelización como un proceso a través del cual  la Iglesia:

  • movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, llamando a la conversión, mediante la catequesis y los sacramentos de la iniciación;
  • impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas.
  • Hace renacer en sí misma la transmisión de la fe.

III. El punto focal: La Caridad, motor de la “Nueva Evangelización”

Focalicemos ahora nuestra atención en el núcleo de esta conferencia: la caridad sanante, samaritana, entendida como “nueva evangelización”.

1. La misión del descenso: “anda y haz tú lo mismo

La caridad es lenguaje de “nueva evangelización”: un lenguaje que se expresa más con obras de fraternidad y sororidad, de cercanía y de ayuda a las personas en necesidades espirituales y materiales, que con palabras (¡Así los expresa el IL, en el n. 124!).

Por eso, afirmamos que forma parte de la “nueva evangelización” una “nueva forma” de acercarse al ser humano en su enfermedad física o psíquica, en sus laberintos interiores, adicciones que lo desequilibran y corrompen. Esa “nueva forma” emerge en aquellos grupos eclesiales o humanos que enfatizan mucho en la terapia “holística”, en los procesos de sanación, en formas alternativas  más globales de pensar la medicina. ¿Será posible continuar hoy la actuación de Jesús que sanaba, porque una energía desconocida salía de él y suscitaba una fe profunda en los pacientes y quienes los acompañaban? O ¿habrá que reducir nuestra misión al cuidado de los enfermos, a la atención espiritual en sus necesidades, y a la resignada aceptación de la muerte cuando ya es inevitable?

En estos temas no nos bastan los slogans. Si todo es “nueva evangelización” nada es “nueva evangelización”. Si profundizamos en la comprensión de esa “nueva Evangelización” que hoy Dios nos pide, descubrimos que es la estrategia del Espíritu para sanar, iluminar y unir en Alianza al ser humano, y a las comunidades humanas de nuestro planeta en este siglo XXI; y en esta estrategia el Espíritu cuenta con personas que quieren nacer de nuevo como evangelizadores y evangelizadoras. Pero ¿podrán nacer de nuevo unos evangelizadores o evangelizadoras que ya se han vuelto rutinarios y viejos? Jesús diría, como a Nicodemo: “¡Tienes que nacer de nuevo del agua y del Espíritu”, o como en la parábola del Samaritano: “Vete y haz tú lo mismo”.

2. La nueva evangelización entendida desde la “Missio Dei”

La evangelización es la aportación peculiar de la Iglesia a la “missio Dei”. La misión no es principalmente una tarea de la Iglesia, sino un atributo de Dios. En la teología de la misión se enfatiza hoy mucho en esto. Se dice que es un nuevo paradigma de misión, como una revolución copernicana. Esto supone pasar de una concepción eclesio-céntrica de la misión, a una concepción teo-céntrica, o de una concepción cristológica de la misión a una concepción trinitaria[11].

Nuestro Dios es misionero. Jesús fue el enviado del Padre. Realizó las obras que el Padre le confió: por eso Jesús comenzó su misión con “el hacer y el enseñar” (Hech 1,1). En la perspectiva del “hacer” vemos, por ejemplo cómo en Mc 5, 21-43 Jesús realizaba su misión evangelizadora dando vida a la hija de Jairo, curando a la mujer que padecía flujos de sangre. Sanaba a través del tacto. El reino de Dios que Jesús anunciaba no era sólo cuestión de “oír” y de “ver”; ¡también de un “tocar sanador”![12]. Además de su mensaje, Jesús traía consigo la magia sanadora del Reino de Dios. Aquel que tenía poder para curar, sin embargo, no tuvo poder para salvarse a sí mismo. Cumplió en la cruz la misión recibida de Dios Padre: “Consummatum est!”.

Muy poco duró la misión de Jesús, pero ya Él les advirtió a los suyos: “os conviene que yo me vaya…. No os dejaré huérfanos…. El Espíritu os llevará a la verdad completa… Él hará memoria de mí”. El Espíritu Santo fue enviado a la comunidad de seguidoras y seguidores, fue derramado sobre toda carne. ¡Comenzó la misión del Espíritu! ¡Estamos en el tiempo de la misión del Espíritu. No es la Iglesia la que tiene una misión. Es la misión del Espíritu la que tiene una Iglesia. No es la Iglesia la que cura y sana, es el Espíritu quien cura y sana a través de los carismas que concede a la Iglesia. El Espíritu Santo es siempre el gran protagonista de la Misión[13]. Cuenta con la colaboración de la Iglesia en cada momento histórico. Para ello, suscita personas que dan testimonio, que evangelizan con sus obras y palabras, que han sido agraciadas con los más variados carismas.

La evangelización no se reduce sólo a la transmisión de la doctrina, a la enseñanza, al ministerio de la Palabra. También incluye el testimonio y la diaconía o servicio del amor. Más todavía: el Espíritu de Jesucristo ha de luchar y vencer “los malos espíritus” que se oponen al reino de Dios. Por eso, Jesús les dijo a sus discípulos: “¡curad, expulsad demonios”. La comunidad del Espíritu se sabe, por ello, implicada en la lucha apocalíptica pero tiene la certeza de la victoria final. Y en esa lucha contra los malos espíritus está incluida la misión de sanación y curación. ¡Un aspecto frecuentemente postergado y olvidado en las reflexiones teóricas sobre la misión”.

3. El ministerio de sanación – curación en la propuesta de la “Nueva Evangelización”

La “missio Dei” en la cual hoy la Iglesia colabora tiene su paradigma en Jesús. Lo expresó muy bien Pedro cuando pronunció estas palabras:

“Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buen Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo: cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con Él” (Hech 10, 36-38).

El libro de los Hechos de los Apóstoles contiene curaciones realizadas por los apóstoles que fluían en continuidad con el ejemplo y el mandato de Jesús y de su mandato. La carta de Santiago nos dice qué hacer cuando uno está enfermo en la comunidad: “la oración de la fe lo salvará… la oración del justo es poderosa y efectiva” (Sant 5,14-16). Fue la calidad de este cuidado y preocupación sanadora por los demás, lo que hizo crecer el número de cristianos en los días primeros. Pero con la legalización del cristianismo en el 313 “bajó la temperatura espiritual … lo que llevó a perder la conciencia del poder sanador de Cristo y a preocuparse  sobre todo de cómo organizar la Iglesia, codificar sus leyes y sistematizar su teología”[14]. De este modo, se comenzó a pensar que las curaciones pertenecían al mundo de la superstición y de la magia.

Sin embargo, ¿no es verdad que la curación pertenece a la misión evangelizadora? ¿Puede anunciarse creíblemente el Evangelio si prescindimos del poder del Espíritu que sana, cura, restablece? ¿Cómo entender hoy el pasar “curando”?  ¿Qué significa “curar”? La curación implica el cuerpo, la mente y el espíritu, los individuos y las comunidades. La curación puede ser física, mental, emocional, espiritual, social, cultural, comunitaria.

El obispo Mark Dyer de Bethlehem (Pensilvania, Estados Unidos) contó en uno de sus sermones lo que le ocurrió en una visita a la congregación de Madre Teresa en Calcuta. Un hombre, en avanzado estado de lepra se acercó al obispo y le pidió que le impusiera las manos para curarse. Atenazado por el miedo el obispo le pidió consejo a una hermana, que era también doctor. Ella le respondió: “¿Qué haría Jesús?”. El obispo replicó: “No, no. Lo que yo le pregunto es su opinión clínica”. A lo cual ella respondió: “¡Esa es precisamente mi opinión clínica!”. En ese momento el obispo sintió cómo quedaba liberado de sus miedos. Miró el rostro desfigurado de aquel leproso y –cuenta él- que vio el rostro de Jesús. Le impuso las manos en su cabeza mientras el obispo Dyer sintió cómo Dios estaba poderosamente presente en aquel momento de conexión. ¿Quién fue curado en aquel encuentro? Ciertamente el obispo tanto como el hombre leproso: ¡el amor perfecto expulsa el temor” (1 Jn 4,18).

También es probable que el sacerdote y el levita de la parábola  se vieran atrapados y movilizados por el temor. En cambio el samaritano se vio agraciado con el amor perfecto.

Si quisiéramos describir hoy la nueva evangelización desde la perspectiva de la sanación, quizá no encontraríamos una expresión mejor que la de Sharon Thornton en su libro “Roto aunque amado: una teología pastoral de la Cruz”. Allí escribe:

“La curación (Healing) es algo que ha de ser recibido, no algo que ha de ser arrebatado o procurado. Desde esta perspectiva la curación no proviene únicamente de la energía interna, ni de la autoconciencia, sino de relaciones de hospitalidad ante la presencia sanadora del Santo. El reino de Dios, el reino de los Santo, es el lugar de la curación. Es un reino no concebido, ni actuado por las tecnologías, ni siquiera por las tecnologías psicológicas o espirituales. La curación es la base de la esperanza en la historia, el don y el signo de que el reino de la Justicia está presente en medio de nosotros, y que ha de ser comprendido desde la compleja red de relaciones divino – humanas, o desde la Alianza. Restaurar la totalidad hace referencia a la reparación de toda esa red. El objetivo del cuidado pastoral como reconciliación significa crear justicia para todo el cosmos”[15]

Entrar en la comunidad cristiana, formar parte de ella, vivir su oración, sus sacramentos, su año litúrgico, es entrar en una auténtica comunidad terapéutica. Y cuando ésta comunidad anuncia el Reino de Dios, lo que está ofreciendo es la “salus”, la salvación, la terapia para ser arrancado del reino de la enfermedad y la muerte.

Es muy elocuente otro caso ocurrido a un psicoterapeuta, El psicoterapeuta Irvin Yalom cuenta la historia de un paciente suyo, llamado Carlos, que participó en un grupo terapéutico, en el cual arrojaba toda su violencia interior, sus frustraciones. Bastaba que le mostraran cariño para reaccionar despectiva y violentamente. Una vez tuvo un terrible sueño que le reveló que ¡eso no era vivir! Comenzó a descubrir una cierta empatía hacia los demás, que nunca antes había experimentado. Todos se dieron cuenta de cómo mejoraba su carácter. Al poco tiempo se le declaró un cáncer. Cuando ya estaba en la fase terminal, le visitó en el hospital Yalom, el psicoterapeuta; se sintió profundamente emocionado cuando a punto ya de morir le dijo Carlos: “Gracias a usted, gracias a usted por haber salvado mi vida”.

Es la comunidad evangelizadora aquella que ofrece, ante todo, la Alianza con el Dios compasivo y misericordioso

4. “Diaconía de la caridad” como motor de la misión evangelizadora

La crisis de credibilidad de la Iglesia y, con ello, la debilidad de su misión en la sociedad actual, es un hecho constatable. Hay encuestas que nos dicen que la gente no pone su confianza en la Iglesia de las verdades, de la ortodoxia. En cambio, sí que suscitan confianza las instituciones eclesiales dedicadas a la “diaconía de la caridad”. Da la impresión de que la diaconía de la fe es distinta de la diaconía de la caridad.

La nueva evangelización debe hacer ver que se trata de una sola diaconía con dos vertientes. Más todavía: ¿no debería ser la diaconía de la caridad el motor de la misión, la portadora de la visión? ¿No será la diaconía de la caridad el lugar donde se enseña prácticamente el mensaje cristiano? La “Caritas” se convierte así en una auténtica perspectiva teológica, una clave para entender nuestra fe y nuestra moral. Pero ¿es la caridad el elemento central de nuestra visión y misión?

La comunidad eclesial debería ser un espacio donde “Jesús es experimentable en nuestro tiempo”. Si somos su cuerpo y Él es la cabeza (Col 1,18), Jesús debería ser experimentable en nosotros. Su misión debería transparentarse en la nuestra. Y la misión de Jesús era, sobre todo, diaconía de amor hacia los más necesitados: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10). La diaconía de la fe debe ser de aquella “fe que actúa en la caridad” (Gal 5,6). Las obras de misericordia y de justicia hacen creíble la vida y el mensaje (Mt 24,1 – 25,46).

Hace creíble al testigo su capacidad de gratuidad: “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. La caridad de Jesús no tiene fronteras, por eso es misionera, incluyente, dialogante. En el ámbito de la diaconía de la caridad ocupa un lugar muy especial la atención misionera al mundo del dolor, de la enfermedad, del sufrimiento. Si en otro tiempo la misión cristiana con relación a los enfermos tenía como gran objetivo enseñarles y acompañarse en el “ars moriendi”, preparación para la muerte; hoy la perspectiva que nos desafía es la del “ars curandi” .

Lo que nos hace creíbles como evangelizadores es nuestra forma de vivir y actuar desde la caridad cristiana, pero también nuestro diálogo maduro, auténtico, inspirado, optimista y lleno de confianza en el personalismo y en la libertad.

Conclusión

El recorrido que hemos realizado en esta rflexión nos ha llevado desde el punto de partida (“La parábola del Samaritano como mandato misionero”) hasta una doble conclusión (el ministerio de sanación y la diaconía de la caridad como motores de la “nueva evangelización”). Excluir de la “nueva evangelización” todo aquello que la Iglesia realiza en el ámbito de la favorece una visión reductiva de la misión evangelizadora de la Iglesia. Las iglesias particulares han de volver a un nuevo paradigma de misión, en el cual además de conceder al Espíritu el protagonismo principal en la misión, se comprenda la evangelización desde los dos verbos iniciales de los Hechos de los Apóstoles y por el orden en que son presentados: “ “hacer” y a “enseñar” (“facere et docere”). El Señor Resucitado re-envia de nuevo a la Iglesia en misión de descenso, con las palabras de la parábola del Samaritano: “Vete y haz tú lo mismo” .

 

 


[1] 1) “Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre”; 2) “Tiempo de nueva evangelización”; 3) “Transmitir la fe”; 4)“Reavivar la acción pastoral”.

[2] Cf. Lumen Gentium, 17. 35.

[3] Cf. Eileen R. Borris, Forgiveness and the healing of nations, en “Dialogue and Alliance” 23 (2011), pp. 59-64; Cf. Pamela Cooper-White, Preaching faith and Healing, en Journal for preachers” 34 (2011), pp. 42-49;

[4] Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (Port au Prince, 9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 I (1983) 778. Debe reconocerse, sin embargo, que la expresión “nueva evangelización” apareció por vez primera en el documento de Puebla (1979), cuando hablaba de “situaciones nuevas que nacen de los cambios socio-culturales y que requieren una nueva evangelización” (Puebla, n. 366).

[5] Juan Pablo II, a partir de su primera visita a Polonia en el 1979, utilizó con frecuencia esta expresión y se refería a «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”, consciente de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo»

[6] Cf. Redemptoris Missio, n.33, con el significado de “re-evangelización” o “segunda evangelización”. Es necesaria una nueva evangelización para las regiones des-cristianizadas y para las personas cuya fe ha quedado atrofiada, sin crecer con el paso de los años (IL, 12.13).

[7] Juan Pablo II, Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003), 2.45: AAS 95 (2003) 650; 677. Todas las Asambleas sinodales continentales celebradas como preparación al Jubileo del 2000 se han ocupado de la nueva evangelización: cf. Juan Pablo II, Ecclesia in Africa (14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996) 35-36, 39-40; Juan Pablo II , Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 6.66: AAS 91 (1999) 1011, 56; Juan Pablo II , Ecclesia in Asia (6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000) 450-451; Juan Pablo II , Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002) 386-389.

[8] “Reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos”: Juan Pablo II, Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 40: AAS 93 (2001) 294.

[9] “En este inicio de milenio la prioridad de la Iglesia debe ser asumir con renovado impulso la propia misión evangelizadora, subrayando en ella el carácter de “novedad” (IL, 6). En su momento inicial, la nueva evangelización responde a una pregunta: ¿cómo ha de vivir un creyente su vocación espiritual y misionera ante los cambios sociales y culturales de nuestro tiempo? ¿Hacia dónde lleva el Espíritu hoy a las comunidades cristianas? ¿Se dejan guiar por Él (IL, 46)? “En nuestros días el anuncio del Evangelio se muestra mucho más complejo que en el pasado” (IL, 41); no es fácil dar razón de nuestro fe ante una situación inesperada, en un contexto que, respecto al pasado, presenta muchos rasgos nuevos, pero también críticos. (IL, 42) y que “modifican la percepción de nuestro mundo” (IL, 43).

[10] “«No es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados… los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa” Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 37.

[11] Cf. Mark Laing, Missio Dei: Some implications for the Church, en Missiology: An International Review, 37 (2009), pp. 89-99; David Bosch, Transforming Mission: Paradigm Shifts in Theology of Mission, Orbis, Maryknoll, 1991; Tormod Engelsviken, Missio Dei: The understanding and misundertanding of a Theological Concepto un European Churchus and Missiology, en International Review of Mission 92 (2003), 481-497;

[12] Cf. Frederick J. Gaiser, In touch with Jesus: Healing in Mark 5:21-43, en “Word and World”, 30 (2010), pp, 5-15.

[13] La evangelización solo es posible en la fuerza de lo alto, con la fuerza del Espíritu Santo (Lc 24,27-29; Hech 1,8). El Espíritu Santo guía la misión; Él es el que una y otra vez abre nuevas puertas (Hech 16,6-8; 2 Cor 2,12). Solo una Iglesia colmada del Espíritu Santo es capaz de ser misionera y evangelizadora. Cf. W. Kasper, La nueva evangelización: un desafío pastoral, teológico y espiritual, en George Augustin (ed.), El desafío de la nueva evangelización. Implsos para la revitaliación de la fe, Sal Terrae, Santander, 2011, pp. 29-31.

[14] Morris Maddocks, The Christian Healing Ministry, SPCK, London 1990, pp. 98-99; Zach Thomas, Healing Touch: the Church’s forgotten Language, Westminster John Knox Press, Louisville, 1994.

[15] Sharon Thornton, Broken yet Beloved. A pastoral theology of the Cross, Chalice Press, St. Louis, 2004, pp. 163-164.

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