No es fácil “reconocer a un auténtico profeta”. Lo normal suele ser oponerse, criticarlo y encontrar argumentos para justificar nuestra conducta. Esto sigue sucediendo en el ámbito político y religioso.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La incredulidad de los paisanos de Jesús-.
- La incredulidad contemporánea
- La humildad del profeta.
La incredulidad de los paisanos de Jesús
El evangelio de Marcos nos presenta hoy las preguntas que se hacían los paisanos de Jesús, tras enterarse de que en otras partes hacía cosas portentosas y transmitía un mensaje diferente al de los maestros de Israel. Cuando sus paisanos se preguntan: ¿no es éste el hijo de María? Podrían estar pensando que su padre no era José, sino alguien desconocido, pero María sí era su madre. Estos argumentos les parecían suficientes para no creer en Jesús -como profeta- ni aceptar su mensaje: ¿cómo podría ser profeta un hijo ilegítimo, el hijo de María?
Jesús es despreciado por sus paisanos, por quienes lo conocían desde su infancia. Con ello prolongaban la rebeldía del pueblo de Israel contra sus profetas y la constante ofensa a Dios: dice la segunda lectura de este domingo, tomada del profeta Ezequiel: “Me han ofendido hasta el día de hoy”. Y las nuevas generaciones siguen siendo tan rebeldes o más.
La incredulidad contemporánea
También hoy nos cerramos a la verdad. Descalificamos al que piensa distinto. Demonizamos y descalificamos a otros, sin dudar de nuestros presupuestos. Preguntémonos: ¿a qué personas públicas yo demonizo? ¿Dudo de mi crítica o estoy convencido de que tengo razón?
La humildad del profeta
La segunda lectura de 2 Cor, nos da otra clave para el discernimiento profético: el profeta es humilde, no tiene soberbia, se reconoce así mismo débil, herido; por eso, es misericordioso, comprensivo. El profeta no acusa a los demás sin auto-acusarse. No tiene un sentimiento de superioridad sobre los demás.
Cuando crece la soberbia colectiva, ¡claro que se demoniza a los demás! Propio de los demonios es la soberbia y la mentira. ¡Por eso, ocultan su podredumbre para aparecer como ángeles de luz!
El humilde Jesús se admiró de la falta de fe; se admiró de que le demonizaran. Quizá le faltaba experiencia misionera. Estaba en los comienzos. Comprendería poco a poco que el Reino es como una semillita, que se planta. Jesús se volvió paciente. Comenzó a tener perspectivas más amplias. Se preparó para perder muchas batallas, pero no para perder la guerra. Al final, en la cruz, exclamó: “Abbá, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Entonces el profeta demonizado se convirtió en la fuente del Espíritu.
Conclusión
Tengamos paciencia. Seamos comprensivos. Reconozcamos nuestra debilidad, nuestro pecado. Seamos humildes´. Pues solo entonces, la profecía resonará en nuestros labios y modelará nuestras manos. El Maestro seguirá hablando a través de nosotros y curando a través de nuestras manos: “aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”.
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