Cuando se constituye una comunidad religiosa, ¿en qué se piensa? ¿En el cómo, en el para qué, o en el porqué? Tengo la impresión de que en no pocas ocasiones las comunidades son el resultado parcial –al menos- del acomodo de personas un poco difíciles. Hay quienes justifican esto diciendo que la principal razón de la vida religiosa es “vivir en comunidad”. La comunidad tendría el primado sobre cualquier otra consideración: “a imagen de la Trinidad”, que es comunidad –se suele decir desde una perspectiva teológica-. A esto se añade la afirmación de que “la comunidad no es instrumento para otros objetivos… tiene razón de ser en sí misma”. Pero tal vez, la cuestión no sea tan simple.
1. El Dios que se nos revela como Trinidad no es sólo comunidad, es Misión. La comunidad trinitaria se nos revela como comunidad en misión.
Comunidades a imagen de la Trinidad, llevan la misión incrustada como su quintaesencia. En la reflexión teológica sobre la misión se dice y con toda razón que es la “Missio Dei” la que configura la Iglesia y la comunidad. Hablemos, pues, de esto.
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2. Nuestro planeta es el hábitat de millones y millones de comunidades. Allí donde los seres humanos vamos, allí creamos comunidades. Las comunidades nos dan identidad, nos definen: mi tribu, mi familia, mi ciudad, mi trabajo, el club al que pertenezco, mi escuela, mi iglesia, mi templo… mi comunidad “on line”. Hay además comunidades de seres vivientes. La ecología nos habla de “biocenosis” –comunidades de vivientes- y de “biotopos” – lugares donde están los vivientes-.
El campo semántico de esta palabra se extiende en nuestro tiempo para aplicarla con muchísima frecuencia al mundo de los negocios, de la política, de la universidad, del arte, de las nuevas tecnologías… (cf. Jono Bacon, The art of Community, 2009).
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3. En la vida consagrada vivimos ordinariamente en comunidad. Los niveles de satisfacción por parte de quienes las formamos no es ordinariamente muy elevado. A pesar de la extraordinaria resistencia de esta institución, sin embargo, el grado de disfrute y de pertenencia no es demasiado alto. Se le atribuye a san Juan Berchmans (1599-1621) aquella frase
“mea maxima poenitentia vita communis (mi máxima penitencia es la vida común)”.
¿Deberá ser así? ¿Sigue siendo así?
Quisiera lanzar algunas propuestas que nos ayuden a poder cantar con el Salmo 133 la belleza de la comunidad de hermanos y hermanas, a descubrir el camino y el método para constituirla como espacio de pertenencia, maduración personal, inspiración, compromiso y gozo.
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4. Partamos de un dato real: ¡es difícil vivir en comunidad! Lo nuestro es una profecía exagerada de comunión. Es comprensible que no siempre lo consigamos. Nuestras comunidades agrupan a personas que no se han elegido, que son muy diferentes en su personalidad, hábitos, sentimientos, puntos de vista. Ahora se añade la diferencia de raza, de cultura, de generación.
Por otra parte, quienes las lideran, improvisan a veces su liderazgo. No tienen hoja de ruta: no reflexionan sobre el “de dónde viene” y “hacia dónde se dirige” el grupo comunitario. Más que líderes parecen agentes de tráfico que intentan regular la circulación y evitar atascos o colisiones de vehículos que siguen rutas diversas. Quienes son más responsables hacen lo posible por aprender el arte de la comunidad y por servirla incondicionalmente. Quizá lo que expongo les pueda ayudar.
Ser comunidad es gracia y arte. Es un don, que sólo se aprecia cuando se cultiva y se está dispuesto a dejarse penetrar y transformar. Ser comunidad es peregrinar hacia una nueva tierra, pero con otros. En la meta se descubre el encanto del camino.
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5. Para ser comunidad se necesita una fuerza aglutinante. Y ésta es “un ethos compartido”. Es decir, una causa ética por la que merece la pena entregarse, compartir con otros u otras, apasionarse. El “ethos compartido” produce entusiasmo, afecta interiormente y aglutina.
Hay comunidad allí donde existe un ethos que congrega. En la vida consagrada denominamos “carisma” a este ethos aglutinante.
El carisma colectivo es reconocido como un don del Espíritu que hemos heredado y que ahora se despliega y expande entre nosotros. Entendemos que el carisma no es solamente una tarea a realizar (atención a los pobres, o tareas educativas o sanitarias), sino, ante todo, una forma de sentir a nuestro Dios y sentirnos ante Él: en unos casos es el Dios-Misericordia, Compasión, en otros el Dios-Palabra y Buena Noticia, en otros el Dios-liberador…. Es una experiencia de Dios compartida que nos hace comunidad a su imagen y semejanza, dentro de la limitación de la experiencia carismática. Esa peculiar forma de sentirse ante Dios nos sitúa en un peculiar espacio eclesial y social. El espacio social y eclesial de unas comunidades es el de la marginación, el de la educación o la sanidad de otras, en el de la evangelización explícita el de otras, el de la contemplación el de otras….
Hay comunidades que tienen como objetivo compartir su visión, sus ideas, sus creencias, su espiritualidad. El ethos compartido genera comunidades extendidas de vivencia y de acción transformadora. Todo auténtico carisma contiene un elemento “mágico” no fácilmente descriptible que enamora, asombra, polariza, que hace soñar y moviliza para que los sueños se hagan realidad. Lo que se expande y contagia no es una teoría sobre el carisma, sino su magia misteriosa, que apasiona.
Lo que constituye una comunidad no es el trabajo que realiza, sino aquello que la aglutina mágicamente para que sus miembros caminen juntos, codo con codo, hacia una meta común.
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6. La comunidad reúne a personas libres, autónomas. Por eso, es una realidad sumamente compleja e imprevisible. No se pueden esperar de ella resultados ciertos. La ciencia de la comunidad no da como resultado el “tiene que ser así”, sino el “podría ser así”. El lenguaje del arte comunitario no genera certidumbres, sino el misterioso resultado de una interacción de libertades. En cambio, el lenguaje de la programación ha de ser exacto, preciso, riguroso. Una comunidad no puede ser el resultado de un programa impuesto, sino de un deseo o querer compartido. Una comunidad nace del creer todos en lo mismo y no de la realización de un trabajo recompensado. “Martin Luther King Jr. hizo un discurso sobre “¡Tengo un sueño!”, y no sobre “Tengo un programa”.
Lo que construye una comunidad o la genera, no es el grupo bien programado, sino las interacciones dentro de él. Estas interacciones y los sentimientos de pertenencia que ellas producen, son generados por una forma peculiar de economía: la economía social.
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7. ¿Qué es lo que hace que un joven quiera integrarse en una comunidad carismática, en una congregación y que se una a personas que nunca ha conocido? ¡Las inter-acciones que hay dentro de él y los sentimientos de pertenencia que se van anudando! Cuando no hay pertenencia, no hay comunidad. No se pertenece por un acto voluntarístico. La pertenencia nace de una alianza mutua entre todos. Nadie se siente dueño. Todos se sienten co-propietarios. Todos participan de los beneficios. Todos se comprometen en las cargas. Pertenencia es la recompensa a una fuerte relación de co-propiedad carismática. En cambio, cuando algunos se apoderan del carisma, roban a los demás la pertenencia y los vuelven personas sometidas, ajenas al patrimonio común.
El sentido de pertenencia es como un río que fluye. Nunca se detiene. Lo que mueve el río es la comunicación, la información, la transparencia. Mueve el río de la pertenencia el compartir historias, relatos, mitos. La pertenencia requiere confianza. Cuando la confianza se pierde, las palabras y las promesas no tienen ya sentido.
Los miembros de la comunidad deben poder realizar sus sueños, cumplir sus mejores ambiciones, pero, sobre todo, tener un sueño colectivo que realizar.
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8. Estructurar una comunidad es una de las tareas primordiales para descubrir aquello de lo que una comunidad es capaz. ¿Y cómo estructurarla? ¡En equipos! ¡Haciendo de la división la oportunidad para la mutua colaboración! Un equipo es una unidad competente para realizar algo. Por ejemplo, unas personas pueden ser un equipo de oración y súplica; otras personas pueden formar un equipo de hospitalidad y acogida; otras forman un equipo educativo, o sanitario o de evangelización. Como unidad de competencia un equipo es parte de una comunidad más amplia que persigue una finalidad conjunta. Los equipos han de conjuntarse como las piezas de un puzzle: para ello necesitan comunicación de ideas, compartir relatos, influencia mutua.
No es lo mismo un equipo que un grupo de “amigos o amigas”, que un lobby de poder y presión. Esos sí que son una amenaza para la comunidad. Mientras que los grupos favorecen la transparencia comunitaria , los grupos y lobbies funcionan desde la opacidad y el rumoreo.
La comunidad se constituye como grupo de personas apiñadas en torno a un interés compartido. Los equipos son subgrupos que lo hacen de una manera específica. Los equipos son esenciales a la hora de construir una comunidad. A través de ellos se comprende cómo es la comunidad. Así se construyen bloques de pertenencia. Los equipos son unidades de pertenencia.
El flujo de información o comunicación entre grupos es complejo y difícil. Es importante que los grupos se comuniquen desde el corazón del carisma, desde el ethos compartido. Es importante que todos sientan que contribuyen a la realización del sueño carismático. Y que se cree un clima de confianza y adecuado para que la comunidad pueda desarrollarse.
“Ponerse juntos es un comienzo. Mantenerse juntos es progreso. Trabajar juntos es éxito” (Henry Ford).
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9. Se constituye de verdad una comunidad, o una comunidad de comunidades, cuando es capaz de expresar su misión (¡declaración de misión!) y cómo todos los equipos y miembros se integran dentro de ella.
Una comunidad religiosa sabe que ella no es la dueña de la misión, sino que está llamada a colaborar en la “missio Dei”, a convertirse en cómplice de la Misión del Espíritu Santo. No basta una declaración genérica y abstracta. Ha de volverse muy concreta. Quien tenga acceso a ella, debería enseguida entender cuál es la razón de ser y los objetivos de esa comunidad. Sus miembros deberán sentirse inspirados y estimulados por ella y focalizados en ella.
Carisma y declaración de misión ofrecen el sentido de una comunidad -o una comunidad de comunidades- y las configuran.
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