Hace tres años se me pidió predicar la Novena de san Antonio de Padua en una parroquia madrileña, dedicada a él. Me sentí sorprendido y posteriormente agraciado. Me acerqué a sus escritos, a los hechos de su vida y la sorpresa fue aún mayor. Yo recordaba cómo en mi infancia mi madre nos cantaba los milagros de san Antonio y no pocas veces escuchando su canto al final del día entrábamos en un sueños plácido. Hoy quiero honrar la memoria de este gran santo. Él nos enseñó que existe un camino hacia la transformación, en vez de un camino hacia la decadencia: conforme se va llegando a la meta, la identificación con Jesús es cada vez más intensa. La “imagen y semejanza de Dios” se hace más luminosa. Es lo que apreciamos en los últimos años de la vida de san Antonio de Padua, cuya conmemoración celebramos hoy, 13 de Junio de 2010.
“Antonio” era antes Fernando Martins
Su vida fue todo un camino de integración entre lo espiritual y lo material. Pero en su proceso vital, comenzó a dar primacía en su vida a la dimensión espiritual para no quedar después atrapado por la idolatría.
- Su nombre de bautismo era Fernando Martins. Era hijo de un caballero portugués descendiente de nobles franceses y de María Taveira. Tras una fuerte crisis en su adolescencia y juventud comenzó su búsqueda espiritual –guiado por el Espíritu de Dios-.
- En torno a los 15 años, con la oposición de su familia y amigos, ingresó en el monasterio de canónigos regulares de san Agustín, pero cerca de su familia.
- A los 17 años, renunció a su herencia y se trasladó al monasterio de Santa Cruz de Coimbra. Allí, durante unos cuantos años se formó intelectualmente, influido por la escuela teológica de San Víctor de París.
- A los 24 años –siendo ya sacerdote- se sintió atraído por el estilo de vida fraterno, evangélico y en pobreza de una pequeña comunidad franciscana en el mismo Coimbra. Emocionado por la llegada de los restos de los primeros mártires franciscanos en Marrakech, decidió ingresar en la nueva orden.
- Cuando tenía 25 años tomó el hábito en manos de Fray Juan Parenti –provincial de España-, y cambió de nombre, llamándose “Antonio” como símbolo de conversión y en memoria del gran patriarca de la vida monástica.
Comentando en uno de sus sermones el libro de Tobit (cap. 1-2), Antonio deja traslucir su experiencia cuando escribe:
El justo deja atrás el camino ancho que lleva al occidente, es decir, a la muerte. Por eso canta el profeta: Sea tu camino tiniebla y resbaladero, y el ángel de Yahweh los acose. El camino de los pecadores en la vida presente es tenebroso por la ceguera de la mente, resbaladizo por la perpetración de la iniquidad
Sermones, 1255.
Y hablando del atractivo de la vida pobre, fraterna y evangélica, escribe:
Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre las alimenta…. Sobre esto hay concordancia en el libro de Tobías, donde se dice del mismo Tobías y de Ana hija de Ragüel, que fueron como dos aves del cielo… Tobías es cualquier hombre justo que piensa no ser suyo, sino del Señor el bien que él posee, diciendo con el profeta: Señor, obraste benignamente con tu siervo”
Sermones, 1250-1251
Antonio optó por ser ave del cielo, pero ¿no debía también pisar la tierra? Quizá toda persona que se convierte pasa por una fase de polarización religiosa, que espera con el tiempo ser superada.
Antonio, buscador de Dios, no dogmatiza, ni idolatrada nada: ni los canónigos regulares de san Agustín, ni la escuela teológica de Coimbra. Todo lo abandona cuando encuentra lo mejor: la vida fraterna, evangélica y pobre. Antonio acogió a los mensajeros del Jesús que trajo fuego a la tierra. Los encontró en la comunidad franciscana. Por eso, tal vez, escribió:
“Ha venido a traer fuego a la tierra. Cuando el Señor hace esto, verdaderamente es admirable a nuestros ojos. Digamos pues: cumplido esto y pasado un poco de tiempo, en que brilló el sol, que antes estaba nublado, se encendió un gran fuego, quedando todos maravillados. De este sol, que es Jesucristo, se dice en el Evangelio: ¿Qué os parece del Cristo? ¿De quién es hijo?
En camino: hacia la transformación
El camino hacia la transformación no es fácil: se encuentran en él obstáculos, amenazas, tentaciones, sufrimientos. Se transforma quien va poco a poco perdiendo su “vieja forma”, su anterior forma de pensar, de actuar, de vivir. ¡Y esto, como bien sabemos, no acontece sin dolor! También Jesús, después de la emocionante experiencia vocacional de su Bautismo en el Jordán, fue llevado por el Espíritu al desierto de la tentación.
- Fray Antonio, una vez tomado el hábito y cambiado su nombre, dejó atrás todo lo perteneciente al César: la nobleza, el dinero, e incluso la corrupción que advirtió en el monasterio de Coimbra con sus intrigas de poder eclesiales.
- El pequeño eremitorio franciscano de los Olivos, en una colina cercana a Coimbra fue el momento en que dio a Dios lo que es de Dios, movido por el Espíritu: “Hermanos, deseo vivamente vestir el sayal de vuestra Orden si me prometéis enviarme, cuando sea uno de vosotros, al país de los sarracenos, deseo compartir la corona de vuestros mártires”.
- Le fue concedido su deseo. Pero la prueba llegó: en la nave que lo transportaba a Marruecos cayó enfermo de malaria. Y enfermo de malaria pasó toda su estancia allá -invierno y primavera- hasta que decidieron que volviera, porque temían por su vida. La nave de retorno acabó –sin velas ni timón- a la deriva en el sur de Mesina (Sicilia), donde desembarcó.
- Encontró allí providencialmente una comunidad de frailes, que –según el estilo de Francisco- lo cuidó como un madre. Antonio, que tan bién se había formado en Coimbra, ignoraba la lengua, las costumbres, la geografía.
- Francisco convocó en Asís a todos los frailes para participar en el famoso capítulo de las Esteras durante Pentecostés. A sus 27 años acude Antonio, tras no pocos días de camino. Las “Florecillas” cuenta que -entre frailes y novicios- los asistentes fueron unos cinco mil. El lema del Capítulo era “Sea bendito el Señor, mi Dios, que adiestra mis manos para el combate” (Salm 143). Francisco, muy enfermó limitó su actuación a dirigir una pequeña plática.
- Finalizado el Capítulo, Antonio vio que ningún ministro provincial se interesaba por él. El último de todos. Callado, escondido, desconocido. Pasó desapercibido para todos. Pero su vocación no se resintió. Aceptó la prueba. Él, que podía querer ser valorado por su ciencia por sus estudios, quedó impresionado por la santidad del Poverello de Asís. Por eso escribió: “Cuanto más se disminuye el justo en la humildad de su corazón, tanto más crece Dios en él”
- Se habían ido prácticamente todos, Antonio se dirigió a Fray Gracián, ministro provincial de la Romagna (alta Italia) y le pidió que lo integrase en su circunscripción. Fray Gracián lo aceptó como presbítero para el eremitorio de Montepaolo, formado por seis hermanos, pero todos laicos, y que necesitaban un presbítero.
Vemos cómo el camino de la transformación, cuando es conducido por Dios, nos lleva donde no sospechamos. Es un camino de despojo, de descentramiento de nuestro “ego”. El “ego” es siempre un gran impedimento para la transformación.
Por otra parte, Jesús nos irá llevando a un nuevo equilibrio. Él no nos quiere sólo pobres, taciturnos, acomplejados. Hay que prestarle atención a Dios, pero también a nosotros mismos, a nuestro mundo. No hay incompatibilidades insuperables. Hay que superar también esa división entre lo religioso y lo político. El camino de la transformación sigue adelante.
La superación: ¡qué cómplice del Espíritu!
Tenemos la capacidad de superar situaciones problemáticas y de superarnos: del caos interior puede surgir un nuevo orden. No somos simplemente quienes somos; somos lo que seremos por la gracia de Dios
- También Antonio experimentó durante su camino muertes y resurrecciones. Porque los seres humanos morimos y renacemos muchas veces.
- Tras el Capítulo de las Esteras, Fray Antonio se integró en una fraternidad de seis hermanos laicos: el eremitorio de Pontepaolo, en los Apeninos, zona agreste y solitaria. Además de ejercer como presbítero de la comunidad, se encargaba de los servicios domésticos como una más. Se retiraba a una gruta, aislada, en el bosque para “llevar una vida escondida con Cristo en Dios”. Allí no tenía libros para aprender. Contaba solo con el magisterio de sus humildes hermanos y el de la bellísima naturaleza que le circundaba. De la naturaleza aprendió, lo que no le enseñaron en la universidad de Coimbra. Por eso, será un predicador sabio doctor y al mismo tiempo popular, hoy diríamos, ecológico.
- La oración, la meditación contemplativa, el silencio, la soledad, le permitieron entrar dentro de sí mismo. Conocerse de verdad, también sentir la tentación y el Maligno, como su santo Patrón Antonio Abad: por eso escribió:
“Cada uno vale en sí mismo tanto cuanto vale ante Dios y nada más”.
- Antonio entró en la escuela del Espíritu, de la Palabra de Dios –que se sabía de memoria-, descubrió a Jesús resucitado a su lado en cada Eucaristía.
- Su estilo de vida pobre, se contenta con lo mínimo, desea lo mínimo
- Después de casi un año de retiro en Montepaolo, con ocasión de las ordenaciones sacerdotales, baja a Forlí y allí se encuentra con lo que no buscaba. Dios decide a sacarlo del anonimato, para que comience la misión de su vida, que será la predicación y cercanía al pueblo. Estaba ya muy bien preparado
- Y todo ocurrió el otoño de 1222, cuando tenía sus 27 años más o menos. El 24 de septiembre en la antigua iglesia de san Mercurio de Forlí tenía lugar una Ordenación sacerdotal, oficiada por Ricardo Belmonti, obispo de la diócesis. Fray Antonio era uno de los asistentes. Quien tenía que predicar en la celebración no se presenta. El guardián, fray Gracián busca en vano entre los presentes a alguien capacitado que pudiera suplirle. Todos rechazaron la petición, por tener que improvisar en un contexto tan importante. Le insistió por fin, como último recurso a Fray Antonio. Lo aceptó y sucedió lo que nadie imaginaba: salía fuego y sabiduría de sus labios, hablaba como un auténtico profeta. Dice uno de sus biógrafos: “Sabían que era capaz de fregar platos, pero no de exponer los arcanos de la Sagrada Escritura. Todos quedan impresionados por la profundidad inesperada de su palabra”. Luego Antonio escribió:
“El Espíritu Santo es el que santifica. No el tuyo, sino el de Dios. Quizá el pueblo te alabe cuando dices una palabra oportuna. Pero es Dios el que da a tu boca la sabiduría: tu lengua no es más que pluma de ágil escribano”
- ¡Qué cómplice del Espíritu! Pasó por la tribulación; pero el Espíritu le ayudó a superarla. Ahora lo tenía a su disposición, como “pluma de ágil escribano” Quedaron llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar otras lenguas, según el Espíritu Santo les concedía hablar. Esto es signo de plenitud. El vaso lleno se desborda; el fuego no puede ocultarse.
Fray Antonio, transparencia de Jesús Sumo Sacerdote
Llama la atención que, aunque fray Antonio fue ordenado presbítero, no emerja ante nosotros como una figura “sacerdotal” o “clerical”. Podríamos decir que su sacerdocio era un tanto escondido: lo ejerció sobre todo como evangelizador y como reconciliador.
- Tras descubrir los valores de fray Antonio en su predicación en la catedral de Forlí, fray Gracián le nombró predicador para toda la región de la Romagna (Bolonia, Ferrara, hasta Forlí y Rávena). A partir de ese momento, Antonio configuró su ministerio ordenado, en clave profética, según el texto de Isaías: “Grita a voz en cuello, no desistas. Como una trompeta alza la voz, denuncia a mi pueblo sus pecados”; comenzando por aquellos prelados que ejercer el ministerio dando muy mal ejemplo, y siguiendo por quienes se dejaban llevar por movimientos de radicalidad evangélica y desprecio de todo lo visible e institucional en la Iglesia.
- También ejerció su ministerio como docente en la cátedra conventual de Bolonia durante los años 1223-1224.
- Fray Antonio ejerció su ministerio realizando un difícil equilibrio entre la radicalidad evangélica y al mismo tiempo la encarnación evangélica. Y ese difícil equilibrio le desgastaría muchísimo hasta perder la paciencia.
“Quien hace ostentación de sus propias dotes y de sus buenas acciones, comete una especie de idolatría, que es el más grande de los pecados, porque niega la gracia de Dios, atribuyéndose a sí lo que es únicamente don de Él”.
“Durante la cuaresma de 1231 realizará una gesta memorable: la primera predicación cuaresmal diaria de la Iglesia occidental, que será también una gran experiencia eclesial de catequesis penitencial y social”: (Carta de los ministros generales franciscanos con motivo del 8º centenario del nacimiento de san Antonio).
Jesús, la pasión de fray Antonio
- Jesús fue el centro de su vida: conocerlo, amarlo, darlo a conocer. Se asombrada ante el Hijo de Dios, hecho carne: niño, pobre y humilde, realidad humana caduca y temporal: su humanidad es el altar inferior sobre el cual hemos de poner nuestros sacrificios y construir el altar interior de nuestra devoción personal (S, 811).
- Se asombra y estremece ante el Jesús sentado en la cátedra de la cruz desde donde nos enseñó el poder y la sabiduría de Dios:
“disertó desde la altura de la divinidad hasta la humildad de su humanidad. Mira cómo se sentó… como si fuese un ladrón (crucificado en medio de ladrones). Cristo es pequeño por su humildad, volador por el poder su divinidad….
S: 2069-2071
- La cruz es medicina para nuestra salvación. El arcángel Rafael –enviado a Tobit y a Sara- es figura de Jesús que nos prepara el antídoto contra la serpiente al entregarnos su cuerpo crucificado (S 477). Cristo, medicina de toda la familia humana.
- Antonio se asombra ante el Jesús, nuestro Amado, que -celebrado aquel banquete de manjares deliciosos y de vinos generosos de la última Cena- sale para el Monte de los Olivos acompañado de sus discípulos, pasa toda esta noche sin dormir; se aleja de los Apóstoles. Comienza a entristecerse hasta la muerte. Se arrodilla delante del Padre. Pide que, si es posible pase de Él aquella hora. Somete su voluntad a lo que quiera el Padre. Entra en agonía. Derrama sudor de sangre.
Extenderás tus manos para realizar la obediencia y otro, el prelado, te ceñirá, porque ya eres viejos, no joven, como antes, cuanto te ceñías y caminabas por donde tú querías; pero ahora te llevará a donde tú no quieres, para que digas con Cristo: no lo que quiero sino lo que tú, Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya.
El Santo de todo el mundo
Como Jesús, san Antonio fue un gran evangelizador: “hombre evangélico”. “Doctor evangélico” lo denominó san Juan Pablo II en su visita a Padua el 1995 con motivo del octavo centenario de su nacimiento. El pueblo cristiano y la piedad popular lo han proclamado el “santo taumaturgo”, “el santo de los milagros”.
Sabemos que en los evangelios los milagros de Jesús eran signos de la presencia del Espíritu de Dios en él y a través de Él en la gente:
“Si con el Espíritu de Dios expulso los demonios….”. “Los ciegos ven, los cojos caminan, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena noticia…”.
Jesús a los discípulos de Juan.
Hubo quienes pensaron que aquello que Jesús hacía procedía de Beelzebú, el príncipe de los demonios. A quienes así se expresaban, Jesús les dijo que cometían el mayor pecado: el pecado contra el Espíritu Santo. Porque no hay cosa peor que llamar “Beelzebú” al Espíritu de Dios.
Si buscas milagros… mira
Un canto popular a san Antonio de Padua dice: “Si buscas milagros… mira”. Fray Antonio unía a su predicación la credibilidad de acciones portentosas; y después de ocho siglos sigue siendo –como ya dijo el papa León XII- “el Santo de todo el mundo” porque por todas partes se puede encontrar su imagen y devoción. Es patrón de los pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros.
¿Cómo explicarlo?
- En un Liber miracolorum (22, 1-8: año 1367) se relata que, en mayo de 1231, cuando Antonio tenía ya unos 36 años, un mes antes de morir (murió el 13 de junio de ese año), después de predicar su última Cuaresma en Padua[1] se trasladó a Camposampiero, a una propiedad del conde Tisso. Antonio pasaba la mayor parte del día en una pequeña cabaña. El conde Tisso, llevado por la curiosidad, se asomó al ver un resplandor y presenció cómo el santo tenía delante, entre sus brazos, al niño Jesús, con quien hablaba y sonreía. Antonio le prohibió al conde que lo divulgara hasta que él hubiera muerto. Conocido el relato se comenzó a representar a san Antonio con el niño Jesús en brazos. Así por ejemplo nuestro pintor Murillo.
- Se cuenta también que Antonio se conmovía tanto con la pobreza que, una vez, distribuyó a los pobres todo el pan del convento en que vivía. El fray panadero se dio cuenta de que no tenían qué comer y se lo contó a Antonio. Antonio le pidió que fuera de nuevo a mirar si en realidad no había nada: las cestas rebosaban de pan, tanto que hubo suficiente para distribuir entre los frailes y los pobres del convento. Hasta hoy en la devoción popular el “pan de San Antonio” es colocado por los fieles en los sacos de harina, con la fe de que, así, nunca les faltará que comer.
- Para Antonio, los avaros “no tienen corazón”
“Si predicas a Jesús, Él ablanda los corazones duros; si lo invocas, endulzas las tentaciones amargas; si piensas en él, te ilumina el corazón; si lo lees, te sacia la mente.”
Quien busca milagros… encuentra milagros; quien busca problemas… encuentra problemas
El olvido de Dios y de su Alianza indisoluble con nosotros, nos vuelve racionalistas. Para el racionalista sólo existe aquello que comprende con su limitada razón. Pero el corazón tiene razones que la mente no comprende. Y la fe “mueve montañas”. Cuando se contempla la realidad con los ojos de Dios se contempla algo maravilloso, transformador.
En sus cabañas Antonio aprendió muchas cosas. Recibió mucha luz. Se liberó de muchos demonios. También nosotros necesitamos entrar en nuestra cabaña interior, para ver con los ojos de la razón, del corazón, de la fe. Hay que alimentar la fe… solo entonces llegarán los milagros, que no son otra cosa, que ese Ángel que Dios pone a nuestro lado y que nos recuerda aquello de “Soy yo, no temas”.
Fray Antonio de la Trinidad
Y volvemos a fray Antonio. La enfermedad que lo había estado atormentando desde su aventura africana estaba a punto de consumirlo. Antonio no podía recuperar sus fuerza. Decidió regresar de Camposampiero a Padua. Durante el viaje -¡toda su vida fue un viaje!-en Arcella, el 13 de junio de 1231 entró en la danza trinitaria, el abismo de la luz. Concluyó su vida con 36 años escasos y once de ellos como franciscano.
Para él Dios fue todo: principio y fundamento, el objeto y fin. Hablaba encantadoramente de Dios, más con símbolos que con ideas. Hablaba de Dios porque dedicaba mucho tiempo a hablar con Dios. Escuchaba a Dios en el libro de la Sagrada Escritura, pero también en el libro de la Creación.
Invitaba a sus contemporáneos a estar siempre en movimiento, a no descansar hasta encontrar el centro de su vida: Dios:
El centro del hombre es Dios; nunca hay paz fuera de él, y por eso a Él hay que volver” .
S. 2229
Dios es el único que llena el alma, pues todo el mundo no la puede llenar (S 591).
La relación con Dios “enamora”: “Dios es amor que pide amor y manda amar”.
La imagen de la “danza” es preciosa: porque la danza es relación, creadora de belleza, que hace surgir el amor, la comunión. Orar es entrar en la danza de Dios. Y más todavía cuando el “orar” se convierte en “adorar”. Ahí llega la identificación: así lo expresó Antonio:
“No te hagas diferente del que te creó y de esta manera tendrá siempre a Dios en el corazón”
S 1247.
Antonio no solo nos habla de pobreza, de sacrificio, de soledades… También un gozo inefable de amor, experimentado en la danza divina. Lo expresó muy bien uno de los teólogos que lo inspiraron: Ricardo de San Víctor:
“Para que Dios sea bueno, bastaría con que sea uno. Para que Dios sea amoroso, bastaría con que sea dos, porque el amor es siempre una relación. Pero, para que Dios “comparta su gozo y deleite” tiene que ser tres, porque la felicidad suprema es cuando dos personas comparten su deleite común en un tercero: juntos.”
Con Antonio, y también hoy con María, nuestra Madre –a quien él tanto Amó a quien llamaba “agraciada, encantadora, fuente de alegría, verdadera discípula de Cristo y … franciscana…. “la pobrecilla”- también decimos: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios mi salvador” Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.
Para contemplar:
EL MILAGRO DE SAN ANTONIO
(Nuevo Mester de Juglaría)
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Saludos de Fr. José Jaime Mena Mancía, Franciscano Capuchino.