Estamos muy preocupados en la vida consagrada por el número de personas que piden desvincularse de nuestros Institutos después de un largo tiempo de pertenencia. Me refiero a personas adultas, con más de 10 años de vida congregacional. A la escasez de vocaciones se añade este otro fenómeno, quizá mucho más perceptible ahora que antes. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Es cuestión de infidelidad a la vocación, como se decía en otros tiempos? ¿Es que la vida religiosa ya no es lo que debería ser?
La situación nos preocupa. Por eso, quizá sea oportuno discernir esta situación a la luz de la profecía de Jeremías. Estos días leemos sus textos en la Liturgia de las Horas. En ellos percibo una fuerte llamada a la fidelidad a la Alianza y una apasionada denuncia de cualquier tipo de idolatría y del abandono de la relación con Dios antes, en y después de tomar cualquier decisión.
El fenómeno que nos preocupa
Todos comprendemos que en casos particulares esa es la mejor opción que debería tomarse. Porque hay personas que no logran ajustarse al estilo propio de la vida consagrada y porque ellas mismas desajustan a los demás. Lo que nos resultan mucho más difícil de comprender, es cuando esa desvinculación acontece en personas que, según nuestra percepción, no deberían tener motivos para ello.
La desvinculación se puede dar de dos formas: permaneciendo en el Instituto, pero no perteneciendo realmente a él. Y también, rompiendo públicamente los lazos con el Instituto. La desvinculación no acontece en un único instante. Responde a un proceso de desidentificación creciente. Hay quienes ya en momentos de madurez, comienzan a discrepar y a alejarse de los sentimientos e ideas que se imponen en la Congregación o en la Orden; después se manifiestan desinteresados o incluso en desacuerdo con la línea que marcan los Capítulos Generales; disienten del liderazgo que lleva adelante el Instituto. Al mismo tiempo, en la persona que así siente y actúa, se van instalando otras pertenencias, que roban poco a poco el espacio a la pertenencia congregacional. Son esas pertenencias emergentes las que acaparan la atención, el interés, el tiempo. Esas personas se entusiasman, a veces, por todo lo que ven fuera del instituto, y desprecian por norma todo lo que acontece dentro del instituto.
El fenómeno que se repite y repite en la sociedad (las desvinculaciones en las parejas o matrimonios, la inestabilidad laboral de un trabajo a otro, el recelo ante los pactos excesivamente largos, llega también a la vida religiosa.
Nuestra reacción
La reacción que hemos adoptado ante estos casos me ha parecido excesivamente condescendiente. Se escuchan frases como estas: “Nada… muy bien. Creía que ésto no era lo suyo. Después de todo… lo importante es que uno sea feliz. Esperemos que todo le vaya mejor”. Nuestra reacción suele ser, al principio de sorpresa. Después de aceptación desapasionada y comprensiva. Puede haber incluso personas dentro de la vida religiosa que les animen a dejar esto… ¡dado que son tantas las cosas que tendrían que cambiar….!
Un fenómeno parecido ocurre respecto a las parejas. Tanto las parejas que han celebrado su unión civilmente como eclesialmente entran en zonas de turbulencia. Tales turbulencias son más frecuentes en contextos de libertad. La incapacidad para resolver los conflictos, para vivir y actuar en transparencia, para entrar en un auténtico diálogo de sentimientos, hace que parejas felices, comiencen a deteriorarse a un ritmo bastante rápido… y que en no demasiado tiempo se llegue a la ruptura. Las familias y los amigos de quienes se separan, después de mostrar su sorpresa o asombro -dado que frecuentemente no saben lo que sucede íntiamemente en la pareja-, después saltan con un “¡qué le vamos a hacer!, ¡así es la vida! ¡sucede en tantos casos…!
La pasión de Jeremías
En estos días estamos leyendo en el Oficio de Lecturas la profecía de Jeremías. Es un profeta que siempre me ha impresionado. Hoy me parece que es un profeta de una enorme actualidad. Fue un profeta joven. La suya no fue la profecía de un anciano desencantado de la vida, de la política, de la religión. La suya fue la profecía de un casi niño. de un joven abierto a la vida, pero totalmente cogido por Dios. Sus profecías son las de un joven a través del cual Dios habla en todas las direcciones; las de un tímido que se convierte en caja de resonancia de la voz poderosa de Dios; las de un perseguido, debilitado, empobrecido, criticado y condenado, que hacía de su debilidad la expresión creíble de su palabra de fuego.
Y la gran pasión de Jeremías consistía en defender “la Alianza” y oponerse a toda forma de “infidelidad”. Él era la voz de la fidelidad a la Alianza, de la fidelidad al amor primero. Estremece descubrir los celos de Dios ante un pueblo que lo abandona y se alía con cualquier diosecillo que le sale al paso; la ira de Dios ante los pactos que se hacen por meras razones políticas sin contar con Él.
¿Quiénes defienden hoy la fidelidad a la Alianza?
Madre Teresa de Calcuta fue siempre fiel a la Alianza, aunque su trayectoria pareciera incomprensible a sus contemporáneos. Hay pasos en la vida que se dan para ser “más fieles”, para darle un nuevo perfil al “pacto fundamental” de la propia vida. Si este fuera el caso de quienes abandonan nuestras congregaciones, ¿qué podríamos decir en contra¿ Si ese fuera el caso de quienes rompen su matrimonio o rompen con su pareja ¿qué podríamos decir en contra?
Lo peor es cuando no existe una vida pactada con nuestro Dios, cuando se le deja de lado, y se buscan pertenencias de conveniencia o interés. Lo peor es, cuando no se detecta la enfermedad de infidelidad que nos aqueja y hace de nuestra vida una permanente búsqueda de sensaciones, de nuevas aventuras, de constantes replanteamientos. A veces se valora mucho a aquellas personas que buscan, que cambian de estilo, de aires… Una cosa es buscar a Dios, buscar el Misterio, el Centro que centra, y otra cosa es ser un excéntrico, un catador de novedades.
Jesús acabó su vida ofreciéndonos el “caliz de la Alianza nueva y definitiva”. Quien bebe el cáliz que Jesús le ofrece experimenta que esa Alianza le hace feliz, le vuelve creador, renovador de su amor. Quien es fiel sabe que es como un artista, que necesita constantemente expresar la pasión que le habita, pero de formas diversas. El artista no cambia constantemente de estilo… lo perfecciona, lo hace cada vez más intenso, más genial. Así es el arte de la fidelidad, de la Alianza.
Si algo nos debiera preocupar en la vida consagrada, es luchar contra los ídolos que se introducen en nuestras personas, comunidades, instituciones. Si algo debiéramos aprender es el arte de la fidelidad creadora. Que la vida consagrada sea ¡la casa de la Alianza! Y que todo esté bajo la medida de la Alianza. ¡Quien es infiel en lo poco, será infiel en lo mucho! nos decía Jesús. La fidelidad a la amistad, a los compromisos, a la oración, a la misión, a la comunidad, a los hermanos… hace que la Fidelidad siga creciendo. Y allí no habrá lugar para la idolatría. Una vida religiosa no idolátrica será despreciada, marginada, resultará incómoda para los políticos, los economistas, los que quieren medrar en la religión, para los líderes ansiosos de poder. Reflejará en sí misma la pasión de Jeremías.
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