Fui invitado a celebrar la Eucaristía del tercer domingo de Cuaresma en la cripta de la catedral de Shillong (Nordeste de India). La Iglesia estaba abarrotada de fieles, pero la mayoría jóvenes, con una presencia equilibrada de mujeres y varones. La Eucaristía se celebró en la lengua “garo” (una de las lenguas de las tribus de esta zona). El presidente de la concelebración me pidió que yo hiciese la homilía, pero también le pidió a una joven religiosa que, desde el ambón, tradujera mis palabras del inglés al “garo”. Hubo una sintonía perfecta. A través de “su mediación” fue posible mi comunicación con aquella preciosa comunidad de creyentes. Pero ¿no hay que decir también, que aquella que es capaz de traducir las palabras de un presbítero para la comunidad cristiana, es capaz de traducir y exponer la Palabra de Dios para la misma comunidad cristiana? ¡Son tantas las mujeres, nuestras hermanas que reciben el don de interpretación de la Palabra, que están magníficamente preparadas, que la hacen llegar al corazón de la gente! Si la madre Iglesia confía en sus presbíteros, ¿porqué no va a confiar en sus fieles?
Esta experiencia me viene a la mente hoy, 8 de marzo, día en que celebramos el día internacional de la mujer para reivindicar su igualdad de derechos con el varón. Son innumerables las veces en que mis alumnas y alumnos me han interpelado en las clases sobre este tema: “la igualdad de la mujer en la Iglesia”. Y debo decir que no es un tema recurrente sólo en Europa, también en América, y en Asia y en África. Recuerdo que propuse un seminario sobre el sacerdocio en la carta a los hebreos y quienes se inscribieron en él eran todos africanos, y la mayoría mujeres religiosas.
Estamos ya cansados de hablar del tema sin que nada serio esté ocurriendo, ni moviéndose. Es políticamente – eclesialmente correcto hablar del “genio de la mujer”, de su importancia en la Iglesia, de la necesidad de tenerla en cuenta. Pero pasan los meses, los años y no se toma ninguna decisión seria, revolucionaria con respecto a un pasado del que deberíamos avergonzarnos.
Hace ya muchos años el gran teólogo español Olegario González de Cardedad me sorprendió con un artículo en el que pedía un Sínodo sobre la Mujer. Y decía, si no recuerdo mal, que en otros tiempos su dejadez hizo que la Iglesia perdiera a los obreros; y que ahora, también por dejadez, la Iglesia podría perder a las mujeres.
Ahora que se están pidiendo temas para el próximo Sínodo, sería el momento de que éste fuera el tema “estrella”. Pero dudo, que haya aparecido en alguna de las propuestas de las conferencias episcopales. Es un tema que da miedo y que se trata “diplomáticamente”; por eso, se esquiva. ¿Porqué no llega el momento en el que no solo se organice un Sínodo “sobre”, sino “de” las mujeres” con sus hermanos Papa y Obispos? ¿No se dice que lo propio de un un Sínodo es que caminemos “todos juntos”? ¿Porqué no emprender ese camino hacia el futuro “todas y todos” juntos?
No basta que de nuestro querido Papa Francisco nos lleguen gestos, deseos, propuestas. Es necesario en la Iglesia un gran consenso, una nueva perspectiva, un nuevo paradigma. Para ello se necesita mucha inteligencia, sabiduría y humildad. Y, además, me atrevo a decir, que es urgente. No debemos perder más tiempo cavilando sobre el tema. Es el momento decisivo. El kairós. Si no, veremos alejarse de nosotros cada vez más a la humanidad y a los pueblos, dóciles al Espíritu. Y nosotros mostrando el rostro de una iglesia en la que los varones seguimos en primera fila en nuestras Universidades, en nuestras Curias, en nuestras Celebraciones. No habrá ninguna mujer que pueda hablar “en nombre de la Iglesia”. No se trata de misericordia. Se trata de justicia. Pero también de que la Iglesia muestre el rostro completo de Dios. Aporte a la humanidad todos sus tesoros. Sorprenda al mundo con todos sus dones y personas.
Hace años se organizó en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid una semana de estudios con el título “Unas mujeres nos han sobresaltado: femenino y masculino plural”. Fue sintomático el hecho de que se sobrepasó el número de matrículas para el evento. Todas las personas matriculadas -más de seiscientas- eran mujeres. Cuando algunos varones quisieron matricularse, ya no había puesto. Aquel evento pasó. Siempre queda una semilla en el interior. La pregunta es: ¿porqué no germina? ¿piedra, espinas, pájaros? Preguntémonos cada uno de nosotros, allí donde estamos, si somos pedruscos, o espinas que ahogan, o pájaros que raptan semillas? Quiera nuestro Abbá que germine y pronto.
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