No sé porqué aquel día se nos ocurrió hablar del tema. Teófilo me espetó la pregunta. Yo me quedé perplejo. ¡Las flores siempre mueren! ¡Tienen contados sus días! También nosotros, los seres humanos. La pregunta me introducía en el ámbito misterioso de la muerte. Y pensábamos en nuestra conversación no solo en la muerte biológica, sino también en la muerte de los sentimientos, de las ideas, de los proyectos. ¡Todo se encuentra bajo el signo de la caducidad! “¿Habrá flores que nunca mueran?” ha sido una pregunta que me ha venido acompañando desde entonces, porque en aquel momento -en presencia de Teófilo- pensé en amistades, en amores profundos. Y pensé en ello, porque son no pocos los que creen que las grandes emociones pasan y, al final, mueren y se olvidan.
En aquel momento Teófilo, con una sonrisa maliciosilla, me miró y con una ingenuidad casi infantil me respondió: “Sí… si pones las flores en las manos de Dios”. Yo me quedé aturdido. No supe qué decir… pero enseguida intuí una clave en mi vida. Más tarde uní a esta respuesta aquella otra frase de san Agustín que leí en una tesis doctoral sobre la Amistad: “las mejores amistades son las que Dios aglutina”.
Vivir entregando y poniendo todo lo mejor, lo más bello, lo más entusiasmante que nos ocurra, en las manos de Dios, es prepararse para tener en la vida “flores que nunca mueren”.
Hace unos días me llegó la noticia de que Teófilo Cabestrero ha pasado a la Pascua definitiva. A sus 85 años, en tierra misionera (Guatemala). Yo lo conocí en aquel momento en que surgió la revista “Misión Abierta”. Me pidió que formara parte del Consejo de Redacción para llevar adelante un proyecto pastoral innovador: para transformar las parroquias, dar nuevo impulso a la evangelización liberadora, celebrar los sacramentos como “memoria subversiva del Evangelio”. Me fascinó ese planteamiento.Él me encargó el primer artículo que yo publiqué en una revista. El título que me pidió me sorprendió: “La Eucaristía de protesta”. Y así lo redacté y luego él me lo pulió para que resultara más pastoral, más comprensible. Intuíamos que la celebración sacramental debería ser siempre “memoria peligrosa” capaz de transformar la sociedad.
Hubo un momento en que intuimos que habíamos de dejar ese proyecto y fue cuando Teófilo marchó a América y yo seguí mis clases como profesor de Teología. Nuestros encuentros posteriores -por diversos motivos- siempre han resultado interpelantes para mí. Teófilo era como “una inquietud evangélica y pastoral” permanente. Siempre llevaba consigo algún proyecto, alguna nueva idea. Aun recuerdo cuando me dijo -en una ocasión- qué por poco no fue él uno de los mártires de la UCA, pues se alojaba con una cierta frecuencia en las habitaciones de aquellos jesuitas mártires.
Teófilo tenía algo así como una piedra filosofal. Todo lo que tocaba lo convertía en “Evangelio”, en “pastoral”, en “misión”. Recuerdo lo entusiasmado que venía después de ver la película “hermano Sol y hermana Luna”. Le pregunté -porque yo todavía no la había visto- ¿qué es lo que más te ha gustado? Y él me respondió: “Cuando Francisco se acerca al leproso y lo abraza… e inmediatamente después corre entusiasmado diciendo ¡Me he comprometido! ¡Me he comprometido!
Teófilo nunca perdía el tiempo. Era un impaciente apocalíptico. Y esto le hacía entrar en situaciones de bloqueo, de “neura”, en las que ya no se podía hablar, ni continuar una conversación. Cuando descansaba, volvía plácida y serenamente, como un niño que acaba de despertar después del sueño.
Los últimos años de Teófilo han sido los de un “enamorado de Jesús”. Jesús ha sido su pasión. ¡Esa flor que nunca muerte! Al final de su vida, Jesús ha sido para Teófilo la belleza, el encanto, la seducción de todos sus días. Ahí están las numerosas obras que ha ido escribiendo sobre Jesús y que de una manera u otra me hacía llegar, o en la que me pedía colaboración. El único título que le faltó por escribir es el que encabeza este mi modesto recuerdo: “¿Habrá flores que nunca mueran?”. Teófilo descansa con Jesús y desde allá impulsa el camino de la Iglesia del Papa Francisco, para que se vayan realizando todos tus sueños innovadores por el Reino de Dios.
Teófilo también es una flor que nunca muere, porque siempre hasta el final estuvo en las manos de Jesús.
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