Da la impresión de que esta casa que es nuestro mundo, nuestro planeta, no tiene amo, de que vamos embarcados en una nave sin piloto que la dirija. Cada grupo humano se apodera de su territorio y elige a sus líderes. En los casos mejores, hacemos alianzas y compartimos determinados territorios o recursos. La impresión que uno obtiene de la contemplación de este planeta tierra es que en él existen muchos amos y que frecuentemente se hacen la guerra unos a otros. De ahí, la inquietante inestabilidad de este sistema-tierra.
Sin embargo, en el evangelio Jesús nos dice que hay dueño en la casa, pero que por ahora está ausente; que llegarán cuando menos lo pensemos. Nos pide responsabilidad: para que cuando llegue encuentre todo “en orden”. A esa responsabilidad, la llama Jesús “vigilancia” o “estar en vela”.
La ausencia de Dios lleva a no pocas personas a “creer” que Dios no existe (ateas), o que su existencia es indemostrable (agnósticas); lleva a otras a desinteresarse totalmente por el tema y despreocuparse de cuestiones religiosas (indiferentes).
Jesús nos invita hoy a descubrir las huellas de Dios en nuestra vida. A tomar conciencia del encargo que cada uno ha recibido de su Señor como vocación y como tarea histórica. Dios comprenderá perfectamente esa sensación de ausencia que frecuentemente nos embarga; pero no quiere que nos relajemos y desistamos de las serias responsabilidades que nos ha confiado.
Por otra parte, Jesús nos advierte que en cualquier momento, puede llegar y manifestarse el amor de este mundo. Para ello nos pide actuar como buenos porteros o vigilantes, que están atentos a la menor señal y abren la puerta. ¡Nuestro mundo tiene amo! En su ausencia nadie ha de suplantarlo. El mundo tiene que funcionar como si Él estuviese presente. La nave tiene gente encargada de dirigirla hacia donde el Amo desea. Él no dejará que se estrelle, pero sí pedirá responsabilidades a quienes la dirijan hacia la destrucción.
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