¡QUE BRILLE VUESTRA LUZ!

Es un imperativo de Jesús a nosotros, sus discípulos y discípulas: ¡que brille nuestra luz! Jesús no quiere que formemos un grupo clandestino, cerrado en sí mismo, endogámico y preocupado por cuestiones internas. Nos lanza, más bien, a la publicidad, a la sociedad, al mundo. 

Sabe que dentro de nosotros brilla la luz y que esa luz no puede quedar oculta. Es necesaria a nuestro mundo. Sabe que hay en nosotros un potencial inmenso que puede impedir la corrupción del mundo: ¡la sal! Y quiere que nos diluyamos en la sociedad para dar sabor y para impedir la corrupción. 

Cuando Jesús nos habla en estos términos, no nos está pidiendo que nos convirtamos en un grupo fundamentalista, orgulloso y autosuficiente. Eso se descubre inmediatamente cuando nos preguntamos: ¿a qué luz se refiere Jesús? ¿a qué tipo de sal?

¿Cuándo desprendemos luz?

En conexión con los profetas, Jesús nos dice que desprendemos luz cuando somos compasivos, cuando el amor se apodera de nuestras relaciones, cuando todo lo que somos se convierte en compasión, en amor solidario, en amistad, en pasión por la humanidad. 

El establecimiento de relaciones justas, la compasión samaritana, el olvido de sí para ayudare al que lo necesita, la implicación generosa en la construcción de la comunidad… todo eso nos hace luminosos.

Las “buenas obras” nos asemejan al Creador que todo lo hizo bien y bello. Las “obras bellas” son aquellas que nacen del amor verdadero hacia todos. El Jesús que pasó por la tierra haciendo el bien, era la Luz del mundo. Sus discípulas y discípulos, cuando pasamos haciendo el bien y la belleza, somos Luz del Mundo.

¿Quiénes son verdaderas lumbreras?

Pablo nos pide que no nos confundamos. Muchas veces hemos llamado “lumbreras” de nuestro mundo, o de la Iglesia, a quienes disponen de la sabiduría humana. Pablo renunció a ser lumbrera de ese modo. Renunció totalmente a la sabiduría humana. Se abrazó a la sabiduría de la cruz: esa sabiduría es humilde, estremecida, callada; ¡ilumina sin pretenderlo!

Podemos caer en la fácil tentación de “exhibir” nuestras buenas obras, de autodefendernos ante la sociedad y expetarle en la cara que nosotros, la Iglesia, somos mucho mejores que ellos: ¡que a caridad y solidaridad, nadie nos gana! Pero ese no era el estilo de Jesús. Cuando él nos pedía ser luz del mundo, no nos quería exhibicionistas, ni jactanciosos. La verdadera compasión no necesita autodefensas. Tras cualquier viernes santo… vendrá después la pascua victoriosa de la resurrección. No hay que hacer nada. Simplemente morir en las manos de Dios, y el Abbá proveerá.

Que sea mi vida la luz… la sal

Pero más allá de cualquier forma de humildad y modestia, Jesús quiere que seamos luz en el camino de nuestros hermanos y hermanas. Se nos ha concedido la luz de la fe para iluminar, para acompañar, para dar sentido al mundo. Se nos ha hecho sal de la tierra para darle gusto a las comidas, para darle a la vida humana sabor.

Tenemos vocación de luz misionera, de sal misionera. Salgamos de nuestra reclusión. Los discípulos y discípulas de Jesús no tenemos vocación de sacristía. Nuestro lugar son las plazas, las calles, los auditorios, las plataformas. Todos los dones por los cuales la gente nos quiere, nos admira, nos llama, son recursos de misión con los que cuenta el Espíritu Santo para llevar adelante el proyecto de Jesús y realizar la voluntad del Abbá. Por eso, cantemos aquella entrañable canción que hace tiempo aprendimos: ¡Que sea mi vida la luz, que sea mi vida la sal, sal que sale, luz que brille, sal  y fuego es Jesús!

Impactos: 485

Esta entrada fue publicada en General, Palabra de Dios, tiempo litúrgico. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *