¡Qué inquietud invadía nuestro corazón cuando alguien de nuestra familia o algún amigo o amiga o alguien conocido -atacados por el terrible virus- es llevado en ambulancia al hospital! Por nuestra cabeza pasa el pensamiento de que, tal vez, nuestro discreto y aparentemente esperanzado adiós, sea el “último”. Desgraciadamente así ha sido… en miles y miles de casos… Así seguirá siendo. Los profesionales de la medicina son para ellas y ellos su última esperanza, su última compañía. Y allá donde son acogidos, pasan las hora de expectativa en el ahogo, en la incertidumbre del siguiente resultado, acosados tal vez por horribles sueños e íncubos… para, al final, morir solos… sin la última despedida. Y después… las escenas de las morgues, de los ataúdes múltiples y aparentemente anónimos, encerrando “tesoros” de seres humanos… Quizá el evangelio de la liturgia (Jn 14,1-6) de este viernes, 8 de mayo de 2020, pueda hacernos ver que sí, que hubo Alguien -un ángel de consuelo- a su lado en ese trance último -Getsemaní de soledad-..
“Vendré y os llevaré junto a mi”
»No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré junto a mí, para que, donde yo estoy, estéis también vosotros” .
Jn 14,1-3
Recuerdo que mis padres, finalizado el rezo del Rosario en familia, siempre añadían un padrenuestro a san José “para que nos conceda una buena muerte”. Y obviamente, a lo largo de las cuentas del rosario iban diciendo y repitiendo: “ruega por nosotros, en la hora de nuestra muerte”. Y… así un día y otro. Si la fe es una mera fantasía irreal… ¡qué triste engaño! Pero, ¿y si la fe es real? Cuando mis padres fallecieron y también mi hermana Lourdes sentimos que allí había una Presencia, que en medio de nuestro pesar, traía consuelo. No era el “ya se acabó”…. sino “y ahora qué…” Las palabras de Pablo en su primera carta a los Tesalonicenses les recuerda lo siguiente:
“No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron…de modo que, en adelante estemos siempre con el Señor. Por tanto, animaos mutuamente con estas palabras.(1 Tes 4,13-18)
1 Tesalonicenses, 4,13-18
Nuestra fe nos dice que no caemos en manos de la muerte cuando morimos, sino en “manos de Jesús” que viene a por nosotros, y a nuestro lado está María, nuestra madre, intercediendo por nosotros. ¡Ese es el misterio que nuestra fe lleva proclamando desde el siglo primero hasta hoy! Para la Iglesia el día de la muerte es el “dies natalis”, el día del nacimiento; es como sufrir un “segundo parto”… es ser dado a luz.
¡Re-imaginemos los Sacramentos de la sanación o la despedida! ¡No soy digno… de que entres en mi casa… mas dí una sola palabra…!
¡Claro que sí! Este es uno de los más preciosos ministerios de la Comunidad de Jesús:
- celebrar la unción de los enfermos pidiéndole insistentemente a Jesús del cielo que sane la enfermedad -como hizo durante su vida aquí en la tierra-: ¡precioso sacramento de oración y súplica, que expresa que la plegaria es escuchada a través de la unción del óleo y del Espíritu-.
- Celebrar también, como sacramento de despedida, el Viático: es decir, la Iglesia ofrece el Pan del Camino, del paso de este mundo al Misterio. ¡Qué mayor consuelo que saber que uno da este paso, con Jesús en el propio cuerpo!
- La Iglesia acompaña también la despedida en sus Eucaristías funeral, en las cuales nos imbuimos de la fe en que Dios acoge en su Casa, en su Morada, a quien nos ha dejado.
Sin embargo, me queda una pena. Tal vez, en esta ocasión, en estas circunstancias de la pandemia, la Iglesia no siempre ha podido estar presente en las UCIS, en algunas residencias de ancianos u hospitales. ¿No nos ha faltado imaginación para llevar los Sacramentos de Jesús a nuestras hermanas y hermanos? ¿Y tal vez también no nos ha faltado imaginación para celebrar la reconciliación con tantas comunidades y familias confinadas? No me refiero a esas eucaristías en streaming para quien quiera. Me refiero a encuentros sacramentales con grupos específicos, o personas individuales, en peculiares circunstancias. ¿Qué hizo el niño san Tarsicio, sino exponer su vida para llevar el pan de la Eucaristía a los cristianos en sus cárceles?
Si decimos que la “bendición urbi et orbi” del Papa es tan importante para toda la Iglesia, y que basta con que se reciba por TV o por radio para que sea efectiva para todos los fieles, ¿qué ha hecho la Iglesia para que tantos miles y miles de personas que hubieran deseado y siguen deseando, celebrar los sacramentos de la Oración por los enfermos, del Viático, de la Reconciliación, en la UCI pudieran hacerlo, como se recibe la bendición “urbi et orbi” con sus indulgencias? ¡Menos mal que “suplent Jesus et Maria”, que Jesús y María suplen a una Iglesia que a veces no tienen suficiente agilidad para, movida por el Espíritu, estar cerca de las situaciones imposibles!
Invitación de san Clemente Romano (1 Corintios, 36,1)
En el Oficio de Lecturas de este día hay un texto precioso del papa Clemente Romano, que nos habla de los muchos senderos que encontramos en la vida, pero nos inculca que “Camino, ¡sólo hay uno! Jesús nos dijo: “Yo soy el Camino”. Es decir, tu camino, tu acompañante hacia la realidad más misteriosa de tu vida.
Jesucristo es, queridos hermanos, el camino en el que encontramos nuestra salvación:
- Él, el pontífice de nuestras ofrendas, el defensor y protector de nuestra debilidad.
- Por Él, contemplamos las alturas del cielo.
- En Él, vemos como un reflejo del rostro resplandeciente y majestuoso de Dios.
- Gracias a Él, se nos abrieron los ojos de nuestro corazón; gracias a él, nuestra inteligencia, insensata y llena de tinieblas, quedó repleta de luz.
- Por Él, quiso el Dueño soberano de todo que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es reflejo de la gloria del Padre y está tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Plegaria
Gracias, muchas gracias Jesús por las palabras iniciales de tu discurso de despedida. ¡Ven!, te necesitamos en los momentos de mayor soledad y angustia. Hazte presente a través de los miembros de tu Cuerpo, que somos Iglesia. Que seamos reflejos de tu Presencia con nuestra ternura, nuestros gestos de acogida, como militantes de la revolución de la ternura.
Para contemplar:
“NOW AND AT THE HOUR OF OUR DEATH”
“Ahora y en la hora de nuestra muerte”
(The Brilliance)
Traducción: ¡Santa Madre de Dios, ruega por nosotros” ¡ruega por nosotros”, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén – ¡Misericordiosísimo Dios, perdónanos, perdónanos, por todo aquello que no hemos hecho. ¡Hijo de Dios, rescátanos, rescátanos, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén
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