Cuando la humanidad era regida por emperadores y emperatrices, por reyes y reinas, los cristianos proclamábamos que Jesús era el Rey y emperador del Universo, y que María -su madre- era la Reina y emperatriz de todo lo creado. Ahora tenemos otra sensibilidad política, que denominamos republicana, democrática. Por eso, nos preguntamos: ¿qué sentido tiene dedicar este día 22 de agosto de 2020 a celebrar a María, como reina y señora de todo lo creado? Las dos lecturas que hoy se proclaman en la Eucaristía nos ofrecen la clave de respuesta:
Al profeta Ezequiel (Ez 43, 1-7a) le fue concedido ver cómo la Gloria del Señor -la Shekinah- venía de Oriente, cómo entró en el Templo y cómo la Gloria del Señor llenó el templo. El templo se convirtió en morada de Dios.
El evangelista Lucas -en el relato de la anunciación- nos dice que el ángel Gabriel saludó a María con estas palabras: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. La Gloria de Dios, la sombra de Dios, cubrió a María y residió en ella. Ella es el nuevo templo de la Presencia de Dios. Allí donde está María allí Dios está presente.
Hoy en el Evangelio nos dice san Mateo (Mt 23, 9b.10b), que los escribas y fariseos no ponían por obra la Palabra de Dios que proclamaban. María, ¡sí!: cuando una mujer del pueblo alabó a la madre de Jesús diciendo “bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, Jesús, sin embargo, bendice a “quienes escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”; y entre ellos estaba María que le respondió al ángel: “Hágase en mí según tu Palabra”.
Jesús denuncia a quienes -como los escribas y fariseos- buscan puestos de honor y títulos. La madre de Jesús se da a sí misma el título de “la sierva del Señor”, “humilde esclava”.
En Jesús y María se cumplen aquellas palabras: “los primeros serán los últimos y los últimos los primeros”. Jesús es Rey y María es Reina porque han buscado los últimos puestos y Dios Padre los ha llamado y colocado en el primer puesto.
Se cuenta que un joven monje estaba siempre muy triste. Le preguntó al abad qué debía hacer para vivir alegre. El abad le respondió: Si quieres ser feliz, “debes ocupar el último puesto”. Pasado un tiempo, el abad le preguntó: ¿te sientes más feliz? Y el joven monje le respondió: lo he intentado, pero cuando me acerqué a ocupar el último puesto, descubrí que allí estaba Jesús y no me atreví a desplazarlo.
Hermanas, hermanos, no busquemos los primeros puestos… porque allá nos encontraremos con los “escribas y fariseos de nuestro tiempo”…, en cambio en los últimos puestos estaremos al lado de Jesús y de María.
Para contemplar
SIERVO POR AMOR (GEN ROSSO)
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Qué hermosa reflexión en este hermoso día. Me gusta pensar que María, antes que el monje triste, se sitúo en el lugar de los “últimos”, movida a ello por el Espíritu, el Superior que Ella y luego todos nosotros, llevamos en el hondón del alma. Y allí, en la brisa de lo último y de los últimos, está Jesús esperándonos.
Qué hermosa reflexión en este hermoso día. Me gusta pensar que María, antes que el monje triste, se sitúo en el lugar de los “últimos”, movida a ello por el Espíritu, el Superior que Ella y luego todos nosotros, llevamos en el hondón del alma. Y allí, en la brisa de lo último y de los últimos, está Jesús esperándonos.