La virginidad de María en la concepción de Jesús era para san Ignacio de Antioquía (+110) un misterio no solo mariano, sino, sobre todo, cristológico. Si María es madre de forma virginal, no es por ella misma, sino por la identidad divina de su Hijo. Por eso, Jesús nació “de Spiritu Sancto ex Maria virgine”. ¡La expresión latina es muy inteligente! El Génesis de Jesús tiene como protagonista al Espíritu Santo y la mediación que configura a Jesús como ser humano auténtico es María virgen.
Si Jesús fuera un mero hombre, un individuo humano como otro cualquier otro, esta confesión de fe estaría fuera de lugar. Pero cuando Jesús es reconocido y proclamado no solo Mesías, sino también “Hijo de Dios”, “el Unigénito del Padre”, o “el Logos de Dios encarnado”, entonces hablar de su origen humano resulta sorprendente, misterioso, inaudito.
Para la Iglesia el acontecimiento de la encarnación rompe la evolución normal de la especie humana, la continuidad de las generaciones. La Iglesia confiesa que algo absolutamente nuevo en la humanidad surgió con la persona de Jesús. La Iglesia proclama y adora a Jesús como el Hijo único del Padre y el resucitado por la fuerza del Espíritu Santo. Pero también lo proclama y adora como hijo de María virgen, es decir sin “conocer varón”.
La expresión “virginal” referida a la maternidad de María, puede traducirse por “trascendente”. Se trató de una maternidad “sin igual”: ¡maternidad humana! pero sin semejanza con ninguna otra. María nunca habría podido engendrar “un hijo de Dios”, ni por sí misma, ni con la cooperación de un varón. El Hijo de Dios solo puede surgir en medio de nuestra historia “de Spiritu Sancto ex Maria virgine”.
Confesar y proclamar el misterio de la Encarnación es creer que Jesús es el “Hijo del Abbá” y también el “hijo de María” por obra del Espíritu Santo. Quienes todo lo explican de “modo natural”, “al estilo de las generaciones humanas”, reducen la identidad de Jesús a un mero ser humano, aunque lo consideren el mejor o uno de los mejores seres humanos que han pisado la tierra. Hoy celebramos el Gran Misterio. “Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria virgine”.
En el engendramiento de Jesús la figura de José es meramente figurativa, es también una figura legal, en cuanto esposo de María. Pero él no interviene. Toda la responsabilidad reae sobre la mujer que concibió a Jesús y lo dio a luz, María. Y María realizó su función matrna de modo peculiar y extraño: ¡de modo virginal! Pero ese modo, era en sí mismo radicalmente insuficiente. Como lo habría sido, si hubiera conocido varón. ¡Nunca una mujer y un varón podrían concebir al “hijo de Dios”!
Los símbolos de fe más antiguos como el Symbolum Romanum confesaban: “nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María”. A partir del siglo IVZ se matizó esta confesión de fe: “concebido por obra del Espíritu Santo” (conceptus de Spiritu Sancto…) y “nacido de María (natus ex…. En el símbolo niceno-constantinopolitano, que proclamamos en la Eucaristía, decimos: “Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria virgine et homo factu est”.
La “virginidad” referida a María no es únicamente un término utilizado para “excluir a José”; es un término positivo que especifica la maternidad, la maternidad virginal: una maternidad absolutamente única, diferente de cualquier otra maternidad: ¡maternidad divina! O “Dei genetrix”, o Theotokos.
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