Fue un día muy especial para nosotros los misioneros claretianos. Celebrábamos el 150 aniversario de la fundación de la Congregación. Nos encontrábamos en Vic misioneros procedentes de todas las partes del mundo. El P. General, Aquilino Bocos, me confió en aquella ocasión dirigir la meditación, tras el rezo de Laudes. Fue para mi la oportunidad de expresarle a la Congregación, a los cofundadores y al Padre Fundador, Antonio María Claret, mi agradecimiento por la vocación recibida de Dios, nuestro Padre, a través de ellos.
Han pasado diez años. Nos encontramos en el 2009 y lo que ya celebramos son los 160 años de nuestra Fundación. En este tiempo la Congregación ha seguido madurando, creciendo, abriendo nuevos frentes misioneros, respondiendo a nuevos desafíos del Espíritu. Quisiera regalarles de nuevo a mis hermanos claretianos aquella meditación. Cuando la releo tengo la impresión de que no es mía… como si no me perteneciese, ni hubiera salido de mí. Creo que en aquel momento se me concedió ser el catalizador de una secreta emoción colectiva.
Vic, 16 de julio de 1999
¡Mis queridos hermanos misioneros! ¡Queridas hermanas de Fliación cordimariana! ¡Queridos amigos y amigas!
Es una gracia muy grande, para todos nosotros, el encontrarnos en Vich, en este día 16 de julio, 150 años después de la fundación de nuestra Congregación. Aquí podemos respirar el aire y sentir el calor de aquellos días, descubrir el entorno natural de nuestro nacimiento y vernos inmersos en el ambiente de esta ciudad. Pero, sobre todo, podemos revivir aquellos momentos de Navidad o de Pentecostés que nos dieron origen.
Acabamos de celebrar los Laudes. Aquí estamos misioneros procedentes de todas las partes de nuestra Congregación: desde Oriente hasta Occidente, desde el Norte hasta el Sur. Somos el sueño de Claret, hecho en parte realidad. Quisiéramos ser semilla de un sueño todavía mayor y más universal y esplendoroso. ¡Qué bello ha sido este coro de alabanza –tan misionero, tan plural, tan claretiano-, que hemos formado! Hemos sido el corazón orante de nuestra Congregación. Hoy, todos nuestros hermanos, tienen aquí su pensamiento y su afecto. Nos espera un día intenso y emocionante.
Me han confiado dirigir esta meditación desde la celda de la fundación. Es como comenzar a encender las luces de la Memoria de este día. Vamos a dividir esta meditación en tres puntos –como solía ser habitual en nuestra tradición. El primer punto se titula: “Nuestro pequeño Belén”. El segundo: “La llamarada inicial”. El tercero: “En camino”.
Punto primero: Nuestro pequeño Belén
A pesar de la pequeñez de esta habitación, aquí cabemos todos, como cabe el árbol en la semilla. como el adulto en el niño pequeño. Este pequeño lugar es para nosotros “santo”, es nuestro pequeño Belén. Fue aquí donde María nos dio a luz por obra del Espíritu. Su corazón recibió del Espíritu la gracia de la fecundidad y nos dio nuestro primer cuerpo, ese cuerpo pequeño, esa comunidad minúscula formada por seis misioneros, jóvenes presbíteros. Fue aquí donde Antonio Claret hizo posible ese misterioso parto. ¿Por qué no decir que esta celda es nuestro Belén?
Nos resulta llamativo conocer y reconocer que fue María nuestra Fundadora, nuestra Madre Fundadora. Antonio Claret insistió repetidamente en ello. No se trataba de un pensamiento piadoso, ni de una atribución cortés de algo que a ella no le correspondía. Claret lo dijo sin ambages: “A mediados del siglo XIX, que en Alemania Strauss, Hegel y Schelling han publicado el panteísmo, y en Francia Renán ha escrito contra la divinidad de Jesucristo, en España, la Santísima Virgen ha fundado su sagrada Congregación para que su Corazón sea el arca de Noé, la torre de David, ciudad refugio y sagrado propiciatorio” (Mss. Claret, X, 75-76).
Sí, en esta día la Santísima Virgen fundó hace 150 años su sagrada Congregación. Eligió el día en que la Iglesia la celebraba solemnemente bajo la advocación del Carmen o del Monte Carmelo y la fiesta de la Santa Cruz. La liturgia suplicaba así a su Señor: “que nos ayude la particularísima intercesión de la gloriosa Virgen María, para que provistos de su protección, podamos llegar al Monte que es Cristo”.
Jesús es la cumbre hacia la que hemos de dirigirnos. Se unen en este día dos montes: el monte Carmelo y el monte Calvario. Monte de la Transfiguración y Monte de la Desfiguración. María del Carmelo nos conduce con facilidad hacia el Monte Santo con su oración e intercesión. María nos coloca allí, junto a la Cruz, como al discípulo amado. En este día se unen misteriosamente dos realidades: Belén y el Calvario, o Sallent y Frontfroide, como queda bellamente expresado en el sepulcro nuevo de nuestro Padre Fundador.
Sabemos que el lugar de la fundación era enormemente humilde, pobre y pequeño. Pero estaba presidido por un cuadro del Corazón de María, de la Virgen del Amor hermoso, que expone a su Hijo, que está de pie sobre su regazo y que mantiene con ella un diálogo de corazones.
Ese fue nuestro pequeño Belén. El lugar en que María nos dio a luz. El misionero Antonio Claret era consciente de su función subsidiaria en el acontecimiento. ¿Por qué Claret utiliza imágenes femeninas para hablar de la Fundación? ¿No será porque estaba convencido de que fue una mujer quien nos dio a luz?
Empleó imágenes femeninas para hablar de la preparación de la fundación. En carta a Caixal en 1848 decía: “Este mismo pensamiento algunos años ha que le tengo concebido en mi interior, pero todavía no ha llegado la hora del parto. Yo he procurado con el auxilio del Señor hacer como aquella madre que antes del parto tiene prevenidos los pañales y fajas para envolver la criatura; y para consuelo de Usted le debo decir que ya hay casa designada para esto… pero no se debe violentar el parto” (11 diciembre 1848).
Después, como si de la Visitación de María a su prima Isabel se tratase, Claret se fue tranquilamente a realizar la misión en Canarias. Allá estuvo en actitud de servicio y de Magnificat. A María –madre de la Congregación- se la adelantó la hora del parto y vino a dar a luz a esta celda prestada… cuando todavía no tenían casa… a las 4.00 o 5.00 de la tarde de aquel 16 de julio.
Un mes después de la fundación, Antonio Claret recurre una vez más a las imágenes femeninas para referirse a ella. En carta al Nuncio Brunelli dice: “Cuando propuso mi persona (para el arzobispado de Cuba)… yo estaba enteramente ocupado en dos cosas: adiestrar misioneros y la otra una librería religiosa, dando a luz mensualmente un tomo de las mejores obras que se conocen en España y fuera de ella. Valiéndose Dios de mi inutilidad para alumbrar estos dos mellizos, los criaba con sudores y trabajos los más gustosos, pero con mi promoción me los arranca de mis pechos y por precisión han de perecer, si no se les procuran buenas y celosas amas” (Carta a Don Giovanni Brunelli, Nuncio Apostólico, 11 noviembre 1849).
Como intérprete del acontecimiento, nuestro padre Antonio Claret, nos dijo que en este día nacimos como “hijos”, que nuestra madre era “el Corazón Inmaculado de María”. Esto quiere decir que no somos el resultado de un proyecto, elaborado lentamente por él, sino de una fuerte inspiración, venida de otra parte.
Concluyamos este primer punto con una oración del Padre Fundador: ¡Oh, Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y habernos tomado por Hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas.
Punto segundo: La llamarada inicial
Antonio Claret sabía que una fuerza impresionante lo movía interiormente: la fuerza de una mujer, de un Corazón de mujer, de la Mujer apocalíptica. Ella se había hecho presente en su vida muchas veces. Lo había protegido, liberado de fuertes tentaciones, le había salvado la vida. Antonio llamaba a esta mujer Inmaculada. No solo admiraba en ella su pureza, su candor, su impunidad respecto a cualquier mal, sino su fuerza victoriosa, su poder para vencer cualquier tipo de mal. En el apostolado se sabía saeta lanzada por esta poderosa mujer para herir al Enemigo y librar a los oprimidos. María para Claret era la Inmaculada, es decir, la Victoriosa.
Pero, por otra parte, esta mujer “hacía del Amor su arma más poderosa”, o “del Corazón” su arma más poderosa. Decir Corazón-Arma, es lo mismo que decir “Corazón Inmaculado”, “Corazón victorioso”. Hablar de Corazón es hablar de ternura, de compasión, de interioridad, de amor, de caridad. Decir Corazón es decir llamarada de fuego, incendio que procede del Fuego de Dios, que es el Espíritu. Decir Corazón es decir “llamaradas de amor”. Esta es la mujer que da a luz a la Congregación y cuyo resultado son “hijos de su inmaculado Corazón”.
Hoy, hace 150 años, nacimos como hijos del Inmaculado Corazón de María. No hemos nacido de las ideas, ni de los proyectos, ni de la carne o de la sangre; hemos nacidos del Corazón de la Mujer Victoriosa, del arma más poderosa que Dios tiene para transformar este mundo y hacer llegar el Reino.
Esta celda fue aquel 16 de julio de 1849 un horno, una fragua, una gran llamarada de la cual nacieron seis llamas, seis hombres que ardían en caridad y que abrasaban por donde pasaban. Jesús lo prometió: “he venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto quiero que arda!” (Lc 12,49). Los hijos del trueno, Santiago y Juan, querían impacientes que ese fuego bajara cuanto antes del cielo y abrasara a la gente, pero ese fuego no venía del corazón (Lc 9,54). Esta celda fue la “casa encendida” desde la que el fuego de Pentecostés, el fuego del Corazón, comenzó a incendiar el mundo. Y quienes nacen de aquí son, somos, “hijos del Inmaculado Corazón de María”.
El Corazón de María no ha dejado de latir. María, la Resucitada, es y siempre será Corazón que bombea el amor de Dios sobre toda la iglesia y la humanidad. No es pura imaginación decir que late, que genera, que contagia. Más todavía: su corazón no es uno más entre los corazones que hay en el cielo. En aquella comunidad que nos espera sólo hay un solo corazón, una sola alma y todo en común. ¡Eso es decir, Corazón de María! Nacemos de ese corazón que es uno con tantos otros corazones.
Más todavía: no hay corazón, ni corazones, sin aquel que es el Corazón de todo corazón, el Amor de todo amor. Decir “Corazón de María” es referirse, ante todo, al Corazón del Abbá, y al Corazón de Jesús, desde donde se desprende el Amor que es el Espíritu y se difunde por doquier. A aquellas dos realidades supremas a las que María podía referirse con esta expresión tan familiar: ¡Corazón mío! ¡Y Dios la hizo María! Mujer. Semejanza e imagen femenina de Dios. Una mujer según su corazón. María es la revelación apocalíptica y última de lo mejor de nuestro Dios. Ella nos revela que Dios es ternura, compasión, fuente de vida. En el fondo, fondo, mis hermanos misioneros, hemos nacido de la parte más femenina del Corazón de nuestro Dios. Somos hijos de su Inmaculado Corazón, como Jesús.
Concluyamos también este segundo punto con otra oración del Padre Fundador: ¡Oh Dios mío, bendito seáis por haberos dignado escoger vuestros humildes siervos para Hijos del Inmaculado Corazón!
Punto tercero: En camino
Nacimos como servidores de la Palabra, como continuadores de los apóstoles -siete truenos del Apocalipsis-. Así lo expresaba un mes más tarde nuestro Padre al Nuncio apostólico: “Viendo la gran falta que hay de predicadores evangélicos y apostólicos en nuestro territorio español, los deseos tan grandes que tiene el pueblo de oír la divina palabra y las muchas instancias que de todas las partes de España hacen para que vaya a sus ciudades y pueblos a predicar el Evangelio, determiné reunir y adiestrar a unos cuantos compañeros celosos, y poder hacer con otros lo que solo no puedo… Mi espíritu es para todo el mundo” (Carta a Don Giovanni Brunelli, Vic 12 agosto 1849).
Nacimos para que no se extinguiera la llama de la vida evangélica. Nacimos cuando en España moría la vida religiosa, cuando miles y miles de religiosos fueron exclaustrados y forzados a abandonar sus conventos. ¡Dato estremecedor es el siguiente! ¡De 52.000 religiosos que había en España a comienzos del siglo XVIII, en el momento en que fuimos fundados año 1849- sólo quedaban 750! Sí, nacimos con vocación de re-fundación también de la vida evangélica.
Distribuir el pan de la Palabra a tanta gente que tiene hambre de ella es nuestra misión. Y hacerlo con estilo evangélico, apostólico. Nuestro fundador sabía, por experiencia, que hay todo un sistema que lo impide. Un sistema de intereses mundanos y diabólicos que se opone al proyecto de Dios.
Es llamativo descubrir en nuestro fundador el carácter militante de su apostolado y de su concepción del apostolado. Para él no era inusual hablar en términos apocalípticos de diablos, demonios, ángeles, luchas. Sabía muy bien, por experiencia, que la lucha no es contra seres de este mundo, sino contra las potencias diabólicas. Sabía que sus compañeros debían enfrentarse a un mundo totalmente cerrado a la Palabra de Dios. Los tres grandes demonios son el dinero de la iniquidad –que genera tanta pobreza y muerte-, el demonio del poder perverso –que esclaviza hasta lo insospechados a los seeres humanos-, el demonio del sexo idolátrico –que se autodiviniza y discrimina inmisericordemente a la gente-. Nacimos para luchar contra estos poderes diabólicos. No tanto para destruirlos, cuanto para convertir el dinero, el poder y el sexo en realidades angélicas, portadoras de amor y de bien, en ángeles.
Claret nos soñó hombres de oración, hombres eucarísticos, hombres adiestrados para la predicación, hombres disponibles para escuchar personalmente en confesión a las personas, hombres llenos de caridad que visitan enfermos, presos… Nos soñaba humildes, pobres, llenos de caridad: “Los misioneros siguen muy bien y no se puede ir más deprisa de lo que se va. Estamos ocupadísimos desde las cuatro de la mañana a las 10 de la noche. Estamos de tal manera ocupados que como una contínua cadena, la una ocupación está eslabonada con la otra. Nuestras ocupaciones son: oración mental, vocal, odificio divino, conferencias de catequizar, de predicar, de oir confesiones, de moral y de mística y ascética. Hay conferencias internas y externas; en las internas somos los escogidos, y somos siete, y nos ejercitamos en todas las virtudes, especialmente en la humildad y en la caridad y vivimos en comunidad en este colegio vida verdaderamente pobre y apostólica; en las conferencias externas asisten 56 eclesiásticos y algunos saldrán muy aventajados predicadores; algunos han podido vivir con nosotros, pero nosotros vamos con mucho tino… porque una oveja sarnosa inficcionaría a las demás” (Carta a Don José Caixal, Vic 5 septiembre 1849).
Adiestrados nos quería para proclamar la Palabra que habita en el Corazón. María, habitada en su interior por la Palabra, es para nosotros revelación, ámbito de revelación. Y la Palabra que en ella habita es fuego, que juzga y purifica, es fuego apocalíptico.
Destinatarios de nuestra Palabra son todos los seres humanos, especialmente aquellos a quienes todavía no ha llegado: “Mi espíritu es para todo el mundo”. Esto se hace cada vez más realidad.
Claret nos quería apasionados por la Iglesia: la iglesia universal y las iglesias particulares. A través de nuestros hermanos obispos, el “nosotros” de la Congregación, se desposa con las iglesias particulares. Sus anillos son el mejor símbolo de ello. ¡Que amemos a las iglesias particulares como el Padre Fundador y estemos siempre a su servicio! ¡Que nos desgastemos y nos desvivamos por ellas! Claret nos quería también defensores de la infalibilidad del sucesor de Pedro, es decir, que lo que significa la iglesia universal, en cuanto iglesia de la fidelidad, de la perseverancia en la fe, en cuanto columna vertebral de la humanidad. ¡Que amemos a la iglesia universal, a esta comunidad-roca que da consistencia a todo lo humano!
Conclusión
Y ya para concluir esta meditación, evoquemos el salmo 22, comentado por el P. Fundador en este momento: “El Señor es mi pastor… me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… aunque camine por cañadas oscuras nada temo… tú vas conmigo… tu vara y tu cayado me protegen”.
Con estas palabras nos indicaba Antonio Claret que ser hijo del corazón de María es un camino, un camino espiritual hacia la cumbre. Nuestra identidad es itinerante. No se es hijo del Corazón de María de una vez. Eso es un proyecto, un camino, un camino de espiritualidad.
Así aconteció en Antonio María y en nuestros primeros misioneros. No necesitamos mitificarlos para admirarlos. Eran de carne y hueso como nosotros. El Espíritu de Dios hace en cada uno de nosotros su obra. Sigue los ritmos de nuestro cuerpo, de nuestra mente, de nuestro contexto, de nuestro tiempo.
Para estar siempre en camino necesitamos dos actitudes, que pueden parecer contradictorias, aunque más que contradictorias son contrastante: apertura y fidelidad. Hemos de estar abiertos… Solo quien tiene una mente abierta camina, es creativo, descubre siempre algo nuevo. Pero también es necesario el don de la fidelidad a los grandes amores de nuestra vida.
Una vez más el Espíritu del Señor, que nos ha ungido nos dice: “¡Consolad! ¡Consolad a mi Congregación! Habladle al corazón y decidle bien alto que ya ha satisfecho por su culpla… Se revelará la gloria de Dios… Subid a un alto monte, alegres mensajeros. Clamad con voz poderosa, alegres mensajeros, clamad sin miedo. Decid al mundo que ahí está vuestro Dios. Como pastor pastorea su rebaño: os recoge en brazos los corderitos, junto a su corazón os lleva” (Is 40).
(Meditación ante la Celda de la Fundación José Cristo Rey García Paredes -Vic, 16 julio 1999).
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