“Caminando en Esperanza” es el lema del día de la Vida Consagrada. Es un slogan bello que hace referencia, en primer lugar, a la gran variedad de formas de vida consagrada que existe en la Iglesia católica, que nos habla de “sinodalidad” evangélica y de una meta misteriosa hacia la que nos encaminamos.
Gran variedad de formas de vida consagrada
Existe en la Iglesia católica actual una gran variedad de formas de vida consagrada:
- el antiguo monacato, que persiste hasta hoy: la orden de san Benito Benedictinos, la Orden de los Cistercienses, las órdenes medievales de los Canónigos regulares
- Las grandes órdenes de la edad media: Franciscanos, Dominicos, Carmelitas, Mercedarios, Trinitarios (en sus ramas masculina y femenina), los Hermanos de San Juan de Dios… las Clarisas…
- Las congregaciones clericales y misioneras, como los Jesuitas, los Somascos, los Camilos, los Hermanos de la Salle, los Maristas,
- Las incontables congregaciones femeninas y masculinas modernas, clericales y laicales,
- las sociedades de vida apostólica, como las Hijas de la Caridad, los Paules… los congregaciones misioneras.
- Los institutos seculares, que fueron aprobadas por vez primera en la Iglesia por el papa Pío XII y que tienen múltiples expresiones, y forman muchas veces algo así como una vida consagrada por los consejos evangélicos, pero indetectable.
- Una forma de vida con mucha antigüedad son las vírgenes consagradas individuales, consagradas por el obispo y dependientes de él.
- Últimamente se le ha dado carta de ciudadanía a las viudas consagradas.
- Y están a la espera de una aprobación definitiva nuevas formas de vida consagrada.
Este es el rostro de la vida consagrada oficial en la Iglesia católica en este momento. Y éste es el día que celebramos su existencia y persistencia en la vida de la Iglesia.
La omnipresencia de estas formas de vida
La vida consagrada es como una red pública y a veces secreta, que va cubriendo generación tras generación nuestro planeta. La encontramos en el polo norte y en el polo sur. En los desiertos y en las florestas como la Amazonia. En los altos picos de los Andes y en los poblados marítimos.
La vida consagrada responde a la fantasía desbordante del Espíritu. Está formada por seres humanos, que tantas veces no son los mejores, ni los más intelectuales, pero en quienes Jesús un día puso su mirada, e invitó a seguirle en esta peculiar forma de vida y de misión, con el peculiar propósito de atender a los más vulnerables de nuestras sociedades.
Un contexto difícil para la vida consagrada hoy
La ola de secularización y ateísmo o alejamiento de Dios y de la religión va invadiendo nuestras sociedades. En ese contexto la vida consagrada en sus variadas formas no atrae tanto como en otros tiempos a las nuevas generaciones. Por eso, la vida consagrada está envejeciendo en Europa y América, se ve obligada a cerrar no pocos de sus centros de evangelización (de educación, salud, acogida de marginados y vulnerables). Los noviciados van reduciéndose y cuentan con pocos nuevos candidatos.
El lema de esta Jornada, sin embargo, nos invita a no des-corazonarnos: a seguir el camino emprendido, a redescubrir una nueva sinodalidad con toda la Iglesia, a tener esperanza porque el Espíritu de Dios es siempre Promesa y Agente de Innovación. El lema es: “Caminando en Esperanza”.
Caminando…
La Iglesia contemporánea está muy sensibilizada ante la Sinodalidad, a la que el papa Francisco nos ha convocado. Y no digamos, la vida consagrada. Ella ha sido -especialmente desde el Concilio Vaticano II- un modelo de sinodalidad interna. ¿Qué han sido los Capítulos generales, provinciales, las asambleas comunitarias de gran parte de nuestros institutos? ¿No han sido un auténtico aprendizaje y ejercicio de sinodalidad? Ahora, nos invitamos a continuar este proceso sinodal con otros, con el laicado, con nuestros ministros ordenados, en las Iglesias locales y en la Iglesia universal. Y no solo eso: estamos abiertos a la otra sinodalidad, que puede ser interconfesional, interreligiosa, intercultural, intergeneracional, social…
Pero no hemos de olvidar que el camino de la vida consagrada es el seguimiento de Jesús. Y a Jesús no se le sigue por “la puerta ancha”, que conduce al “camino ancho”, porque éste lleva a la perdición. A Jesús se le sigue entrando por la “puerta estrecha” y encaminándose por el “camino estrecho”, que lleva a la Vida. Cuando el joven rico quiso seguir a Jesús, se echó atrás porque el camino que se le mostraba era el “camino estrecho”: el de la pobreza, el que lleva a Jerusalén y al Calvario. Esa era la sinodalidad que la Iglesia y la vida consagrada quiere actualizar en este tiempo. La sinodalidad no nos abre un camino ancho, sino estrecho, el único que lleva a la Vida y que colabora en la misión de Jesús
Con esperanza
No queremos caminar solos. Deseamos hacerlo, eso sí, con nuestra identidad peculiar, con nuestra marca carismática, con nuestro relato evangélico peculiar. Este es el camino que hoy el Espíritu Santo nos propone.
Al añadir al “caminado” el acento de “con esperanza”, no podemos obviar que la vida consagrada está envejeciendo y cuenta en Europa, en España, con pocos relevos, nuevos candidatos, de modo que en algunos años podría ir desapareciendo tras cerrar muchas de sus comunidades. Obviamente, el recurso a la esperanza, es lo principal que nos queda: “la esperanza es lo único que se pierde”.
No se nos dice que “con optimismo”, ni “con realismo”, sino “con esperanza”. La esperanza no es una virtud que nosotros podamos obtener con nuestro esfuerzo, con nuestras actitudes de mejora moral. La esperanza es una virtud teologal; lo que quiere decir que no es una conquista nuestra, sino un regalo, un don, que hemos de recibir de Dios. No espera quien quiere, sino aquel a quien le es concedido.
Fe, esperanza y caridad son las tres virtudes teologales que hay que entender en “perichóresis”, como las tres personas de la Trinidad. Las tres virtudes reflejan que la Presencia y acción trinitaria en nuestro espíritu. Jesús nos lo prometió en la última cena: “Vendremos a él y haremos morada en él”. Cuando somos morada de nuestro Dios Trinidad florecen en nosotros las tres virtudes teologales. Y una de ellas es la Esperanza, que viene de Dios no defrauda, aunque necesitemos paciencia, y resilencia hasta que se cumpla.
La esperanza, virtud teologal, no sitúa su esperanza aquí en la tierra, en el tiempo, sino en Dios. Esta esperanza va configurando nuestra forma de vivir aquí en la tierra, en el tiempo. Sin esperanza, nuestro caminar será un viaje hacia ninguna parte. San Pablo utilizó una expresión que puede intrigarnos: “En esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24). Con ello nos indica que la salvación total está sobre todo en la meta, y no tanto en el camino. La meta es tan segura que justifica el esfuerzo del camino.
La palabra “esperanza”, como término bíblico importante nunca es esperanza “vana”, sino “segura”, “fiable”. Quienes no están en Cristo no tienen “ni esperanza ni Dios” (Ef 2,12). Los ídolos -de cualquier tipo- no son fiables, defraudan. San Pablo nos sigue diciendo, como en su tiempo a los cristianos de Tesalónica: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1 Tes 4,13).
La vida consagrada tiene un porvenir, aunque no conozca los pormenores: no acabará en el vacío. Cuando el porvenir es cierto, el presente se hace llevadero. La puerta oscura del porvenir se nos ha abierto de par en par, porque el Espíritu de Dios nos habita y dirige nuestro caminar (Benedicto XVI, Spe Salvi). Si nuestro Dios es Aquel que gobierna el universo, todo depende de su voluntad, de su amor. Y si conocemos a esta Persona, y ella nos conoce, entonces ya no somos esclavos del universo y de sus leyes, sino que ahora somos libres, porque todo lo conduce el Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor.
Lo que esperamos está ya, en semilla, en la fe (Heb 11,1). La fe nos pone en contacto con la realidad. Nos hace pregustar el porvenir en el presente. El hecho de que este futuro existe, cambia ya el presente. Así lo experimentamos en la vida sacramental de la Iglesia, en nuestros rituales que nos hacen comunidad y nos unen con la comunidad invisible de quienes nos precedieron en la fe. La fe otorga a nuestra vida una base nueva, en nuevo fundamento en que apoyarnos (cf. Heb 10, 34). Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio” (2 Tim 1,7).
“Caminando en esperanza” quiere decir que, aunque muchas cosas se derrumben, lo esencial permanecerá en pie y que podemos estar seguros de la victoria final. Porque ¿si pasa… qué pasa?
Impactos: 472
Bella exposición del lema. Gracias