Nos conmueven los gestos de quienes se acercan a los crucificados de nuestro tiempo e intentan bajarlos de la cruz. Nos conmueven las personas que se conmueven, que muestran una gran sensibilidad hacia los más necesitados de ayuda, de consuelo, de compañía.
Nos remuerde la conciencia cuando no nos acercamos a quienes nos piden ayuda y, en cambio, nuestra mayor preocupación es -en aquel momento- procurarnos nuestro descanso, diversión, o tal vez asistir a una buena comida. Nos remuerde la conciencia cuando nos enteramos de cómo gran parte de la humanidad sufre, enferma, muere prematuramente, pero tratamos de pacificarnos mirando hacia otro lado… .
No podemos declararnos seguidores de Jesús si nos olvidamos de ese perenne viernes santo que día a día es noticia de primera página.
El Dios de la Biblia es un Dios cruciforme:
- antes de que la Cruz fuera plantada en una colina fuera de lo muros de Jerusalén, ya Él llevaba su cruz en el corazón: porque sufría a causa de su Pueblo, con su Pueblo y por su Pueblo. Sufría como un Esposo o una Esposa defraudados por la infidelidad del consorte a la Alianza.
- Cuando su Hijo se hizo hombre también Él cargó con su cruz y en ella murió: “hasta una muerte de cruz”, como dice Filipenses 2. O como se nos dice en Colosenses:
“Dios quiso “reconciliar con El y para Él todas las cosas, pacificando por medio de la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos… Os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte y en su cuerpo de carne” (Col 1, 20-23).
La vida apostólica se configuró como una vida cruciforme también:
“Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vootros y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
Y también la vida de todo cristiano: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, es decir, entrar en su vida de kénosis y de cruz.
Solo las historias “cruciformes” llevan a creer en Dios: aquellas vidas que pueden ajustarse a la cruz de Jesucristo. No las vidas que en lugar de condenadas, condenan; en lugar de oprimidas, oprimen, en lugar de despojadas, despojan.
El cristianismo se distingue inmediatamente por la cruz, por el signo de la cruz.
- Pero ¿revela siempre aquello que debería revelar?
- ¿A qué se debe que la imposición de una cruz se convierta no pocas veces en un signo de reconocimiento, de concesión de poder y prestigio?
- ¿A qué se debe que tantas crónicas y relatos eclesiásticos o religiosos apenas concedan espacio a los humillados, a los desplazados y desprovistos de poder y enseguida tengan la alfombra roja quienes cuentan con grandes instituciones poderosas?
La vida cruciforme no es un fin en sí misma. Nada de masoquismo. EL amor es el motivo, la kénosis es el medio, y la transformación es el fin. El fin se muestra en las clínicas médicas, las escuelas, los programas de nutrición, los orfanatos… Por eso, hay gente que deja su casas y sus cosas, para ponerse al servicio de esta finalidad.
La cruciformidad trae a los individuos una transformación en santidad y a la sociedad justicia y compasión.
El concepto cruciforme apostólico nos ayuda a explicar el declive de la cristiandad en el mundo occidental. El cristianismo pierde su centro cuando coloca su centro en el poder del mundo y la autoridad, incluso en nombre de Cristo. La preocupación de los cristianos por el poder y la propiedad ha sido la historia de gran parte de la moderna historia europea. Hemos de retornar a una existencia eclesial cruciforme. Cuando una comunidad se preocupa más por su auto-existencia en lugar de una existencia misionera y con el poder en lugar de la kénosis, la identidad cristiana se desvanece.
Nuestra historia ha de refeljar la naturaleza de Dios, el Dios de la historia, el Dios cuya humanidad se hace presente en la comunidad con el Padre y el Espíritu.
Recordemos que estar bautizado es estar crucificado con Cristo y llevar u estilo de vida cruciforme, que se distingue inmediatamente de cualquier forma pagana de vivir[1]. Así el bautizado es un imitador del Jesús cruciforme y asi contagia su forma de vivir en otros:
“Os hicísteis imitadores nuestros y del Señor, cuando recibisteis la palabra en mucha tribulación con la alegría del Espíritu Santo, con el resultado de que os hicísiteis un ejemplo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya” (1 Tes 1,2-7).
No olvidemos que nuestrol bautismo es crucifixión con Cristo y su resultado se traduce en existencia cruciforme, como ejemplaridad que incita a ser imitada. La Iglesia está llamada a ser icono vivinte de la cruz, del Mesías crucificado. Por eso, hay que habalr de una iglesia cruciforme[2].
A la luz de esto una iglesia cruciforme es la comunidad de fe fomada por los que están junto a la cruz.
[1] Cf. Micaherl Gorman, Cruciformity: Paul’s Narrative Spirituality f the Cross, Eerdmans, Grand Rapids, 2001.
[2] Cf. Leonard Allen, The Cruciform Church, Abilene Christian University Press, Abilene 1990. .
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