En este domingo último del año litúrgico quiere la madre Iglesia fijar su mirada contemplativa y adorante en Jesús, el Rey del Cielo y de la Creación. En este día somos invitados a contemplar “el Todo”; a ver nuestra pequeñez en la inmensidad del Cielo. Y allí… nuestro Señor y Rey, el del poder ilimitado, el de la influencia decisiva en la historia del mundo y de la creación. Aquí, cuando vivió entre nosotros, parecía pequeño, casi insignificante ante el poder del imperio representado en Pilato. Desde Jesús Rey del universo, nuestra identidad recupera su inmensa y estelar dignidad.
“Me ha sido dado todo el poder”
Jesús dijo, un poco antes de desaparecer de nuestros ojos: “Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra”. No son palabras banales, ni obvias.
- Causa estupor escuchar a un ser humano como nosotros, a un hombre de nuestra carne y sangre decir, que Alguien, Dios, le ha concedido todo el poder en el cielo y en la tierra.
- Estremece descubrir que tomó posesión de todo, como Señor y Rey, subiendo a lo más alto del cielo, tras haber bajado antes hasta lo más hondo de la tierra, pues decimos “que descendió a los infiernos” y, que se vació de sí mismo, haciéndose en todo semejante a nosotros.
- Y a su ascensión al cielo, se añade incluso que Él “todo lo llena”, como nos dice la carta a los Efesios.
- Resulta estremecedor aceptar que el Dios Abbá ha puesto “todo” en manos de su Hijo y que por medio de Él todo fue creado, redimido y salvado.
El eco cultural
Nuestra cultura democrática recela de los poderes omnímodos atribuidos a una sola persona, o a una aristocracia, o a un solo pueblo de la tierra.
Nos ponemos enseguida en alerta ante las monarquías absolutistas, ante los grupos que acaparan gran parte del poder económico, cultural o religioso: de ahí la lucha contra el “imperialismo”, “las dictaduras”, el “absolutismo”. Por eso, ¿bajo qué clave se puede aceptar ese poder omnímodo concedido a Jesús?
No habría dificultad en entender el sentido de esta fiesta si se tratara de un mero título simbólico, o si celebrásemos a Jesús como el “rey” de los cuentos o de los relatos fantásticos. Jesús es el Rey del gran relato de la Creación. Los reyes pasan… pero Jesús … “ayer, hoy, mañana”, en la tierra y en el universo.
“Mi poder trasciende este mundo”
Cuando se encuentran Jesús y Pilato, se encuentran también dos paradigmas de “poder”.
- El de Pilato era el poder “imperialista”: un poder económico, político y religioso, que de forma violenta se imponía invadiendo y acallando a los pueblos. Pilato era el representante de un poder impositivo, que se arrogaba la autoridad de juzgar a los demás, de condenar e incluso condenar a muerte. Contaba para imponer su fuerza con legiones capaces de aplastar cualquier tipo de disidencia.
- El poder de Jesús, en cambio, tiene tras de sí, el aval, ¡nada más y nada menos! que de Dios: el poder sobre todos los poderes. A Jesús le fue concedido -en su resurrección- “todo el poder” en el cielo y en la tierra. Ante ese poder, ¿no resulta ridículo el poder del procurador romano?.
- Pilato puede decidir la muerte de miles de personas, la expropiación de miles de economías privadas, la desertización de la tierra; puede apagar la luz y acabar con la alegría, puede hasta destruir el Templo de Jerusalén. Su poder es violento, mortal, mentiroso, corrupto. Puede apagar incluso todas las luces del imperio. Pero ¡no es capaz de dar la Vida! ¿Quién tiene más poder, una mujer capaz de dar a luz un niño, o un emperador capaz de decidir la muerte de miles y millones de personas? ¿Quién tiene más poder, quien apaga todas las luces, o quien hace brillar un luz en las tiemblas?
- Jesús tiene el poder de la Vida, de la Luz, de la Libertad, de la Verdad. Su apariencia es muy humilde, pero tras ella, se encierra la contraseña que abre el Libro de la Vida y ofrece las soluciones de Dios a todos los problemas de la tierra, de la humanidad.
- Quien se entrega al poder de Jesús, no se siente esclavo de nadie. Servir a Jesús es reinar. Jesús, el Señor, lo dignifica, le concede la dignidad de hijo de Dios, lo integra dentro del “pueblo de Reyes”, de su asamblea santa, de su “pueblo sacerdotal”.
Un mundo desbocado encuentra su Salvador
Jesús resucitado es nuestro rey invisible, pero real. Nuestra humanidad no es, como algún autor contemporáneo dice, como un gran avión que vuela por los cielos y en un determinado momento se da cuenta de que no hay piloto que lo dirija; nuestra humanidad tiene el mejor piloto invisible, que la lleva hacia la Plenitud. Nuestra humanidad cuenta con el mejor y más efectivo Piloto, Líder, Salvador. Él nos cuida y nos dice que para entrar en el Reino de los cielos hemos de hacernos “como niños”: y creer y entusiasmarnos con el Gran Relato. Dentro de todas las inseguridades, la humanidad tiene un Pastor que la lleva hacia las aguas tranquilas y que repara sus fuerzas, un Piloto que le hace “alunizar” en el Jardín del Cielo.
Cuando confesamos y proclamamos el poder de nuestro Señor Resucitado, Jesús, entonces descubrimos cómo su poder fluye a través de nosotros y se deposita en nosotros. ¡Qué fantásticas las promesas de Jesús! “”Estaré con vosotros, todos los días… No tengáis miedo… El Espíritu hablará por vosotros… Haréis obras mayores… Hasta los malos espíritus se os someterán”. Por eso, ¡calma! ¡Todo está en calma! Cuando contemplamos el espacio inmenso del Reino. Insertos en él somos estrellas, granos de luz. Inmensos, casi eternos con”la edad del cielo”. Entremos -casi en trance místico- al escuchar Jorge Drexler interpretar su canción.
Para meditar:
LA EDAD DEL CIELO (Jorge Drexler)
No somos más
que una gota de luz
una estrella fugaz
una chispa, tan sólo
en la edad del cielo
No somos lo
que quisiéramos ser
solo un breve latir
en un silencio antiguo
con la edad del cielo.
¡Calma!
¡Todo está en calma!
Deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo
No somos más
que un puñado de mar,
una broma de Dios,
un capricho del Sol,
del jardín del cielo.
No damos pie
entre tanto tic tac
entre tanto Big Bang
¡sólo un grano de sal
en el mar del cielo!
¡Calma!
Todo está en calma.
Deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo!
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