Una biografía transcultural
En mi vida he tenido varias experiencias de desarraigo cultural que me han servido para entender mejor el fenómeno de la transculturación.
A mis 19 años me destinaron a Roma. Abandoné la España franquista y entré en la democrática Italia. En aquel tiempo se trataba de dos mundos culturales diferentes. En medio se interponía la lengua. Aunque se trataba de dos lenguas latinas, bastante semejantes, pero no era lo mismo pensar en italiano que en español, dirigirse a un público italiano, que a un público español. Los viajes anuales de Italia a España me hacían comprender mejor las diferencias culturales y los cambios que en mí se producían.
A mis 24 años fui destinado a Munich (Alemania). Entré en aquel mundo sajón, tan distinto al latino, como quien se abre a un nuevo mundo. El ambiente universitario estaba enormemente afectado por la revolución del 68 y el influjo de un pensaminto marxista ilustrado. El cambio cultural era evidente, interpelador. La nueva lengua, el alemán, apenas tenía que ver con aquello que había respirado en el ámbito latino. No se prolongó mi estancia en Alemania más de un año, pero pude experimentar mi complejo de inferioridad ante una comunidad humana más alta y vigorosa, más compleja en su forma de pensar, muy legal en su forma de conducirse, demasiado osada en su ruptura con la moral tradicional.
A mis 40 años fui destinado a Curitiba (Brasil). Entré en el mundo latino-americano que menos tenía que ver con lo hispano. Era un espacio cultural muy autóctono, pero, al mismo tiempo muy integrador de las diferencias culturales de todos los continentes. Una nueva lengua me invitaba a expresarme, a entrar en su “secreto”. Recuerdo el primer contacto con ella en Rio de Janeiro: en aquel domingo, en cuya Eucaristía no era capaz de entender ni siquieraq el tema de las lecturas bíblicas. No se trataba simplemente de la lengua portuguesa. En ella tenían influencia mestiza y sincretista muchas otras culturas y lenguas. La tolerancia cultural me llamaba la atención y, por otra parte, la capacidad de sentir la cultura brasileña, como una propuesta creadora, artística, diferente.
A mis 44 años comencé a tener contacto anual con las culturas asiáticas a partir de mis numerosísimos alumnos y alumnas tanto de Filipinas, como de China, Vietnam, Thailandia, Indonesia, Malasia, Pakistán, Corea, Japón, islas Solomon, India, Sri Lanka, Myanmar, Bangladesh. Allí el inglés transcultural, con los más variados acentos, me sirvió de vehículo imprescindible de comunicación.
Con esta historia, yo no me siento un nómada cultural. Se necesitan muchos años de aprendizake para sentirse cómodo en una cultura. Ese no ha sido mi caso
Desde este contexto, se podrá entender mejor, la reflexión que quiero hacer seguidamente, inspirado por un autor a quien admiro, Tzvetan Todorov, en un libro publicado a finales del siglo pasado y titulado “el hombre desplazado”.
La transculturalidad
Cuando un extranjero llega a un país, desconoce casi todo de él. Poco a poco se va familiarizando a través de una transición casi imperceptible. Llega el día en que no se siente ya “tan extranjero”. Pasado el tiempo se siente como si perteneceria a dos culturas, a dos sociedades a la vez: uno utiliza dos lenguas diferentes, cambian de idioma, se dirige a destinatarios diferentes. La doble pertenencia crea un malestar especial a la hora de expresar lo que uno piensa y es. Surge a veces una especie de incompatibilidad. Cada una de las lenguas es como un todo que las vuelve incombinables.
Decía el coronel Lawrence “de Arabia” que “todo hombre que pertenece realmente a dos culturas pierde su alma”. Hay personas que elogian hoy la pluralidad de las culturas, la mezcla de las voces, que valoran el cosmopolitismo y el nomadismo generalizado. Pero ¿ésto es posible? ¿Es posible abandonar una cultura para inculturarse en otra? ¿Se produce, más bien, una especie de sincretismo cultural? ¿ O tal vez, gestos de amistad entre culturas diferentes?
Llamamos desculturación al hecho de abandonar la propia cultura para adquirir progresivamente una nueva cultura. Ese proceso de adquisición se denomina aculturación. La cuestión es ésta ¿puede una persona desculturizarse del todo? ¿No es propio de la cultura evolucionar, cambiar, abrirse a realidades nuevas? La cultura no es un código inutable. Cuando una cultura no evoluciona, se vuelve cultura muerta y muere; como murió el latín de puro no evolucionar. Yo creo que una persona no puede desculturizarse del todo. Ni tampoco es bueno, que lo haga, porque realmente “pierde su alma”. Además, ¿quién te lo exige?
Llamamos transculturación, sin embargo, al echo de abrirse a otras culturas, a la disposición para adquirir nuevos códigos culturales, sin perder los antiguos. Es como vivir a la vez fuera y dentro: como extranjero “en mi casa” (mi lugar de origen y cultura) y como en mi casa “en el extranjero” (el lugar en el que vivo una nueva cultura). Se trata de una especie de biculturalismo. Surge de aquí un ser humano “liminal”, desplazado.
Para tener acceso a la transculturacion hay que pasa primero por la aculturación. Ésta es indispensable. La transculturación exige desarraigo. El ser humano, cuando es arrancado de su medio, de su país, sufre l principio; pero aprender a no identificar cultura con naturaleza; no deja de ser humano por abandonar la propia cultura, por aprender otra lengua. Cuando se vuelve transcultural, aprende la tolerancia. Comienza a despegarse un poco a aquello a lo que estaba tan apegado.
El cambio de espacio cultural enseña a distingir enre lo relativo y lo absoluto: no todo es relativo, porque “no todo da igual”, ni todo es absoluto, porque “no todo es blanco o negro”.
Consecuencias
No todo el mundo tiene vocación transcultural. Hay personas que por razones de sobrevivencia se ven obligadas a ello. Hay que comprenderlas, acogerlas, ser hospitalarios con ellas.
Pero es cierto, que hay en la vida misionera una innata llamada a la transculturalidad. Es vital para la misión el amor y la amistad interecultural. Ese es el medio en el cual florece la comunicación evangélica de la Revelación. Ese es el medio en el cual los servidores de la Verdad, nos abrimos a la Verdad.
Aceptamos perfectamente a quienes se sienten llamados a ser guardianes de una cultura; respetamos a quienes se instalan en determinados valores culturales y sólo pretenden conservarlos y mantenerlos vivos. Pero también ¡qué admirables son aquellas personas que rebasan las fronteras! Ellas hacen nuestro mundo habitable, lo abren a lo diverso, crean contextos de hospitalidad La vida consagrada y misionera han demostrado que el nomadismo espiritual sereno, sabio y certero son un enriquecimiento para la humanidad y los grupos. Y parece que en ello se realiza el dicho de Jesús: quien deja cultura por su nombre, encontrará un tesoro.
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Hola, que bonito el articulo y cuanto me he identificado con ella. La transculturalidad vivo como algo tan natural que no se me habia ocurrido de pensar en lo que has escrito, gracias.