Iniciamos un nuevo año. Nos deseamos un ¡feliz año nuevo! Sin embargo, no tenemos la felicidad al alcance de la mano. La felicidad es siempre un regalo, una bendición. A ello nos invita la primera liturgia de este año 2025.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El deseo de vida y de fecundidad
- Bendecidos por Dios.
- La madre “bendita” de Jesús
El deseo de vida y fecundidad
¡Qué bella es la lectura del libro de los Números que acabamos de proclamar! En ella se nos habla de la bendición.
La bendición es un deseo de vida y de fecundidad. Ese deseo sólo Dios puede colmarlo. Pero nuestro Dios quiere que también nosotros podamos bendecir o quizá mejor, que nosotros podamos desear para otros la bendición de Dios.
Aún recuerdo cómo se emocionaba mi padre al leer esta lectura del primer día del año, y cómo comentaba y resaltaba cada una de sus palabras: ¡que el Señor te proteja, ilumine su rostro sobre ti, se fije en ti… te conceda la paz!
Bendigamos, sí; ¡no maldigamos! Nuestra palabra de bendición es capaz de cambiar las cosas si la hacemos portadora de la bendición de Dios. Si así bendecimos… ¡así bendice Dios!
Bendecidos por Dios
La segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Gálatas, nos habla de la “mayor bendición” que aconteció ya: cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios Abbá envió a su Hijo al mundo, porque tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo unigénito. Y su Hijo nació aquí en la tierra “de mujer”, de María. Añade san Pablo otra característica: ¡también nació “bajo la ley”! Y, por lo tanto, se sometió a todo aquello que la ley nos pide y exige. Jesús sería en todo semejante a nosotros, menos en el pecado y nosotros semejantes a Él, menos en la divinidad.
El Abbá del cielo nos envió también el Espíritu Santo, que grita y clama en nuestros corazones nuestra filiación divina: ¡Abbá!, ¡Abbá! Somos hijos, somos –por ello– herederos, coherederos con Jesús de toda la herencia de Dios. ¿Qué mayor bendición podíamos esperar?
La madre “bendita” de Jesús
María no aparece en el misterio de la Navidad como una mujer autosuficiente, ni orgullosa. El evangelio de este día primero del año nos habla de los pastores como protagonistas. Llegan presurosos al portal, después de escuchar y obedecer las palabras de los ángeles.
Contrasta con la ingenuidad y docilidad de los pastores, la actitud incrédula del viejo sacerdote del Templo, Zacarías que optó por no creer las palabras que el Ángel le transmitió … y por eso, quedó mudo.
En cambio, los pobres y marginados pastores sí creyeron. Y con una diligencia encomiable se dirigieron a Belén. Allí encuentran el misterio en la mayor simplicidad imaginable con María su madre. Ella meditaba todo lo que estaba aconteciendo en su corazón: iba como uniendo y reuniendo las piezas de lo que sucedía hasta llegar a una visión y comprensión más completa de todo.
Conclusión
Que nos conceda el Espíritu –enviado a nuestros corazones– el don de guardar como María el misterio en nuestro corazón y de meditarlo; y como a los pastores la presteza para creer y ponernos en marcha. Sólo después de ver, oír y creer, seremos capaces de comunicar el Misterio de la Navidad.
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