¡El Espíritu se derrama sobre toda carne!, sorprendente metáfora

Ren_MagritteIntuyó René Magritte que el Espíritu es como la fuerza femenina de toda la Creación.

El Espíritu, la Santa Ruah crea la gran familia, la extraordinaria biocenosis (comunidad de vivientes), en la que nos encontramos. 

La Santa Ruah de Dios es representada por él como Ave primordial que genera y cuida la vida. Necesitamos el derramamiento del Espíritu sobre toda carne. Y también liberarnos de malos espíritus que disminuyen la vitalidad, que ocasionan una muerte lenta, progresiva, imperceptible. Y también la muerte por falta de creatividad, de innovación, de adaptación al nuevo mundo que nos es concedido.

Lo mejor que nos puede suceder es vernos agraciados con el don y la presencia del Espíritu Santo.

No es un espíritu entre otros, buenos o malos; es el Espíritu de Dios. Y donde está el Espíritu allí está Dios de una manera especial. El Espíritu es mucho más que un don de Dios en medio de otros. El Espíritu es la presencia de Dios sin ningún tipo de restricción.

Donde está presente el Espíritu se experimenta la vida en toda su integridad, totalidad, fuerza; como vida sanada y redimida. Nuestros sentidos quedan potenciados por su presencia. Sentimos, gustamos, tocamos y vemos nuestra vida en Dios y a Dios en nuestra vida. ¿Qué de extraño tiene que llamemos al Espíritu Consolador (Paráclito) o Fuente de la Vida (fons vitae)?

La venida del Espíritu, anuncia la llegada de Jesús a nuestra vida. La relación que existe entre la primavera y el verano, el tiempo de siembra y de cosecha, el amanecer y el mediodía, existe entre la venida del Espíritu y la venida de Jesús. Por esto el Espíritu es denominado garantía y aval de la Gloria (Ef 1,14; 2 Cor 1,22).

Cuando pedimos la venida del Espíritu (Veni Creator Spiritus) no queremos volar al cielo, ni ser trasladados al mundo que vendrá; suplicamos que venga aquí, a la tierra, a nuestra historia. El Veni Creator implica una afirmación fuerte de la vida, de esta vida. Y cuando Dios escucha nuestra petición, el Espíritu se derrama sobre toda carne (Joel 2,28; Hech 2,17ss). Se trata de una metáfora pasmosa, sorprendente. Toda carne es ciertamente el ser humano, pero también todos los seres vivientes, como plantas, árboles y animales (cf. Gen 9,10ss). Carne significaba para el profeta Joel «el débil, la gente sin poder y sin esperanza» (H.W. Wolff). Por eso, el profeta proclamaba : «¡Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños !». Decía con ello que la gente joven, -es decir, quienes todavía no habían entrado de lleno en la vida- y los ancianos -es decir, quien participan ya plenamente de la vida-, serán quienes primero experimenten al Espíritu. Es como si el profeta dijera que nadie es demasiado joven, ni demasiado viejo para recibir el Espíritu.

Cuando el Espíritu Santo es enviado, viene como una tempestad; se derrama sobre todos los seres vivientes, como las aguas de una riada, invadiéndolo todo. Si el Espíritu es realmente el Espíritu de Dios, toda la realidad invadida por el Espíritu, queda entonces deificada, divinizada. El Espíritu llega a nosotros y asume diversas formas. Es como el agua que primero es fuente, luego río y finalmente lago. Una misma es el agua, pero las formas de su flujo son diferentes y graduales. El Espíritu es la Gracia por excelencia ; después asume las formas de los carismas o energías del Espíritu. Los carismas son como flujos o emanaciones del Espíritu,

El «rostro de Dios» es un símbolo de su entrega, de su atención -con la cual nos mira y cuida-. El rostro revela siempre lo que se juega en el interior de las emociones. En el rostro de Dios se revela todo lo que circula por su interior. El semblante esplendoroso de Dios (God´s shining countenance) es la fuente desde la que se derrama el Espíritu y la vida, el amor y la bendición de Dios. «Haz brillar tu rostro sobre nosotros y dános tu gracia» se dice en la bendición de Aarón. Y ¿cuándo brilla el rostro? Nos brilla el rostro en la mirada de amor. Por ejemplo: la mujer con su niño, cuando alguien entrega un regalo a una perona a la que ama muchísimo. Desde el punto de vista de la física, los ojos únicamente absorben la luz. Pero en otra perspectiva, decimos que los ojos son las ventanas del alma. Cuando resplende el rostro de Dios, esperamos de Él el envío del Espíritu. Según Lc 15 el arrepentimiento humano le da a Dios la misma alegría que nosotros sentimos cuando hemos encontrado algo perdido. El rostro de Dios, resplandeciente de alegría, es la fuente luminosa del Espíritu Santo (Moltmann). Según Pablo la gloria de Dios brilla «en el rostro de Jesucristo» y proyecta «un luminoso resplandor en nuestros corazones» (2 Cor 4,6). También en nosotros se proyecta la gloria del Señor (2 Cor 3,18). En el Apocalipsis veremos a Dios «cara a cara» (1 Cor 13,12). La experiencia del Espíritu es el resplandor luminoso en nuestros corazones que inicia el apocalipsis de nosotros mismos.

Cada uno de nosotros tiene su aura. Nosotros somos inevitablemente inconscientes de la irradiación divina en nosotros, porque «la persona que se mira a sí misma, no brilla» (Lao Tsu). Cuando alguien mira fuera de sí mismo hacia Cristo Jesús, en esa persona el Espíritu de Cristo comienza a brillar.

En el NT Espíritu Santo emana de los acontecimientos de la historia de Jesús. La historia de Cristo con el Espíritu comienza en su bautismo y concluye con su resurrección. Después las cosas se cambian. Cristo envía el Espíritu sobre la comunidad y se hace presente en el Espíritu. «El Cristo enviado en el Espíritu se convierte en el Cristo que envía el Espíritu» (Moltmann, 15). Los hombres y mujeres que contemplaron al Jesús resucitado recibieron el Espíritu de la resurrección (Jn 20,22).

Según Jn 14,16 Jesús se va para poder «rogar al Padre que conceda otro Consolador». Según Jn 14,26, Cristo envía al Consolador «desde el Padre», «es el Espíritu de la verdad que procede del Padre». Según esta idea, el Espíritu Santo está junto al Padre de Jesús, pero Jesús se va -esto es para decir que muere- para pedir al Padre que envíe al Espíritu y para enviar al Espíritu desde el Padre. Así el Espíritu procede del Padre y es enviado por el Hijo. Entre Cristo, el receptor del Espíritu, y Cristo el que envía al Espíritu está Dios, el Padre, como el origen santo y eterno del Espíritu. El Espíritu Santo no procede del Padre y del Hijo, como el credo de Nicea mantiene, sino que el Espíritu procede del Padre, permanece en el Hijo y desde el Hijo se irradia en el mundo (Moltmann, 17).

Muchos se preguntan cómo discernir los espíritus. Para la comunidad de Jesús el criterio es el nombre de Jesús y el signo de la cruz. Invocando el nombre de Jesús y con la señal de la cruz los malos espíritus son ahuyentados y el Espíritu de Dios es convocado. El exorcismo dice negativamente lo que el epíclesis dice en positivo. Todo aquello que puede contemplarse en el rostro de Cristo crucificado es espíritu de Dios; lo que no, no. ¿Espíritu de violencia, de lascivia, de avidez, de ira? ¿Espíritu de amor, de comunicación, de humildad? Lo mismo sucede con el nombre de Jesús. Lo que sirve al discipulado de Jesús y puede ser reconocido como tal procede del Espíritu. Lo que los sinópticos llaman discupulado o seguimiento de Jesús, Pablo lo llama «vida en el Espíritu». Por eso el discipulado personal y público, político y económico de Jesús es el criterio práctico para discernir los espíritus.

Misión de Dios no es otra cosa que el envío del Espíritu Santo desde el Padre a través del Hijo a este mundo, para que el mundo no perezca sino que viva. El Espíritu es la fuente de la vida y trae la vida eterna, no después de la muerte, sino antes. Con Jesús ha comenzado a brillar en el mundo una vida indestructible. Esa vida es poder de resurrección

La experiencia del Espíritu conlleva una experiencia extraordinaria de uno mismo. No se sentían «curados», ni siquiera de una grave enfermedad. Lo que experimentaban era que se sentían «re-nacidos», «nacidos de nuevo» por fuerza del Espíritu. El Espíritu invadía su vida de tal manera que ellos hablaban de morir y de nacer de nuevo

Impactos: 1773

Esta entrada fue publicada en Espiritualidad, Teología. Guarda el enlace permanente.

Una respuesta en “¡El Espíritu se derrama sobre toda carne!, sorprendente metáfora

  1. Vicenta dijo:

    Hola Muchos saludos, de verdad que sus artículos son muy buenos y nos hacen mucho bien como religiosos.
    Deseaba pedirle un favor donde puedo encontrar lo que usted habló a UISG en 2002 sobre el capítulo general que me interesa
    gracias y bendiciones

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *