Me llama la atención la imagen que he escogido para encabezar esta reflexión. Es un jueves santo “mariano” y femenino. Es la otra perspectiva olvidada. No me resigno a pensar en María y en las discípulas, alejadas del Cenáculo; ignorando lo que allí sucedía. Ellas habían anticipado los gestos: María de Betania le había derramado a Jesús sobre los pies y la cabeza un perfume valiosísimo. Marta le había servido a la mesa. Y María-madre nos entregó su Cuerpo.
La sombra de las mujeres se cernía sobre la última Cena. ¡No olvidemos esa clave para entender lo que significan las tres palabras del Jueves Santo: Amor – Eucaristía – Sacerdocio.
Amor
Hemos sido creados a imagen de Dios: cada mujer, cada varón es –¡debería ser!- una imagen de Dios-. Y Dios es amor. Por eso, la definición de un ser humano debería ser “amor”. Todo nuestro cuerpo y nuestro espíritu deberían exhalar amor.
Desgraciadamente la realidad no es siempre así. Hay mucho desamor en los seres humanos. Nos hacemos mucho daño unos a otros. Hay mucha violencia, guerra, división. El odio de unos hacia otros ha generado guerras, muertes, desprecios.
“Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”, nos dice el Señor. Jesús es el supremo maestro del Amor en la humanidad. De él debemos aprender cómo amarnos los unos a los otros: cómo perdonarnos, reconciliarnos, olvidar el mal que hemos recibido
El Amor de Dios se derrama en nuestros corazones a través del Espíritu Santo que nos ha sido dado. Quienes acogen este don son personas que aman: siempre al servicio de los demás. Son personas fieles al amor que prometieron. Quienes aman hacen la existencia en este planeta muy bella, muy agradable.
Que cuando se hable de nosotros, los cristianos, de quienes pertenecemos ahora a esta asamblea, se pueda decir: ¡Mirad cómo se aman y cómo aman!
Eucaristía
Jesús celebró una Cena para despedirse de sus discípulos. Fue una cena entrañable y llena de gestos de amor y cercanía. Jesús lavó los pies a sus discípulos. Él mismo les sirvió a la mesa y les dio su cuerpo en el pan y su sangre en el cáliz. Aquella cena de despedida, sin embargo, no es un recuerdo del pasado. Jesús y su Espíritu quisieron que la celebráramos –tal como ella fue- en su memoria durante toda la historia. Desde aquella tarde del jueves santo hasta hoy -casi dos mil años- esa Cena no ha dejado de ser celebrada. Es una cena de “comunión”. Jesús quiere unirse a nosotros, entrar en nuestro cuerpo, para hacernos cuerpo suyo. La Comunión es la mejor medicina, la más estrecha unión de amor que podamos imaginar.
Recibamos el cuerpo y la sangre de Señor con estremecimiento. Sabemos que tenemos a Jesús de nuestra parte. Que él nos ama y nunca nos abandonará. Que tampoco nosotros le abandonemos. Hoy tendremos la oportunidad de adorar su Cuerpo, expuesto en el Sacramento, durante unas horas. Hagámoslo con todo el amor de nuestro corazón.
Sacerdocio
Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”.
Los ministros ordenados sacerdotes tenemos la misión de ser vuestros pastores, de cuidaros porque sois la comunidad de Jesús. Y debemos cuidaros como el mismo Jesús lo haría.
Sabéis, hermanas y hermanos, que los pastores a veces somos muy tentados por el Maligno y podemos, como Pedro negar al Señor, y convertirnos en lobos del reabaño del Señor. ¡Perdonad nuestras terribles debilidades! ¡Orad mucho por nosotros! Os merecéis los mejores pastores del mundo, los mejores sacerdotes. Cuidad también de nosotros, para que seamos aquellos pastores que Jesús soñó para su Iglesia.
Conclusión
Tres palabras resuenan con fuerza en la liturgia de este Jueves Santo: Amor, Eucaristía, Sacerdocio. Dios es Amor, la Eucaristía es Amor, el Sacerdocio tendría que ser siempre Amor pastoral.
Recordemos a todos los hermanos y hermanas que pueblan nuestro planeta. Sintámonos uno con ellos y ellas, con toda la creación de Dios. Que este planeta se convierta en una Eucaristía viviente, en el planeta del Amor, en una planeta que sea siempre ofrecido a Dios y en el que nuestro Abbá Dios encuentre sus complacencias.
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Creo que también lo comenté en otro de tus artículos, pero no puedo dejar de repetirlo aquí, después de leerte…Jesús cena con sus amigos siguiendo el ritual de la Pascua Judía…ritual que incluye la bendición del pan y el vino, en el que El funda, “crea” la eucarístía. Y en ese ritual es imprescindible la presencia de las mujeres, pues la cena comienza con la bendición de la luz, a cargo de una mujer: tradicionalmente la madre de familia, pero siempre una mujer.
Sí, claro que en la última cena había mujeres. ¿Por qué entonces no podemos las mujeres ser sacerdotisas, igual que vosotros?…
Además de eso, bienvenida sea esa terrible noche en Getsemaní, que nos reconcilia con todas las dudas sobre el sufrimiento sin sentido…dudas vividas por el mismo Dios , solo, sin amigos a su lado que lograran mantenerse despiertos. A través del tiempo, con la misma luna de testigo, viaja un “Gracias” por pasar por esto: por la soledad, la duda, los porqués sin respuesta, la sensación de abandono. Yo ya no necesito nada más para sentir que efectivamente, Dios se ha hecho hombre.