¡Con qué frecuencia se repite en las lecturas de este domingo, 16 de Agosto de 2020, la palabra “todos”! Es como una melodía permanente de fondo. ¡Todos sin exclusiones! Se trata de un “todos” inclusivo: hombres y mujeres, adultos y jóvenes, los de mi grupo religioso y los de otro grupo religioso, los de una tendencia y los de otra… Decía Gregory Bateson que “sólo la totalidad es sagrada”. Yo diría que sólo “la pasión por el todo” nos hace semejantes a Dios, a Jesús.
¿Educados para la exclusión?
Venimos a este mundo con una maravillosa tendencia hacia ese “todos” sin exclusiones. La inocencia primera nos hace sentirnos bien en el planeta tierra, con cualquier persona, de cualquier sexo o raza, de cualquier religión o cultura, de cualquier condición humana.
Pero, poco a poco nos enseñan a separarnos de alguien, a tener reservas ante alguien, a ser cautos y sospechar… El proceso educativo es frecuentemente un modo de enseñarnos a “excluir”. Así por ejemplo, hemos de aprender que nuestro país, nuestra raza, nuestro sexo, nuestra religión, ¡es lo mejor! Habrá matices en unos sistemas educativos y otros, pero las culturas, las naciones tienden a imponerse como si fueran el “ombligo del mundo”.
Así educados, nos cuesta mucho ser “inclusivos”, estar abiertos al todo. El profeta Isaías recuerda ya en su tiempo que Dios tiene una especial benevolencia con los extranjeros y que los incluye en su Alianza:
“A los extranjeros que se han dado al Señor para servirlo, para amar su nombre y ser sus servidores… y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos”.
Is 56, 6-7.
San Pablo recuerda que quienes habían sido elegidos como pueblo de la Alianza ahora están lejos, excluidos, y los extranjeros se han convertido en pueblo de Dios.
Jesús, que en un principio, quería atenerse al principio de la Alianza de Dios con su Pueblo Israel y no se veía autorizado para hacer ningún signo fuera de ese marco, accede a curar a la hija de una mujer Cananea, porque descubre en ella una fe que le impresiona.
Es la fe la que conmociona el corazón de Dios y hace que su Alianza se extienda por todo el mundo.
El pueblo de la Alianza
Todos los seres humanos pertenezcan al grupo que pertenezcan, europeos, asiáticos, americanos, africanos, de Oceanía, mujeres y varones, gays, lesbianas y heterosexuales, jóvenes o ancianos, adultos o inmaduros y enfermos, con estudios o sin estudios, adinerados o empobrecidos, “todos” son llamados a la Alianza y a experimentar que “el amor de Dios es eterno”.
Vivir en Alianza con Dios es para nosotros:
- ser “inclusivos”,
- hospitalarios con todo el mundo,
- ser misioneros de la Alianza universal
En el fondo ¡ese es el sueño “secreto” de todo ser humano!: ¡ser considerado digno de entrar en la Alianza eterna, definitiva, de Dios con la humanidad! Y la fe arranca el Milagro. Evangelizar el mundo no es difícil, porque contamos con la complicidad del corazón humano:
“Señor, nos hiciste para tí e inquieto estará nuestro corazón hasta que no descanse en tí”.
A veces se nos estará muriendo lo que más queremos. Nada ni nadie nos puede ayudar definitivamente. Pero encontraremos a Jesús, y como la Mujer Cananea, le gritaremos, nos postraremos ante Él, y -al final- Él nos mostrará el rostro del verdadero y único Dios “cuyo amor y fidelidad son eternos”.
Para contemplar
MUJER CANANEA (Ain Karen)
Impactos: 694
Es un honor para mí, que haya elegido mi vmi humilde vídeo para reproducirlo en su publicación. Muchas gracias. Un saludo: Luis