Tenemos mucho recelo a confesar -en nuestra sociedad secular- la divinidad de Jesús. Es fácil que compartamos algunas de las dificultades que tuvieron sus contemporáneos: “¡Tú no eres más que un hombre!”. Confesar la divinidad de Jesús no es el resultado de un gran esfuerzo intelectual; no consiste en buscar en la Biblia textos probatorios y en la razón posibles no-contradicciones. Jesús mismo nos dijo que el Espíritu del Padre nos llevaría a la verdad completa. Quien tiene buena voluntad y se acerque a Jesús sentirá cómo le llega progresivamente una luz que lo conduce hasta lo más profundo del Misterio: ¡no solo de la persona de Jesús, sino del mundo!
El relato evangélico de Jn 10, 31-42
El relato evangélico de la Eucaristía de este día (3 de abril 2020) nos presenta un dramático diálogo de Jesús con los judíos (Jn 10,31-42). El contexto es terriblemente amenanzante:
“volvieron a coger piedras para tirárselas”
Jn 10
“de nuevo quisieron apresarle”.
Los judíos lo acusaban por aquello que Jesús decía. Jesús les replicaba con aquello que Él hacía.
- Para los judíos las palabras de Jesús eran blasfemas;
- para Jesús sus obras eran las obras de Dios Padre en Él.
- Incluso llegaba a pedirles que no creyeran en las palabras, ni siquiera en Él; pero sí en las obras y en la presencia actuante del Padre en Él.
- La identidad de Jesús se capta cuando se descubre en aquellas obras buenas y bellas que realiza que es el Hijo del Abbá, del Dios Creador, quien al final de su obra creadora vio que todo lo que había hecho era muy bueno, muy bello. Entre Jesús y el Padre se da una mutua inmanencia: “El Padre está en mí, y yo estoy en el Padre”.
- Jesús logró escaparse.
- Mucha gente fue a verle y constató la diferencia entre Jesús y Juan el Bautista: consideraban a Juan como un hombre que dice la verdad, pero no hace obras o señales de Dios. Y muchos creyeron en Jesús, por todo lo que Juan decía de Él.
Lo que hicísteis… conmigo lo hicísteis
La fe en Jesús no nace en nosotros simplemente a través de la escucha de lo que se dice de Él. El auténtico acceso a la fe acontece cuando experimentamos en nosotros o en los demás la obra que Dios realiza a través de Él, la íntima inmanencia e identificación entre Jesús y el Abbá Creador y el Espíritu en medio de los dos.
- Jesús nunca llega solo a nosotros. Se presenta ante nuestra fe y amor como Hijo, como el Nacido de Dios, el que actúa las obras bellas y buenas de Dios. Evoquemos el Génesis: “Y vió Dios que todo lo que había hecho era bueno bello”. Jesús re-crea el mundo, a las personas que creen en Él.
- Pero ¡qué difícil resulta creer en el Hijo de Dios a quienes piden argumentos, razonamientos, palabras, sin darse cuenta de que Dios actúa como Padre no tanto dando ideas, sino vida, transformando, sanando, redimiendo, santificando.
- Por eso, en el juicio final, seremos juzgados no por nuestras palabras, sino por nuestras obras: Tuve hambre, tuve sed, estuve en la cárcel…. Y me…
La comunidad de quienes creemos en Jesús debemos caracterizarnos no solo por la ortodoxia, las adecuadas palabras; sino, más todavía, por la ortopraxis, las acciones buenas. Son ellas -acciones de amor, de misericordia, de acogida que transforma al otro- las que suscitan la fe. Quienes las experimentan pueden decir con mucha facilidad: ¡Dios está aquí! ¡Adoremos!
Reafirmemos nuestra fe en Jesús, Hijo y Enviado del Abbá, ungido por el Espíritu, contemplando alguna de sus obras, realizadas en este día, en el lugar que habitamos.
Súplica
Abbá, tú has querido mostrarse en tu Hijo Jesús. Nos enviaste a la tierra al Hijo de tus entrañas para que en Él te contempláramos a ti. Tú, el invisible, te hiciste en Él visible: sobre todo, en sus obras y signos. Que vuestro Santo Espíritu nos libre de nuestra incapacidad para poder adorarte en Jesús, en todo lo que a través de Él estás realizando en la historia y en el mundo. Ayuda a quienes han perdido la fe en Jesús, que la recuperen por ese camino misterioso que tu Espíritu Santo les abre.
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