En la era digital, en la que estamos entrando, disponemos de un nuevo instrumental –con posibilidades inéditas-. Lo que cambia no es lo que hacemos, sino el modo de hacerlo: seguimos enviando cartas, pero ahora lo llamamos “emails”. Seguimos escribiendo, pero ahora lo hacemos no con la pluma, o la máquina de escribir, sino con el ordenador. Seguimos hablando, pero no atados a un teléfono, sino caminando, en cualquier lugar y circunstancia.
El cambio de instrumentos da lugar a una transformación de la sociedad y de la cultura y hace que aparezca un nuevo paradigma que, como tal, nos hace cambiar la conducta, la actividad, las expectativas.
El instrumental tecnológico nos aporta la infraestructura para un nuevo tipo de sociedad: la sociedad-mundo.
Los objetos técnicos: entre el olvido y la idolatría
No es infrecuente escuchar que la técnica des-humaniza y que es necesario crear un sistema de defensa ante ella. Existe una filosofía y una teología tecnofóbicas. Ese es el clima intelectual propiciado por posturas como las de Martin Heidegger en “La pregunta por la técnica” o por la Escuela de Frankfurt.
Sin embargo, el objeto técnico se está volviendo cada vez más semejante al objeto natural: liberado del laboratorio se incorpora dinámicamente al ser humano en el entramado de sus funciones y sus correlaciones[3].
Un gran pensador, bastante desconocido, Gilbert Simondon (1924-1989), rescatado últimamente de las sombras, propuso revisar las concepciones modernas que distinguen radicalmente a animales y “objetos técnicos” de los humanos. Propuso la elaboración de una filosofía de la tecnología, como un auténtico pos-humanismo[4]. Según él, las viejas demarcaciones que distinguen al hombre del animal y de la máquina han perdido vigencia[5].
Para Simondon todo ser (sea que pertenezca al reino de lo meramente físico, de lo vital, de lo psíquico, de lo social o de lo técnico) tiene un modo de existencia en continuidad con los demás.
La cultura actual supone que los objetos técnicos no contienen realidad humana; no así los objetos estéticos. A éstos se les da derecho de ciudadanía en el mundo de las significaciones; a los objetos técnicos se los sitúa en el mundo sin estructura y sin significaciones; solamente son válidos por su función útil.
De la desvalorización de los objetos técnicos se pasa a la supervaloración y la identificación con el objeto sagrado. Nace entonces el tecnicismo que es idolatría de la máquina como aquella que concede cada vez más poder. El deseo de poder consagra a la máquina como medio de supremacía. Ante la máquina el ser humano delega su humanidad: intenta construir la máquina que piense (inteligencia artifical), la máquina que ame, la máquina de vivir, para quedarse detrás de ella sin angustia, libre de todo peligro, exento de todo sentimiento de debilidad, y triunfante de modo mediato por lo que ha inventado. […]
“Lejos de ser el vigilante de una tropa de esclavos, el hombre –escribe– es el organizador permanente de una sociedad de objetos técnicos que tienen necesidad de él como los músicos tienen necesidad del director de orquesta”.
Nuestra cultura se equilibrará si redescubrimos la naturaleza de los objetos técnicos, sus relaciones con el ser humano y entre ellos. Hay diversos modos de relación entre el ser humano y el mundo: modos técnicos y modos no-técnicos. La tecnicidad es una forma de relación del ser humano con el mundo.
Esta toma de conciencia nos llevará a reconocer que necesitamos además del psicólogo y el sociólogo, del tecnólogo o mecanólogo. La iniciación a las técnicas se debe situar en el mismo plano que la educación científica; es tan desinteresada como la práctica de las artes, y domina tanto las aplicaciones prácticas como la física teórica; puede alcanzar el mismo grado de abstracción y de simbolización. Un niño debería saber qué es una autorregulación o una reacción positiva, al igual que conoce los teoremas matemáticos[6].
Necesitamos –y esto habría que añadirlo al pensamiento de Simondon- una profunda reflexión teológica sobre los objetos técnicos, en los cuales el ser humano se extiende, se refleja, se vuelve creador. Nuestra percepción de Dios ha estado siempre mediatizada por la no-tecnología. Mientras el ser humano la necesitaba, Dios aparecía como tecno-fóbico. Sin embargo, imaginemos en un instante a un Dios Padre con un superordenador creando el mundo, con un supermóvil hablando con toda la gente y accesible a ella, con un gran televisor contemplando las maravillas de su creación y las grandes creaciones de sus hijas e hijos, o los dramas que viven. Imaginemos a un Dios que cada vez descubre nuevas posibilidades: “verte sin pausa creando, y siempre necesitando, del hombre más, cada día”.
[1] Cf. José Cristo Rey García Paredes, Misión y espiritualidad de la Esperanza. Claves para la vida consagrada contemporánea, Amigos del Hogar, Santo Domingo – República Domincana, 2009, pp. 12-15.
[2] CF. Edgar Morin, Una mundialización plural, en Dênis de Moraes (coord..), Por otra comunicación. Los media, globalización cultural y poder, Icaria editorial, Barcelona 2005, pp. 277-291.
[3] En marzo de 2007 Telefónica organizó en Madrid un congreso sobre “ontología de la distancia”. Era un congreso para hablar de “móviles”, de teléfonos. Se trataba de ver cómo la mediación técnica aborda el tema de la distancia. Allí Stigler afirmó que por su concretización técnica el objeto técnico se vuelve cada vez más semejante al objeto natural.
[4] Entre sus obras: El modo de existencia de los objetos técnicos (Prometeo) -parte de un curso dictado en 1964-; Dos lecciones sobre el animal y el hombre (La Cebra). La individuación (La Cebra y Cactus). Gilles Deleuze se inspiró en Simondon, en “Diferencia y repetición y lógica del sentido”. Cuando más se expuso a la publicidad Simondon fue en 1965, cuando formó parte activa de la organización de un coloquio internacional de Royaumont (una reunión tradicional de la intelectualidad francesa) sobre el concepto de información en la ciencia contemporánea.
[5] Merece la pena evocar a Marshall McLuhan que afirmó que el medio es el mensaje, que las tecnologías admiten ser consideradas como prolongaciones de nuestro cuerpo y nuestros sentidos, que los medios de comunicación electrónica admiten ser considerados extensiones de nuestro sistema nervioso central, y que es posible distinguir entre medios cálidos y fríos. “Alta definición es el estado del ser bien abastecido de datos. Visualmente, una fotografía es una alta definición. Una caricatura es una definición baja por la sencilla razón de que proporciona muy poca información visual. El teléfono es un medio frío o un medio de definición baja debido a que se da al oído una cantidad mezquina de información, y el habla es un medio frío de definición baja, debido a que es muy poco lo que se da y mucho lo que el oyente tiene que completar (…) los medios cálidos son de poca o baja participación, mientras que los medios fríos son de alta participación para que el público los complete”. (McLuhan, La comprensión de los medios como extensiones del hombre. México: Diana, 1977, p. 47). “Después de tres mil años de explosión por medio de técnicas fragmentarias y mecánicas, el mundo de Occidente entra en implosión. Durante las eras mecánicas prolongamos nuestros cuerpos en el espacio. Hoy en día, después de más de un siglo de técnica eléctrica, hemos prolongado nuestro propio sistema nervioso central en un alcance total, aboliendo tanto el espacio como el tiempo, en cuanto se refiere a nuestro planeta. Estamos acercándonos rápidamente a la fase final de las prolongaciones del hombre, o sea la simulación técnica de la conciencia, cuando el desarrollo creador del conocimiento se extienda colectiva y conjuntamente al total de la sociedad humana, del mismo modo en que ya hemos ampliado y prolongado nuestros sentidos y nuestros nervios valiéndonos de los distintos medios” (McLuhan, La comprensión de los medios como extensiones del hombre. México: Diana, 1977, pp.26-27).
[6] Cf. De la Introducción a El modo de existencia de los objetos técnicos, Prometeo, 2007. Ttrad. De Margarita Martínez y Pablo Rodríguez.
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