En nuestras grandes y esplendorosas celebraciones litúrgicas, el sordomudo de la Decápolis habría resultado anti-estético y un personaje incómodo: no solo por su limitación física, sino sobre todo por el tipo de ser humano que esas limitaciones hacen surgir; una persona incapaz de comunicarse tiende a vivir cerrada, a convertirse en un poco salvaje y muy suspicaz.
El “anillo de oro”
Santiago en su carta -de la cual hoy hemos proclamado un fragmento- nos dice que nosotros, los miembros de la comunidad litúrgica, tendemos espontáneamente a prestar nuestra mejor acogida a quienes llevan “anillo de oro”, mientras que al pobre lo dejamos apartado y no le prestamos nuestras atenciones. ¡Ya sabemos lo bien asignados que están los puestos de honor en nuestras celebraciones y también… los puestos de deshonor!
Jesús prestaba una especial atención a los excluidos, a los incomunicados. Un ejemplo lo tenemos en el Evangelio de este día. Jesús recupera para la comunidad y para la intercomunicación a un sordomudo de la región, casi pagana, de la Decápolis.
La curación
Hay una película estremecedora, realizada por el director indio Sanjay Leela Bhansali, titulada “Black”. Relata la historia de una niña sordomuda y ciega que logra la independencia y la confianza en sí misma tras un arduo proceso educativo. El relato está inspirado en la vida de la activista, escritora y oradora estadounidense Helen Keller Adams (1880-1968), que fue capaz de superar sus limitaciones gracias a su maestra Anne Sulivan. Quien en la película rescata a la niña ciega y sordomuda Michelle McNally, es un excéntrico profesor alcohólico, Debraj Sahai, que además de creer en lo mágico, dedica dos décadas de su vida a cuidar a niña, reducida en su casa a una vida de fiera salvaje. La niña va creciendo en autonomía y confianza, en presencia de ese hombre que al principio es domador, después entrenador y finalmente ejerce como maestro de sabiduría. La película “Black” es la historia de “dos personas, a quienes Dios dejó incompletas, que lucharon contra su destino e hicieron posible lo imposible”.
Estamos acostumbrados a contemplar los milagros de Jesús como hechos repentinos, transformaciones espectaculares, pero totalmente privadas de los procesos de fe, perseverancia, lucha, que llevan a tales resultados. Jesús es Maestro. Y, en cuanto maestro, bien sabe la importancia que tienen los recorridos vitales. Los milagros son posibles porque se crea un ambiente de “Reino de Dios”, donde todo es posible. Y se crea ese ambiente porque lo genera la presencia del Mediador, de Jesús. Su presencia, su mensaje, sus acciones, los contextos que crea, son terapéuticos, salvadores. Pero, el evento transformador sólo acontece cuando alguien “cree”, se entrega. No hay automatismo, sino alianza, pacto lleno de lucidez. Jesús se encuentra “a solas” con el sordomudo. Se aleja de un mundo que ya no tiene recursos para salvarlo. No necesita medicinas que nada curan. El único remedio es el contacto con su cuerpo, con su saliva, con sus manos. Jesús es espacio vital, biotopo, del Reino. Junto a él florece el habla, el oído, la vista.
El Reino de Dios
Nos cuesta creer en la capacidad terapéutica del Reino de Dios presente entre nosotros. Los milagros no son confettis bajados del cielo que embellecen la vida, son procesos transformadores, que nos llevan muy lejos, que hacen posible lo imposible, o mejor, ¡posible lo imprevisible!Hay veces en las cuales la misión se reduce a una sola persona. ¡Pero es suficiente! Hay momentos en los cuales la atención misionera no aísla de todos. Pero ¡la misión tiene sentido! En la partícula se encuentra el todo. Quien en un fragfragmento hace retroceder el reino del mal, colabora en la instauración del reino de Dios.
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