No nos invita a la castidad -tal como la hemos comprendido tradicionalmente- el ambiente global que nos rodea, el aire cultural que respiramos. La educación sexual que se imparte a las nuevas generaciones no incluye dentro de sus contenidos referencia alguna a la virtud de la castidad. Sí es sensible, no obstante, al respeto a la persona y a la libertad del otro; condena el acoso y la violencia sexual y doméstica; pero también defiende amplios espacios para la libertad y el disfrute sexual en las diversas edades y condiciones.
Los avances sociales se plasman en la defensa del derecho a la diferencia sexual, en la promoción del sexo seguro -para evitar enfermedades, contagios, embarazos no deseados-, en el derecho a la intimidad y a la “privacy”.
Hay mucha gente que, influida por el pensamiento de Freud, piensa que abstención del sexo es anormal y neurotizante. Otros, como Alfred Kinsey en su libro sobre la conducta sexual en el varón, defienden que el ejercicio de la sexualidad mejora la salud y el éxito social. La situación en la que nos encontramos se ve reflejada en el cine, en las series de televisión, en la literatura, en el arte de la danza, en la canción, en las noticias e investigaciones periodísticas o judiciales. Somos herederos de la todavía persistente “revolución sexual” de los años 60.
Forma parte de este nuevo contexto la pérdida de credibilidad del celibato y de la castidad profesada. Las crecientes denuncias por abusos sexuales o las investigaciones periodísticas sobre la realidad homosexual oculta y activa en la vida clerical, nos dificultan el mostrar con hechos y palabras “la verdad del celibato y de la castidad”.
Ha habido intentos de mostrar la verdad de la castidad[1], pero los resultados no han sido tan satisfactorios como se esperaba. Creo, con todo, que no debemos desistir en el empeño. Lo importante no es asumir principalmente la perspectiva del “voto” que hemos de cumplir, sino la del “Consejo evangélico”. Es el Espíritu Santo -el Gran Consejero en nombre de Jesús- quien orienta permanentemente a la persona elegida para el celibato para que su vida sexual sea vivida en castidad. El Espíritu es nuestro Contemporáneo y vuelve contemporáneos los consejos del Jesús del Evangelio para que respondan a la situación de hoy[2]. Quiera el Santo Espíritu que este retiro pueda servirnos para ello. Lo dividiremos en tres etapas:
- Primera: Los dos amores: Eros y Agape
- Segunda: Cuando la virtud de la castidad envuelve al cuerpo
- Tercera: “Hago y renuevo el voto de castidad… pero en la sombra”
1. Los dos amores: el eros saneado
Le debemos al Papa emérito Benedicto XVI una reflexión iluminadora -en su encíclica “Deus Caritas est”- sobre el amor es su doble dimensión de “eros” -dimensión ascendente- y de “agape” -dimensión descendente-
- El “eros” es el amor como “deseo” que brota en nosotros y entra en un proceso de búsqueda, está ligado a nuestra condición sexual.
- El “agape” es el amor como “donación” y “entrega” que tiene su fuente en Dios: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado” (Rom 5,5).
- Como seres humanos pertenecemos todos a una especie “desecante” y al mismo tiempo una especie agraciada y generosamente entregada los demás Las dos dimensiones del amor están llamadas a unirse e interconectarse..
El papa Benedicto explicó el “amor-eres” en los siguientes términos:
- El eros es el amor ascendente: un arrebato, una locura divina que prevalece sobre la razón y que arranca al ser humano de la limitación de su existencia; el eros es esa potencia divina que estremece al ser humano y le hace experimentar la dicha más alta -como decían los pensadores griegos-. El poeta romano Virgilio exclamó: “Omnia vincit amor” (“Todo lo vence el amor”), y después añadió: “¡Rindámonos también nosotros al amor!”. El eros debe ser celebrado como fuerza que nos hace entrar en comunión con la divinidad[3].
- Aunque el Nuevo Testamento no utilice nunca el término eros y lo sustituya por agapé, sin embargo, no es verdad que el cristianismo haya tratado de “envenenar” o destruir el eros -como denunciaba acusadoramente el filósofo Nietzsche-. A lo que se opone el cristianismo es al eros divinizado, al “eros ebrio e indisciplinado que se convierte en caída, degradación”; otra cosa distinta es el eros en búsqueda apasionada de lo divino.
- La tendencia idolátrica del eros -a causa del pecado- hace necesaria la práctica del control y señorío sobre el instinto, la purificación y maduración de los deseos. No se trata de “envenenar” el eros, sino de sanearlo[4]. El eros nos lleva en éxtasis hacia lo divino, más allá de nosotros mismos -como demuestran los místicos. Por eso, precisamente necesita ascesis. Renuncia, purificación y recuperación[5].
- El eros adquiere su verdadera grandeza cuando carne y espíritu aman al mismo tiempo. En cambio, cuando el eros se convierte en puro sexo, en mercancía, en simple objeto de compraventa, entonces queda degradado. El amor en su dimensión más sublime aspira a lo definitivo: en cuanto exclusividad y en cuanto totalidad (también de tiempo)[6].
“En la narración de la escalera de Jacob, los Padres han visto simbolizada de varias maneras esta relación inseparable entre ascenso y descenso, entre el eros que busca a Dios y el agapé que transmite el don recibido”[7]
Benedicto XVI
Esta reflexión nos da una perspectiva interesantísima para no situar el celibato únicamente en la zona del agape, como ha venido siendo normal, sino también del eros.
2. La virtud de la castidad: cuando el alma envuelve al cuerpo
La castidad como “virtud”
La castidad es una virtud para toda persona que quiera vivir su realidad amorosa y sexual en armonía, belleza e integridad.
- La castidad debe ser entendida como una virtud, una energía, como una potencialidad que nos es donada y debe ser por nosotros acogida y activada.
- No es una virtud únicamente reservada a quienes viven en celibato, o soltería, ni solo para los casados, sino para todos los seres humanos en su diversidad sexual, en las diferentes formas.
- Los cristianos entendemos esta virtud como el resultado de la presencia del Espíritu Santo en nuestros cuerpos; del Espíritu que nos aconseja y nos energiza para poder vivir desde nuestro cuerpo la realidad del amor; el Espíritu nos inspira, educa y energiza, para que aprendamos -poco a poco- el arte de amar, y consigamos la capacidad para armonizar la doble energía amorosa: la ascendente (eros) y la descendente (agape). El Espíritu acogido como “huésped de nuestra alma” nos ayuda al autodominio sexual, a ser dueños de nuestros sentimientos, a acrecentar nuestra capacidad de donación, evitando y superando nuestras tendencia al narcisismo.
- En el verdadero amor el alma envuelve al cuerpo, decía Nietzsche. Y tenía mucha razón. Porque la castidad es amor con alma y cuerpo. La castidad es un don del Espíritu de Dios que va inoculando en el eros sensibilidad, ternura, calidez, profundidad, magnanimidad, sensibilidad ecológica, armonía corpóreo-espiritual, integridad. La castidad hace entrar en la “revolución de la ternura” contra cualquier forma de dureza de corazón. La dureza de corazón es la causa de los divorcios, de las relaciones despersonalizadas y violentas -tanto de los célibes como los que tienen otra forma de vida. No está presente la castidad -carisma del Espíritu- allí donde las relaciones son groseras, descorteses, hirientes, machistas, dictatoriales, humillantes, cínicas, insensibles, viciosas, desvergonzadas, llenas de villanía o insensibilidad hacia el otro.
¿Castidad perfecta e imperfecta?
Para definir la castidad consagrada o o el celibato virginal se ha recurrido a la expresión «castidad perfecta», presuponiendo que la castidad conyugal es “imperfecta”. Sin embargo, la virtud de la castidad será de una u otra forma casi siempre “imperfecta”, aunque tiende siempre como virtud a una perfección mayor. La mera continencia sexual no convierte en perfecta a la castidad. Ni la relación esponsales tampoco la convierte en imperfecta.
La castidad como don del Espíritu va transformando el cuerpo humano en sí mismo y en sus relaciones, haciendo que responda a su razón de ser, a su vocación, a la llamada que cada cuerpo humano recibe. La castidad sella cada cuerpo humano con su auténtica verdad, con su identidad. Y hace del cuerpo humano regalo, gracia, para los demás: d una forma vocacional en el matrimonio, de otra forma vocacional en el celibato. No hay, pues castidad perfecta y castidad imperfecta, mayor o menor, sino diversas formas de castidad. Como dijo Jesús, “es del interior, del corazón del hombre, de donde salen…” (Mc 7,15)
¿La pureza o la impureza?
Definir la castidad en correlación con las categorías de «pureza» o «impureza» no es adecuado, porque mantiene el prejuicio antiguo de considerar el ejercicio de la sexualidad matrimonial como «impuro». Tampoco es justo definir la castidad como el hecho de estar sexualmente intacto. En la castidad matrimonial, sin embargo, no se trata de una abstención de cualquier contacto sexual entre hombre y mujer, sino de la forma en que hombre y mujer se encuentran “como personas”.
La verdadera cuestión está aquí en definir exactamente esa forma de castidad. La castidad está en la relación: en la dignidad, en la ternura, en el amor de las relaciones interpersonales que se establecen entre marido y mujer, entre amigos, entre miembros de una comunidad, entre colaboradores… entre cada persona y su Dios, entre las distintas vocaciones.
La castidad, virtud de todos en sus formas normal y liminal
Desde este horizonte ¿qué es la castidad?: ternura desinteresada, capacidad poética en el amor que siempre se renueva, donación y entrega como arte, búsqueda incansable de la verdad del ser, satisfacción agradecida por servir a un reino todavía escondido. Castidad es aprendizaje de unión cada vez más íntima entre cuerpo y alma.
Hay algunos que han recibido el don del celibato. Su vocación no es casarse. Y no se casa, como decía Jesús, “por el Reino de Dios”. Esta forma liminal de vida no es entendida por muchos. Y no es entendida porque aparece como una forma de vida en sexualidad indefinida, como los eunucos. Su capacidad generativa y sexual queda en paréntesis, bloqueada, para ser “sublimada” en otra forma de vida humana al servicio del Reinado de Dios y además, para “hacerse solidaria” de la forma de vida de los “eunucos reales”, que no pueden casarse.
La castidad liminal sitúa el cuerpo de estas personas en el ámbito del cuidado, del servicio, de la defensa y promoción de la valores del Reino de Dios, de la gran familia extendida; emerge en ellas y ellos otro modelo de maternidad y paternidad espiritual. .
¡La ascesis necesaria!
La castidad se ve constantemente amenazada por la incontinencia, el desenfreno, los contextos del mal. Vivir en castidad es lucha, es también arte; requiere ejercitación, ascesis; es perder para ganar, es renunciar para conseguir… No es fácil, en quienes, perdiendo el sentido de la felicidad, la confunden con el placer. La falta de castidad, de pudor, priva a las relaciones de su más trascendente belleza y capacidad seductora y simbólica.
- Hay dos ascesis: la ascesis de la pareja y la ascesis del monje, religioso o consagrado.
- Ambas ascesis tienen el mismo fin: hacer prevalecer la trascendencia de la persona respecto a una naturaleza desconectada, respecto a una sexualidad demasiado anónima frecuentemente, y, sobre todo, respecto de la indiferencia que se vuelve agresiva hacia la profundidad del otro o de la otra.
- Este es también el motivo por el cual la vida consagrada en celibato, cuando no es dualista ni totalitaria, ni orgullosa, puede ofrecer una enorme ayuda a quienes están comprometidos en el camino de la pareja conyugal.
3. Celibato en castidad y sombra
El Espíritu, que concede el don del celibato-virginidad, no lo lleva a plenitud sin nuestra libre colaboración:
- Cada cuerpo humano está marcado por sus experiencias y deseos. Podemos convertirlo en un olvidado depósito de fracasos y penas, o de goces y buenas memorias, o despertarlo.
- En nuestro cuerpo está escondido el mapa de nuestra auténtica identidad; cuando se despiertan las memorias, nuestro cuerpo resucita y habla. El cuerpo no tiene problema en identificarse con las partes rechazadas de nuestras vidas, con nuestras contradicciones y ambigüedades[9]. Cuando el cuerpo resucita y empezamos a aceptar nuestras zonas –hasta ahora- sombrías, nos sentimos liberados y transformados:
“solo se transforma el que se acepta”.
C.G. Jung
“No se da proceso válido sin toma de conciencia de la sombra” .
K. Durkheim
En la parábola del hijo pródigo un hermano es la sombra del otro. Entre los hermanos Jacob y Esaú uno es la sombra del otro; Lía era la sombra de Jacob. ¡Qué bien lo dijo Paul Celan!
“Habla,
pero no separes el no del sí.
Da sentido a lo que dices:
dale su sombra.
Dale suficiente sombra
tanta cuanta es necesaria para parcelar
entre la medianoche, el medio día y la medianoche.
Dice la verdad, quien dice “sombra”Paul Celan[10].
Esto nos indica cómo la tarea de la libertad en la integración del don del celibato no es fácil, ni simple.
- Se consigue lentamente a través de las relaciones personales de amistad, de la asunción de todo lo que acontece en nosotros, de la superación de nuestros miedos, de la fidelidad a nuestro proyecto de vida, de la confianza en la gracia que nos ha sido dada[11].
- La madurez del celibato se muestra en la aceptación de la propia sexualidad, en la capacidad de tolerar ciertas frustraciones, en la acogida de las personas de otra condición sexual.“Afirmarse como una presencia personal, es manifestarse como rostro, y no como sexo”[14]. El “pudor” es como el sacramento del celibato espiritual; y se expresa en la nobleza del cuerpo, en el vestido, hasta en las relaciones con el mundo infrahumano. El celibato evangélico es una forma especial, extraordinaria, profética, de vivir la castidad. Ese celibato es don, es tarea.
- La castidad del celibato está llamada hoy a ejercer una notable función profética en nuestra humanidad, tentada por tantas idolatrías, y en especial por la idolatría del sexo. Y también una notable función educadora para mostrar la importancia de la revolución de la ternura, de la ternura de corazón y de la integración espíritu-cuerpo. La castidad de los eunucos por el Reino de Dios es una fuerza liberadora y una energía divina que encauza nuestro eros hacia Dios y su Reino, que nos vuelve cercanos a los alejados, descartados, y nos hace entrar en una “nueva familia”.
Para la reflexión personal y la reunión comunitaria
No suele ser muy frecuente entre nosotros poder departir y conversar sobre este tema de la “virtud de la castidad”, ni entre casados, o parejas, ni entre célibes. Quizá en este día de retiro podamos intentarlo, partiendo de las dos siguientes lecturas, leídas personalmente y en grupo y después meditadas personalmente y compartidas:
Lectura bíblica
“El cuerpo no es para la fornicación (porneia) sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo…. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy, entonces, a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis que el que se une a una prostituta se hace un cuerpo con ella? Porque está dicho: Serán los dos una sola carne. … Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados mediante un precio. Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” .
1 Cor 6, 14-16.18-20
Lectura espiritual
“Castidad significa unificación, pacificación, integridad e integralidad de todo el ser. Hay castidad cuando la persona integra realmente el eros, el dinamismo de su naturaleza. Abandonarse al movimiento ciego del eros es desintegrarse. Matar el eros sin resucitarlo, sin vivificarlo en el Espíritu, es secarse”
O. Clement, Sobre el hombre, ed. Encuentro, Madrid 1983, pp. 123‑124
[1] Cf. Lauren F. Winner, Sex in the body of Christ, en “Christianity Today” May (2005), pp. 29-30; cf. Id., Real sex: the naked truth about Chastity, Brazos Press, Grand Rapids, 2005.
[2] Cf. Patrick, Riley, Civilizing Sex: on chastity and the common good, T&T Clark, Edinburgh 2000. El desafío de salvar a la sociedad de las tempestades del egotismo libidinoso. Riley fundamenta su reflexión en la filosofía política de santo Tomás de Aquino, mediada por la filosofía de Jacques Maritain. Argumenta que la castidad ejerce una función social para el bien común en Israel (Decálogo) En la tradición judía la castidad es una virtud central. Sin castidad la civilización se hunde, y sin la defensa de la castidad por la ley, la sociedad implota.
[3] Cf. Deus Caritas est, 4.
[4] Cf. Deus Caritas est, 5.
[5] Cf. Deus Caritas est, 5.
[6] Cf. Deus Caritas est, 6.
[7] Deus Caritas est, 7.
[8] Orientaciones educativas para la formación en el celibato sacerdotal, 11 abril 1974, en Enchiridion Vaticanum V, 1974-1976.
[9] Cf. Ludger Viefhues, “On my bed at night I sought him whom my heart loves”: reflections on trust, horror, and the queer body in vowed religious life, en “Modern Theology” 17 (2001), pp.413-425.
[10] Paul Celan, “Von Schwelle zu Schwelle”, 1955.
[11] Bours, J., El celibato por amor al reino de Dios, en J. Bours – F. Kamphaus, Pasión por Dios. Celibato – Pobreza – Obediencia, Sal Terrae, Santander 1986, p. 62.
[12] Cf. Doug Rosenau –Michael Todd Wilson, Soul Virgins: redefining single sexuality, Sexual wholeness Ressources, 2012.
[13] Cf. José Cristo Rey García Paredes,
[14] O. Clement, Sobre el hombre, ed. Encuentro, Madrid 1983, p. 90.
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