Des-protocolizar o el abrazo de Michelle

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Ha llamado la atención el trato cariñoso, que la esposa del presidente Obama, Michelle, ha dispensado en una recepción a la Reina de Inglaterra. Dicen los entendidos que no es esa la forma de tratar a una Reina de Inglaterra. Los protocolos intentan preservar las jerarquías y mantenerlas siempre en su grado correspondiente. Desdice del protocolo la confusión, la equiparación de los planos. En este caso, Michelle Obama se habría excedido y se habría situado en un plano que no le corresponde.

No obstante, a mí me parece muy bien. Porque ¡ya está bien de tanto protocolo! La historia pasada se vuelve tirana del presente y no lo deja expresarse como quiere. Hemos pasado la etapa de la des-mitologización y también con ella debemos entrar en la etapa de la des-protocolización. Si estamos convencidos de que aquí nadie tiene “sangre” diferente de aquella que fluye por la especie humana, si estamos seguros de que las razas humanas son versiones distintas y bellas del ser humano, que las lenguas son expresiones maravillosas de nuestros cuerpos espirituales, ¿porqué no hacer que los protocolos expresen más y más la realidad y no la sofistiquen?

Me ha parecido muy bien que una mujer de raza negra se abrace con una reina de raza blanca y difumine de esta manera las distancias protocolarias. Comienza así un nuevo siglo para las dinastías más tradicionales.

Pero ésto no acaba aquí. Mi intención es aplicarlo también a los protocolos eclesiásticos. Ahí los protocolos se mantienen con un tradicionalismo obstinado. Genuflexiones, besamanos, inclinaciones, vestiduras y etiquetas sagradas… protocolos tan divinos, que en realidad son excesivamente humanos. Se mantiene un pasado que nos hace volver al medioevo. Por eso, es necesario también des-protocolizar en la Iglesia. ¡Qué bien nos vendría otra Michelle que difuminara los espacios que separan e iniciara el protocolo de la cordialidad, de la fraternidad, de la sororidad.

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