“Ama y tendrás vida”. “Samaritanos” eran quienes se habían desviado de la ortodoxia del pueblo de Israel. Para un judío, un samaritano o una samaritana eran personas con las que no había que hablar y a las que había que despreciar. Los judíos se dan la razón a sí mismos cuando llaman a Jesús “samaritano y endemoniado” (Jn 8, 48). Esta acusación no le importa a Jesús. El gran protagonista de la parábola de la compasión no es para Jesús un sacerdote, ni tampoco un levita, es un samaritano -lleno de compasión- (Lc 10,33). Cuando cura de la lepra a siete leprosos, el único que viene a agradecérselo a Jesús, es precisamente un samaritano (Lc 17,16). A quien Jesús le revela el misterio del “agua viva” del Espíritu es a una mujer samaritana (Jn 4,9). Jesús nos invita hoy a poner nuestra mirada en el ejemplo que nos dan “los nuevos samaritanos” y “las nuevas samaritanas”. ¿Personas del templo o del mesón? ¿De Jerusalén o Garizim? Jesús decía: “llega el tiempo en que ni en este monte, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre, sino sino en Espíritu y Verdad” (Jn 4,21).
El mandamiento está muy cerca de tí
Cuando nuestro Dios nos pide algo, no lo hace desde un alto Trono, alejado de nosotros e insobornable -nos dice hoy la primera lectura, tomada del Deuteronomio (30,10-14). No lo hace ni desde el cielo, ni desde el mar. Se acerca a nuestro corazón y nos lo susurra y nos convence de tal manera, que hasta nuestra misma boca lo repite. Cuando Él nos pide algo, lo hace por su sabiduría y su amor. Sus mandatos son los lazos que nos mantendrán fieles a la Alianza, a la Vida, a la Felicidad. El samaritano se sintió invadido por la “compasión de Dios”.
Creador como Padre-Madre
No somos ajenos a nuestro Dios. Todos los seres humanos somos creación suya. Y la creación de quien es Padre-Madre tiene carácter filial -nos dice la segunda lectura de la carta a los Colosenses (1,15-20). ¿No proclamamos en el símbolo de nuestra fe, el Credo, “creo en Dios Padre… creador del cielo y de la tierra”. Él crea como Padre-Madre. Por eso, toda la creación tiene carácter “filial” y llega a su plenitud cuando el Hijo de Dios -Verbo eterno- se encarna como ser humano por obra del Espíritu Santo y de santa María virgen.
Toda la creación tiene carácter filial. Todos somos hijos en el Hijo. Nos creó para ser “comunidad de su Hijo”, para compartir su vocación, su misión, su heredad. “Todo” tiene una dimensión “filial” que nos aúna con el Amado, para ser también nosotros “amados”. No hay nada en esta creación que no haya sido creado en Cristo Jesús, que no se sostenga en la existencia gracias a Cristo Jesús. Él es nuestro primogénito, nuestra Alfa y Omega, nuestra consistencia.
¿Es extraño, entonces, que el mandamiento de nuestro Dios sea que nos parezcamos cuanto más mejor a nuestro Hermano Mayor, a nuestra Cabeza y principio de vida que es Jesús? ¿Es extraño, entonces, que Jesús sólo nos aconseje aquello que nos hace vivir en plenitud, en esa plenitud que a Él le habita que es el amor? El samaritano se comportó con el “caído en manos de bandidos”, como un auténtico “hermano”.
Entrar en la Vida que no acaba
Un escriba o letrado de Israel le formula a Jesús una pregunta difícil con la intención de tentarlo: ¿Qué hacer para “heredar la vida eterna”? -nos dice el evangelio de hoy (Lc 10,25-37). Jesús le formula también otra pregunta remitiéndolo a lo que dice la Ley de Dios. El escriba reproduce con exactitud el núcleo de las cláusulas de la Alianza: amor a Dios con todo el corazón, toda el alma, todas las fuerzas, todo el ser, amor al prójimo como a uno mismo. Jesús lo aprueba y añade: ¡Haz esto y vivirás!
El amor en todas las direcciones y con toda la intensidad del ser nos hace entrar en la vida, en la felicidad. Hay que subrayar que Jesús habla de un amor lleno de intensidad, que implica cuerpo, espíritu, corazón y alma, todo el ser. Si el escriba ama, cierto que vivirá.
Ser próji¡mo o no serlo
El escriba no le pregunta a Jesús “¿quién es mi Dios para que yo lo ame?”, sino ¿quién es mi prójimo? La respuesta de Jesús le dará que pensar al escriba -como también a nosotros-: la parábola del buen Samaritano. Tu prójimo es aquella persona a la que te aproximas o encuentras y aproximas.
Interpretándolas en nuestro tiempo, las parábola de Jesús puede significar:
- Que mi estatus social o religioso puede ser el mayor impedimento para hacerme prójimo. Mi cargo me puede alejar de la gente, de mis hermanos y convertirme en anti-prójimo, como les sucedió al sacerdote y al levita.
- Que no hace falta mencionar a Dios para ser prójimo, sino dejarse llevar por la compasión y la pena ante el sufrimiento de los demás. Un samaritano hereje que se deja llevar por el corazón se puede convertir en prójimo.
- Que aquello que movió al samaritano a realizar un gran acto de misericordia no era lo que podría esperarse de él; fue agraciado con un don de compasión admirable, hasta exagerado; se dejó llevar por el corazón, por el Dios del Corazón: amó al otro como a sí mismo. Quien se hace prójimo se convierte en el mejor instrumento de Dios, que da la vida a quienes están en Alianza con Él.
- Que amar no es, en principio, agradable: supone una ruptura con el propio plan de vida, plan de viaje; supone también un gasto económico y de tiempo; pero, al final, genera vida y hace vivir; en cambio, quien defiende “su propia vida”, al final la pierde.
No nos salva ser clérigos, ni levitas. No nos salvan los movimientos “fundamentalistas” que hoy defienden ardorosamente rituales, doctrinas tradicionales, pero se desentienden de las grandes causas en favor del ser humano de nuestro tiempo. No digamos que amamos a Dios, si no se halla en nosotros ningún rasgo “samaritano” masculino o femenino: rasgos de inclusión y de una extraordinaria “compasión”.
Para meditar
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