La Pascua se despliega como el tiempo de las tres “Aes”: Amor, Amistad y Alegría.
La Pascua nos revela el rostro de Dios y su identidad más profunda: Dios es Amor. No se dice: Dios es Poder, Dios es Misterio, Dios es Grandeza, sino Dios es Amor. El amor es el descubrimiento más extraordinario que una persona hace en la vida: merece la pena vivir para amar y ser amado. El amor nos saca del la nada. Por eso, donde hay amor, allí está Dios.
El amor es creador, imaginativo, cuidadoso y providente.
El amor de Dios se nos ha manifestado de múltiples maneras. Pero, en la plenitud de los tiempos, tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único. Jesús es la manifestación del Amor de Dios. Por eso, Jesús fue todo amor, todo entrega. Y, por eso, nos pedía a los suyos que permaneciéramos en el Amor.
El amor de Dios no tiene frontera. No ama sólo a un pueblo, sino a todos los pueblos de la tierra. Dios no hace acepción de personas. ¡Qué bien lo comprendió Pedro en su encuentro con el pagano Cornelio! Este hombre y su gente, cuando experimentaron el amor de Dios a través de Pedro, quisieron postrarse ante él como si fuera una manifestación divina. Pero el primer papa no quiso que nadie se arrodillara ante él; lo levantó y le recordó que era hombre como él. Hacer presente el amor de Dios no es la forma de conseguir nosotros el aprecio de los demás, sino la forma de conducir a los demás a glorificar a Dios. ¡Qué buenas lecciones para la Iglesia!
Jesús quiere que seamos iconos vivientes del Amor.
Él nos eligió por amor y para el amor. El cuarto evangelista nos ha transmitido muy bien ese mensaje nuclear: que debemos permanecer en el amor, que hemos de cumplir en todo momento el mandamiento principal. Y nos dice, asimismo que, en esto, seguimos el ejemplo de Jesús. El trató siempre de ser icono viviente del Abbá, manifestación permanente de su amor.
Y donde hay amor hay amistad. La proximidad genera amistad. La comunicación de nuestras creencias y vivencias nos hace amigos y hace crecer la red de la amistad en el mundo. Si hay alianza ¿no va a haber amistad? Pueblos amigos, grupos amigos, comunidades amigas… ¡Cuánta necesidad tenemos en la Iglesia de la amistad! ¡Cómo habríamos de favorecer la amistad como forma de vida, de gobierno, de cercanía! No al favoritismo y sí a la amistad creciente. Cuando entre nosotros se dan favoritismos, secretismos, camarillas, renunciamos a la amistad.
De una Iglesia de amor y de amistad nace la alegría. Sólo el amor es fuente de alegría, de gozo completo. Así quería Jesús a su comunidad: alegre mensajera, mensajera del Reino y no triste profetisa de los males de nuestro mundo. El amor, la amistad, hace de cada cristiano un hermano o hermana universal.
Impactos: 619