De vez en cuando la vida se nos interrumpe. Hemos de abandonar repentinamente aquello que hacemos para atender a lo más importante, a lo imprescindible. Alguien nos convoca. Alguien se nos va. Hoy traigo a mi blog la memoria de un hermano mío, de mi Congregación claretiana, al que no conocí personalmente -o al menos no recuerdo haber saludado-. De él me hablaban: de su entereza, de su piedad, de su vocación misionera. Yo me encontraba lejos de aquí, de España, cuando pasó al cielo. Pero mi hermano de comunidad, Carlos Martínez Oliveras, cmf, lo conoció, asistió a la celebración de su Alianza definitiva y después escribió la página que seguidamente reproduzco. Espero que Ilde, desde la Gloria, también reciba ahora mi felicitación porque él se ha convertido en una página viviente de la vida religiosa del siglo XXI. Pasa página. Lee el artículo de Carlos. Y al final, conmúevete con un video único: el de su Alianza definitiva, porque “así son los hijos de la Iglesia”.
En torno a la Jornada mundial de la Vida Consagrada se han repetido, desde todos los ámbitos eclesiales, numerosos testimonios de acción de gracias por la vida de tantos hombres y mujeres que se han entregado al Señor y han prometido seguirle más de cerca en castidad, pobreza y obediencia. Con motivo de la misma fecha, sin embargo, ha rebrotado un viejo sonsonete en forma de polémica a propósito de la situación actual en algunos países occidentales de los mismos religiosos. El argumento fácil de la escasez de vocaciones por causa de una supuesta secularización, además de poco riguroso, no deja de albergar ciertos sesgos protestantes de un esquema de retribución (como están relajados, Dios les castiga y no les manda vocaciones) superado definitivamente con el mismo Jesucristo. Bastaría echar mano de la sociología y las cifras del índice de natalidad, participación dominical, recepción de sacramentos, número de matrimonios religiosos, separaciones, divorcios, nulidades… para darse cuenta de que las cosas no son tan sencillas como a primera vista parecen.
El ingente y extraordinario esfuerzo de encarnación realizado desde hace ya muchos años por la vida religiosa apostólica, algunos lo han leído, y malentendido, como secularización. Esta distorsión de compresión no quita que se hayan podido dar de forma minoritaria exageraciones o hermenéuticas equivocadas, siempre en la noble intención de servir más y mejor al Evangelio.
Desgraciadamente, desde la intrínseca dinámica periodística la mejor noticia es la “mala noticia” o el “suceso escandaloso”. Ya dice el adagio que hace más ruido un árbol que cae que todo un bosque que crece. Hoy querría que se dejara oír el testimonio de un retoño de ese exuberante bosque de la vida consagrada, cuya existencia ha llegado a plenitud y que no ocupará las primeras páginas de ningún medio de comunicación.
Su nombre es Ilde, y ha fallecido un día después de celebrar a su santo patrón toledano. Joven religioso claretiano de 25 años que durante año y medio ha sobrellevado de una forma admirable un cáncer. Sus palabras de fe y su testimonio de entrega durante ese tiempo, e incluso en los momentos finales, han supuesto un ejemplo de quien, abrazado a la cruz de Cristo, en su juventud ha sabido dar madura razón de su esperanza. Casi al final del proceso, conectada su debilitada sangre a la botella de morfina, pudo realizar su profesión perpetua. Aquel día las palabras “para siempre” retumbaron con tanta verdad que se estremecieron todos los testigos de ese instante de gracia, al tiempo que se apuntalaron todas las fidelidades. Estoy seguro de que, examinado del amor en el atardecer de su vida, ha llegado a la casa del Padre revestido de la mejor y más auténtica caridad cristiana, el mejor traje de fiesta, el único que Jesús exige a sus invitados en el banquete de las bodas eternas.
Jesús en el evangelio de Marcos (7, 14-23), en el contexto de la observancia legalista, acusa a los fariseos de hipocresía e incoherencia y les reprocha que “como éstas, hacéis muchas”. Advertencia siempre útil para todos. Leído en positivo se podría decir que vidas ejemplares como la de Ildefonso son como el agua del mar y las arenas del desierto entre los consagrados de los cinco continentes. Testimonios como estos, muchos. Lo hemos rezado y cantado tantas veces y lo seguiremos haciendo: Como brotes de olivo, en torno a tu mesa, Señor. Lo sentimos y lo vivimos todos los días. Nos sentimos orgullosos: Así son los hijos de la Iglesia.
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