Es inevitable. Antes o después todo ser humano se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida?, ¿qué he hecho hasta ahora?, ¿qué podré hacer en el resto de mis años? Cada uno de nosotros es una millonésima parte de una humanidad de millones de seres humanos. Lo que cada uno de nosotros es y hace resulta irrelevante para la mayoría de los humanos. Muchos de nuestros agobios y afanes se deben a una excesiva supervaloración de nuestra pequeñez e insignificancia. Este domingo 5 del año litúrgico nos confronta con esta pregunta.
“Vita Brevis”
El demonio meridiano es aquel que nos lanza esta pregunta en la mitad de la vida. Se trata de una cuestión tan decisiva, que no pocos toman decisiones drásticas… para “no perder el tren”. Ese es el tiempo de los divorcios, los abandonos del ministerio ordenado o de la vocación religiosa…, de las conversiones a un nuevo estilo de vida… o de las grandes depresiones. Y en el fondo-fondo respondemoscon otra pregunta un tanto narcisista: “pero a mí, ¿quién me quiere?” El profeta Job lo expresó muy bien: “Mis días corren sin esperanza” “Mi vida es un soplo”.
¡No a la resignación!
¿Habremos de resignarnos a vivir mediocremente, sin satisfacer nuestros más profundos deseos? ¿Será nuestro deseo de felicidad un cebo hacia un ideal imposible?
Soñamos con obtener algo que nos parece la culminación de nuestros sueños; y cuando lo tenemos se vuelve rutinario y al final aburrido e insuficiente.
El sentido de la vida no se encuentra en las grandes declaraciones, en conseguir momentos de fama y aplauso, en la notoriedad pasajera de unos días, unos meses o unos años. El sentido de la vida no se encuentra simplemente en lo que hacemos, en el cargo que ocupamos, en lo que somos para la sociedad.
El sentido de la vida está “en el corazón”, en la interioridad, en la morada más secreta de nuestro ser.
- Cuando mi morada interior está habitada, mi vida tiene sentido.
- Cuando mi morada interior está desierta y no es lugar de encuentro, de acogida y de recibimiento, mi vida no tiene sentido.
La agenda equilibrada de Jesús un día cualquiera
El evangelio de este domingo es, a mi modo de ver, una sorprendente respuesta a las preguntas formuladas por Job en la primera lectura.
- El evangelista Marcos nos presenta la agenda de Jesús un día cualquiera. El día está distribuido entre varias actividades: actividad religiosa-comunitaria en la Sinagoga, visita a la casa de sus amigos Simón y Andrés y curación de la suegra de Simón, cuando se pone el sol atiende a muchos enfermos físicos y espirituales con una especial alusión a los demonios, a los que prohibía hablar.
- Es de suponer que Jesús se acuesta tarde. No obstante, madruga y se va a un lugar alejado para orar. Cuando los demás descansan, él vigila. Jesús cultiva su morada interior: y en ella recibe la presencia del Abbá y del Espíritu y es recibido por Ellos.
- Cuando SImón lo busca porque hay gente que lo necesita, Jesús muestra un corazón abierto a la totalidad: ¡también hay que ir a “otros lugares”. Y concluye con una misteriosa afirmación: “¡para esto he salido!”.
Esa es la respuesta al sentido de la vida: esa agenda equilibrada de religiosidad, amistad, sanación, descanso, oración e itinerancia. “Para esto he salido”, le dice Jesús a Simón.
Cuando Pedro predicó a los judíos sobre Jesús evocó probablemente esta misión de Jesús cuando dijo: “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con Él y nosotros somos testigos de todo lo que hizo” (Hech 10, 38-39).
¡Dios estaba con Él! Jesús era un santuario viviente e itinerante. Jesús no es un fundamentalista de las horas de oración, pero tampoco es un fundamentalista de las horas de trabajo misionero. Vive en la serenidad de quien no se siente imprescindible y, sin embargo, pasa haciendo el bien. Jesús no quiere afianzar su poder en ningún lugar. No encuentra el sentido en “poseer”, en “asentarse”, en prolongar sus mandatos exitosos, sino en “salir”. La vida tiene sentido cuando “salimos”, cuando nos sentimos parte de una Misión que, compartida, lleva adelante los sueños de Dios sobre el mundo.
Entrar y salir: oración y misión
Es cuestión de salir e integrarse. Siempre estamos a tiempo. Cuando nos acucie la pregunta por el sentido de la vida, busquemos la respuesta en nuestra “morada” más íntima y en el dinamismo interior que nos lleva a “salir” para oponernos al mundo del mal que nos circunda.
Oración y Misión son las claves de una vida con sentido. Ese es el equilibrio vital. Oración es entrar en la Morada. Misión es salir para anunciar el Evangelio y hacerlo presente. Se entra saliendo, se sale entrando. Misteriosa combinación de movimientos: ¡nunca dentro sin estar afuera!, ¡nunca afuera sin estar dentro! Y así el Evangelio se propaga a través de nuestras salidas y entradas. Difícil es “salir” hacia lo diverso, hacia el diálogo con los diferentes. Difícil entrar en uno mismo y descubrir la propia identidad. Apasionante es salir y entrar… ese es el SENTIDO de nuestra vida peregrina. Benditos interrogantes que nos permiten seguir vivos y avanzar…
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