DESIERTO, FRAGILIDAD Y GRACIA – Domingo 1 de Cuaresma (ciclo C)

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Enfrentarse al vacío, al desierto, a nuestra vulnerabilidad.
  • Lo que Jesús rechazó, después le fue concedido
  • ¡Entremos en el desierto! 

Enfrentarse al vacío, al desierto, a nuestra vulnerabilidad

El evangelio de Lucas nos propone la escena del desierto, donde Jesús enfrenta el vacío y al mal espíritu, pero «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1). Es importante esta frase: “lleno del Espíritu Santo”.

El evangelista Marcos presenta a Jesús tentado por el Maligno, sin especificar cuáles fueron las tentaciones. El evangelista Mateo estructura las tentaciones como un desafío ascendente: hambre (convertir las piedras en pan), milagro (arrojarse desde el pináculo del Templo) y poder (la posibilidad de obtener todos los reinos de la tierra), 

El evangelista Lucas invierte, invierte sin embargo el orden: hambre, poder y milagro: el milagro sería saltar desde el pináculo del templo y esperar que los ángeles lo recogieran, porque además está escrito en uno de los salmos. Ésta era la tentación de la religiosidad espectacular: usar a Dios para ser admirado. 

En el desierto, Jesús está hambriento, es vulnerable. El Tentador le ofrece soluciones inmediatas: pan(seguridad material), reinos (poder político), ángeles (manipulación de lo divino). Pero esa no es la identidad de Jesús.

Lo que Jesús rechazó… después le fue concedido

Él no fue el mesías poderoso y rico, sino el hijo de Dios que «escucha el clamor del pobre». ¡El desierto no era para Jesús un lugar maldito, sino un lugar de encuentro con Dios!

Jesús no buscó atajos: lo que el Maligno le ofrecía, acontecería en otro momento y de otra forma: un día multiplicó los panes y los peces para una muchedumbre hambrienta.

Otro día no buscó un milagro espectacular, sino que se dejó clavar en una cruz como un malhechor; finalmente, tras la mayor kénosis, Dios le concedió que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame que Jesús es Señor. 

Jesús -lleno del Espíritu- al no ceder a las tentaciones no suprimió lo humano, pero sí lo transfiguró. Ayunó 40 días para escuchar la Palabra de Dios: «No solo de pan vive el hombre». Así, quien sigue a Cristo no evita el desierto, pero lo atraviesa con la certeza de que «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26). La libertad no es ausencia de lucha, sino confianza en que, incluso en la caída, somos «más que vencedores» (Rm 8,37).

¡Entremos en el desierto! 

El desierto nos despoja. Estamos llamados a caminar con los pies en la tierra y el corazón en la promesa de Dios. Las tentaciones de Jesús revelan que lo divino se esconde en la fragilidad: no en el pan que se acumula, ni en los reinos que oprimen, ni en los milagros que deslumbran, sino en el silencio que confía. Hoy, el Espíritu nos invita a un éxodo interior: dejar de temer nuestra humanidad para convertir el desierto – como Jesús- en cuna de resurrección.

Conclusión

¿Qué piedras queremos convertir en pan? ¿Qué reinos idolatramos? ¿Qué precipicios nos seducen? La respuesta no está en nuestra fuerza, sino en la memoria de un Dios que, en el desierto, susurra: «Yo soy tu refugio».

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