Se dice frecuentemente que el matrimonio está en una profunda crisis. Y, a pesar de ello, la gente se casa. La industria de las bodas es floreciente. Maneja mucho dinero. El coste medio de una boda en Estados Unidos era hasta hace poco de unos 30.000 dólares. Es verdad que hay muchos tipos de bodas: desde la boda de “familia, unos pocos amigos y basta”, hasta la boda “por todo lo alto”[1]. La industria de las bodas maneja muchos millones[2]; esta industria se plantea “cómo persuadir a los consumidores a aceptar nuevos servicios en conexión con el rito que es ostensiblemente tradicional y no-comercial”. Los negocios han sido capaces de introducir productos nuevos y nuevas exigencias: se ha creado una mezcla de retro (nostálgica tradición) con prácticas que tendrían muy poca relevancia en el pasado. En la industria de la boda hay overbooking: las empresas dedicadas a ello no dan abasto (vestidos, peluquería, hoteles, restaurantes, transportes, turismo, músicos, fotógrafos, listas de regalos y hasta oferta de rituales alternativos con sus respectivos ministros…).
En ese entramado empresarial se inserta por gracia o desgracia la celebración eclesiástica y sacramental del matrimonio.
No es fácil evitar interferencias y hacer que la celebración sacramental responda a su naturaleza genuina, o que no entre en competitividad con otras ritualidades que relegan la celebración sacramental y atraen muchísimo más la atención y la emoción tanto de los novios como de los invitados.
Querámoslo o no ésta es la situación compleja a la que han de enfrentarse las jóvenes parejas cristianas que deciden celebrar su matrimonio sacramental y con la que hemos de contar en nuestras iglesias y santuarios..
I. El momento actual del Matrimonio: Alianza sí, pero abierta…
Celebrar el matrimonio es celebrar una alianza, un pacto entre dos personas pertenecientes -con frecuencia a mundos diversos e -incluso a veces- conflictivos. La experiencia nos hace cautos a la hora de establecer alianzas: ¡no son tan duraderas como tal vez en otros tiempos se soñaba! Muchas de ellas tienen fecha de caducidad. Las leyes sociales lo tienen cada vez más en cuenta y se muestran comprensivas con esa limitación. Nosotros en la Iglesia, sin embargo, celebramos alianzas “para siempre”, pero sabemos que eso es posible si contamos con “lo que Dios ha unido”, es decir, con parejas verdaderamente unidas por Dios. Ya decía san Agustín que “las mejores amistades son aquellas que Dios aglutina”.
Pero creo que antes de proclamar el evangelio de la Alianza, debemos comprender lo que está ocurriendo en las relaciones humanas de pareja[3].
1. La situación de la alianza matrimonial en la sociedad del movimiento
A nadie le pasa desapercibido lo difícil que resulta hoy a las parejas mantener la Alianza matrimonial “en la alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de la vida”; lo que en un momento parece claro y evidente, en otro se vuelve problemático e insoportable.
Quienes asisten a la boda sospechan que la celebración tiene más que ver con un pacto temporal, que con una alianza eterna. Así parece evidenciarlo la realidad creciente de divorcios explícitos o implícitos: Los divorcios están a la orden del día[4].
Estamos en la sociedad del movimiento. Todo cambia rápidamente y lo que estaba en vigencia hasta hoy, pronto queda obsoleto. Nos encontramos en la “sociedad líquida”, del “amor líquido” (Zygmunt Bauman); es difícil retenerlo y no se estabiliza.
Las relaciones de pareja se han vuelto más igualitarias pero también más complejas; más apasionadas, pero también más exigentes. Aunque los sentimientos presentes sean de amor eterno, de idilio sin fin, la realidad dice que cuando aparezcan –si no han aparecido ya- las primeras dificultades, el idilio puede concluir o ser suplantado por otro idilio. Parece muy difícil asumir un proyecto “para toda la vida”, dado también que la expectativa de vida es mucho más alta. La realidad familiar, en otros tiempos, tan estructurada y organizada, está sufriendo hoy también notables desajustes. El mundo laboral, la sociedad líquida, están influyendo en ella de tal forma que todo se vuelve más inestable y menos comprometido. La atención a los miembros de la familia está muy mediatizada por las obligaciones sociales y laborales y todo el mundo de relaciones que conllevan. Son a veces, las situaciones económicas las únicas que obligan a frenar decisiones que el corazón ya ha tomado.
La humanidad joven tiende a retrasar la fecha del casamiento y del matrimonio responsable y fecundo. Los padres tienen cada vez más edad y menos hijos.
Los modelos de matrimonio que van sucediendo al modelo institucional reflejan los cuestionamientos más serios de la sociedad globalizada e inestable en que nos encontramos. El modelo de la cohabitación se ha agazapado como protesta dentro de situaciones sociales y políticas que no convencen.
A todo esto se añade la búsqueda de satisfacción amorosa -¡no sólo sexual!- que los seres humanos de nuestro tiempo añoramos. El amor busca imponerse donde sea y como sea. El amor es la gran religión de nuestro tiempo con sus sacerdotes y sacerdotisas, sus altares e incluso sus guerras. El sexo se vive frecuentemente al margen del amor y genera un culto adictivo e idolátrico.
2. Las preguntas a las que debemos responder sin ingenuidad
En la preparación y celebración del matrimonio el ministro ordenado podría reducirse a afirmar y reafirmar la doctrina de la Iglesia, pero sin tener en cuenta lo que está sucediendo hoy en el corazón humano y en la cultura ambiente. A las nuevas preguntas hay que darles respuesta desde nuestra fe. Por eso, es responsabilidad nuestra cuestionar nuestra forma de pensar y de hablar para “dar razón de nuestra esperanza a quien hoy nos la pida” (1 Ped 3,15).
Bajo la palabra “matrimonio” se camuflan realidades muy diversas. Lo que una sociedad reconoce como matrimonio, otra lo niega; allí donde una sociedad admite el divorcio, otra lo prohíbe. Los requisitos para establecer la Alianza matrimonial son diferentes en unos grupos humanos y en otros. ¿Qué es lo que lleva a dar por válido un matrimonio o a declararlo nulo? ¿Cómo después de varios años de convivencia se puede declarar nulo un matrimonio? Incluso las personas que forman la pareja –tras una relación prolongada- discrepan a la hora de definir si su relación ha sido o no matrimonio.
Ante semejante situación, los seguidores y seguidoras de Jesús evocamos sus palabras: “Al principio no fue así. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Ésta es la buena noticia que queremos transmitir: la posibilidad de una alianza de amor que supera todos los peligros de ruptura. Si esta es la situación, que a todos nos supera, no basta recordar en la celebración los imperativos categóricos del no al divorcio, y el sí a la mutua comprensión, fidelidad y perdón. Es necesario comprender, ante todo, la situación y ofrecer las respuestas que se derivan de un serio discernimiento desde la Palabra de Dios, y lo que el Espíritu Santo inspira a su Iglesia y a su magisterio en este tiempo.
II. El “lugar de la celebración”: desde los no-lugares a los espacios liminales
1. El atractivo de las bodas exóticas
Siempre hay personas singulares que se salen de lo normal y deciden celebrar su matrimonio en los lugares y las situaciones más extrañas y exóticas. Para ellas tiene un significado del todo especial el pactar su amor en la cumbre de una montaña, o en un amanecer, o junto a una fuente, o un río, o en un circo, o en el espacio mientras caen en paracaídas, o como buzos en el fondo del mar.
Hay parejas que eligen como lugar de la celebración de su Alianza países o islas lejanas: las Vegas, Bahamas, Hawai, Bali, Polinesia francesa, el Caribe… las islas Maldivas.
El atractivo de lo liminal, de aquello que nos lleva al umbral, al límite, a la frontera, se manifiesta de una manera especial, cuando también la vida de la pareja va a tomar una orientación nueva y totalmente diferente.
2. La boda en un Santuario
Algo de extraño tiene asimismo el hecho de que determinadas parejas decidan celebrar su matrimonio en el contexto de un Santuario y no en el lugar normal de la propia parroquia o iglesia urbana.
- El santuario es un espacio no-convencional en el que se hace memoria de un acontecimiento de alguna manera teofánico o mariofánico. El santuario acoge una manifestación de la gracia divina y se hace memorial de ella. Es un espacio liminal entre el mundo profano y el sagrado: es como un umbral que nos sitúa ante el Misterio.
- Existen santuarios en las religiones, en el cristianismo. Son centros de peregrinación, de súplica, de intensa oración. La visita a un santuario supone una ruptura de nivel, aunque el santuario se encuentre ubicado en un centro urbano. Se llega al santuario a través de una experiencia de peregrinación; hay que salir del propio mundo para entrar en aquel espacio liminal y umbrátil.
- Los santuarios amenazan al laicismo de la sociedad. Mantienen viva la llama de la piedad o religiosidad popular. Y el pueblo mantiene viva la llama trascendente de los santuarios y la tradición que en ellos se celebra.
- En el santuario se congrega un pueblo sin demasiada estructura interna. Es el espacio de la espontaneidad creyente, más allá de las normas de la fe o de la liturgia.
- El santuario es un lugar de bendición; donde se espera ser bendecido, donde el único requisito para acceder a él es la fe en el evento allí celebrado y memorizado.
- Como servidor del santuario hay un presbítero o unos presbíteros que ordinariamente son para el pueblo como “ministros extraordinarios”.
¿Porqué celebrar el Sacramento del Matrimonio en un Santuario?
Tal vez las parejas que así lo hacen no sean del todo conscientes del porqué. Un sentimiento con el que les resulta muy fácil empatizar les mueve a ello. Ese sentimiento puede ser:
- Celebrar la Alianza matrimonial fuera de los estereotipos sociales; huir de la banalidad, de la rutina, del espacio convencional.
- En el fondo se muestra ahí también una cierta rebeldía ante la estructura parroquial, marcada frecuentemente por la ausencia de la experiencia del misterio, o una experiencia religiosa “débil”; se expresa la necesidad de un contexto de religiosidad “fuerte”, más intensa.
- La conexión con la tradición religioso-espiritual de la propia familia, que descubre en el Santuario una realidad muy importante para el clan familiar.
Es sagaz aprovechar la oportunidad que ofrece el Santuario para que la vida de los esposos e invitados quede marcada por la Gracia, allí celebrada y sentida.
3. Aprovechar la oportunidad
- Celebrar el matrimonio en un santuario mariano es evocar directamente el relato de las bodas de Caná: “se celebró una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí” (Jn 2, 1ss). Hay santuarios marianos en toda Europa desde Portugal hasta los Urales y desde Irlanda hasta el mar Egeo. La geografía española está llena de Santuarios marianos. Todos ellos testifican la devoción tradicional a María según con diferentes acentos culturales. Las imágenes veneradas en estos santuarios reflejan el temperamento y la espiritualidad del pueblo que frecuenta estos santuarios. Las Vírgenes de Europa en sus diferentes formas revelan a la Madre de Jesucristo como Madre nuestra. Diversas corrientes espirituales y culturales y diversas tradiciones le dan a ella características diferentes y la visten de formas diferentes. En todas las imágenes ella es la mujer de la gran esperanza que inspira esperanza cristiana en sus hijos e hijas porque el Señor ha hecho obras grandes en ella[5].
- Celebrar la boda en un Santuario dedicado a Jesucristo evoca las “bodas del Cordero” de las que nos habla el Apocalipsis: “el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven Señor Jesús!”. No hay que echar en el olvido la dimensión “escatológico-apocalíptica” de cada boda. En ella nace, o puede nacer, una alternativa, un mundo nuevo, puede bajar a la tierra algo de lo que imaginamos como la nueva Jerusalén, morada de Dios entre los hombres. El Santuario es el lugar en el cual se hace presente una realidad que viene de la Escatología. Por eso, en los Santuarios se respira un aire escatológico-apocalíptico. Es una dimensión olvidada en la administración eclesial del día a día, pero que contradistingue a los Santuarios.
- ¿Y celebrar la boda en el santuario de la Creación? Si no se trata de meros caprichos, es cierto que la naturaleza, la tierra, es el templo universal que el Creador ha puesto a nuestra disposición para manifestarse a nosotros y ser adorado. ¿Dónde?, le preguntaba la samaritana a Jesús. Y él le respondió: ¡en cualquier lugar, en espíritu y verdad!
Y, como el Santuario es espacio para la súplica, incluso para pedir el milagro, por eso, es lugar propicio para sellar “alianzas sin vuelta atrás”, para siempre. En el Santuario se hace más patente “la gracia” de la alianza esponsal, posible como súplica más que como compromiso.
III. Esbozo de catequesis sobre la Alianza esponsal y su celebración
La teología del sacramento del matrimonio está vinculada estrechamente a la teología de la Alianza. Creo que es ésta la perspectiva adecuada para abordar en nuestro tiempo el tema del sacramento del matrimonio. Se sacramentaliza en él la Alianza de Dios con el mundo, con su pueblo, con cada uno de nosotros[6].
El Santuario es un espacio sagrado peculiarmente adecuado para celebrar la Alianza entre los esposos, porque es un lugar donde Dios ofrece y reivindica su Alianza con la humanidad.
Esto puede y debe ser resaltado en la catequesis que prepara y acompaña la celebración sacramental.
Esta catequesis puede ser como un recorrido que permite descubrir el misterio del matrimonio, comprenderlo y vivirlo: “Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. ¡Gran misterio es éste!” (Ef 5, 31-32).
1. El misterio en el libro de la naturaleza: “Dos se hacen uno”
Cuando Dios creó el mundo vio que todo era “muy bueno, muy bello”. Albert Einstein quería llegar a conocer –a través de sus investigaciones- el pensamiento primigenio de Dios, cuando creó el mundo. También nosotros quisiéramos saber cómo Dios pensó originariamente el matrimonio. ¿Cómo fue “al principio” (Mt 19,8)? La verdad es que ese principio fue muy remoto: el matrimonio está ya esbozado –al menos de forma analógica- en el origen del primer átomo y de la primera molécula de hidrógeno. Hoy contemplamos el mundo con nuevos ojos: los poderosísimos micro- y macro-scopios y los sofisticados ordenadores, que nos permiten ver lo hasta ahora invisible y calcular o conocer su despliegue. La alianza se inicia ya en niveles subatómicos. La creación acontece a partir de la unión de “dos en uno”. Cuando dos se hacen uno algo nuevo brota en el proceso cósmico. Así fue el origen de los átomos, las moléculas, las estrellas y galaxias, los seres vivientes[7] y también los seres humanos: Adán y Eva en su dualidad se sintieron llamados a ser “uno”: “Es por esto, por lo que el hombre deja a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y será los dos una sola carne o familia” (Gen 2,24). En ellos y sus descendientes se cumple en grado espectacular esa ley que se intuye en todo el proceso cósmico: “dos serán uno”. La unión de dos en una unidad superior es el patrón en el cual se basa el gran proceso de la naturaleza.
Aunque muchos se casan o se unen entre sí (¡aparean!), movidos por una especie de reloj biológico, sin embargo, el ser humano ha descubierto –en su proceso histórico- que esa llamada de la naturaleza es, sobre todo, vocación y vocación dual o interpersonal. El descubrimiento del matrimonio como vocación a la comunión amorosa y fecunda, aunque está ya presente en el diseño original del Génesis (2,23-24), es relativamente tardío. Los siglos XIX, XX y XXI han sido lo que más han afirmado la necesidad de contraer matrimonio libremente, sin ningún tipo de coacción. En el ámbito eclesial, decimos, que el matrimonio es una auténtica “vocación dual”[8]. No es la fusión de dos en uno sino la comunión de personas, como la Santa Trinidad, lo que caracteriza “el dos en uno” del Matrimonio
2. El misterio en el libro de la Revelación
Todo lo que estamos diciendo se puede leer en el libro de la naturaleza. Pero ¿qué se lee en el libro de la Revelación?
El matrimonio de los cristiano es un gran misterio: memoria del matrimonio prototípico entre Adán y Eva (según el Génesis), del matrimonio histórico de Dios con su Pueblo Israel (según la literatura deuteronomística y profética) y del matrimonio escatológico entre Cristo y su Iglesia (según la apocalíptica cristiana). El matrimonio es así concebido como alianza de amor. Esta alianza genera una íntima comunidad de vida y de amor conyugal fecundo.
Si bien todo matrimonio es sacramental, la forma cristiana del matrimonio tiene una densidad simbólica y sagrada especialmente intensa: son hombre y mujer: “a imagen de Dios fueron creados”. En la oración que se recitaba en el ofertorio de la Misa en otro tiempo, el presbítero depositaba una gota de agua en el cáliz mientras decía: “Oh Dios, que has creado el mundo de forma admirable, pero más admirablemente aún lo has recreado…” Esta oración es clave para entender la sacramentalidad cristiana del matrimonio. El sentido de la creación sólo se encuentra en la aurora, extrañamente nueva de la mañana de Pascua. En esa mañana descubrimos que quienes se desposan son sus hijos e hijas en el Hijo. Y que ambos son un fiel reflejo no solo del amor apasionado de Dios hacia su Pueblo (la primera alianza esponsal), sino del amor apasionado de Jesús hacia su Iglesia (la segunda y definitiva alianza esponsal). A pesar de la influencia del pecado en la relación de pareja, el icono divino que es la pareja no ha sido destruido. Es más: en Cristo es redimido y liberado para siempre. El matrimonio entre creyentes es sacramento de la Nueva Alianza.
3. El misterio consagrado permanentemente por el Espíritu
El “dos en uno” de la Alianza no es posible sin la acción y la mediación que es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es, a veces, el gran ausente de la celebración matrimonial. Apenas se recurre a él, apenas se le menciona. Incluso los tratados sobre el Sacramento y hasta la misma liturgia latina adolecen de un olvido del Espíritu. En un Santuario, que es casa y templo del Espíritu, ¡no debe ser olviddo!
En el rito bizantino del matrimonio el Espíritu sí está muy presente[9]. No tanto en el rito latino. En él se pone más de relieve que “en la celebración eucarística los esposos hacen ofrenda de sus propias vidas y se unen a la ofrenda de Cristo por su Iglesia. Además, comulgando los dos el mismo Cuerpo y Sangre de Cristo forman un solo cuerpo en Cristo”[10]. Desgraciadamente el nuevo Ordo introduce una sola mención del Espíritu Santo en una de las fórmulas alternativas propuestas para la bendición al fin de la Misa, donde se une directamente a la acción del Espíritu la caridad cristiana de los esposos: “Que el Espíritu Santo de Dios efunda siempre su caridad en vuestros corazones”.[11] De todos modos, la celebración del matrimonio es epíclesis o invocación al Espíritu Santo y reconocimiento de su actuación y presencia en el sacramento.
Creo que es necesario recobrar la conciencia de que la celebración del sacramento del matrimonio es un auténtico acontecimiento de consagración o unción del Espíritu. El Espíritu crea en la pareja la “una persona mystica” (H. Mühlen). Hace posible lo que aparentemente es imposible. Ahuyenta y vence los malos espíritus que a veces quieren apoderarse de la pareja y destruirla. El Espíritu es también la fuente de la vida y aquel que hace posible la generación de nuevos hijos de Dios: nacidos de la carne, de la sangre y del Espíritu. Peligra el matrimonio cuando la pareja no cultiva su espiritualidad.
4. Un sacramento según el Evangelio
¿Por qué casarse “por la Iglesia”? ¿Por qué casarse en un Santuario? Por la necesidad de amar, vivir, procrear, creer “en Cristo Jesús”. En el matrimonio el Espíritu de Jesús dice:: ¡Convertíos y creed en el Evangelio! ¡Seguidme!
El Espíritu Santo, que actúa en el Sacramento, une dos historias para el futuro. Habilita a la pareja con el amor mutuo para que puedan convivir, reconciliarse, perdonarse –cuando sea necesario-, sanarse mutuamente, procrear, dar testimonio. Es una gracia que transfigura el amor de una pareja en símbolo y presencia del amor del mismo Dios.
Pero el amor es experimentado más como promesa, que como realidad cumplida, como un amor que hay que descubrir y todavía tiene mucho que crecer. Esta tierra no es todavía lugar del desposorio definitivo. La boda definitiva tendrá lugar en la nueva Jerusalén.
¡Así es el sacramento del matrimonio! El matrimonio hace entrar en el proceso místico del amor: que tienes sus fases, sus moradas, hasta llegar a la mística. Es posible la fidelidad del día a día, el nuevo descubrimiento, aunque haya que atravesar varios desiertos. El amor no acaba nunca… “hasta que la muerte nos una”.
“Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como una ofrenda viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12,1−2).
Los esposos cristianos viven una experiencia humana y cristiana diferente a la vida de los no−casados, o de aquellos que simplemente cohabitan. Ellos son ofrenda viva, santa, agradable y toda su vida es ejercicio del sacerdocio común de los fieles, es culto agradable. Son los sacerdotes de la liturgia de la vida en su Casa, templo sagrado, en su Iglesia doméstica.
Como bautizados−confirmados y como esposos, oficialmente acogidos en la comunidad eclesial, celebran la Eucaristía para crecer en comunión mutua y con los hermanos, se encuentran con el perdón de Dios y de la Iglesia −universal, particular y doméstica− en el sacramento de la Reconciliación.
Reconozco que no es fácil introducir a las jóvenes parejas en el misterio del matrimonio cristiano. Sé que nuestro lenguaje puede parecerles alejado de la realidad. De hecho, no está alejado, sino que intenta expresar “lo profundo” de la realidad, del amor, de la alianza. Casarse no es emparejarse. Casarse es entrar en una zona de misterio, donde al ser humano se le promete lo que el ojo nunca vio, ni el oído nunca oyó. Lo exótico no es la forma de vivir el matrimonio, sino el misterio que el matrimonio encierra para quien navega a través de su mar.
Conclusión
La celebración del matrimonio está siendo sometida al influjo de muchos intereses. A cada joven pareja no le resulta fácil desprenderse de ese entramado complejo que se le ofrece como pasadizo para poder casarse. Hay parejas que de alguna manera quieren liberarse de esas convenciones sociales que para ellas tienen muy poco sentido y se plantean otro tipo de celebración o incluso renuncia a ella y entran en esa forma de vida sin ningún tipo de oficialidad.
Cuando esto sucede la Iglesia debe realizar su discernimiento. En esta reflexión he intentado ofrecer unas claves para discernir según el Evangelio y según el proyecto del Dios creador. La celebración de la Alianza es uno de los momentos más bellos para la “nueva evangelización”. ¡No los desaprovechemos!
Celebrar el matrimonio es inaugurar una “iglesia doméstica”. Es extender la tienda de la Iglesia. Cada nueva iglesia que surge está llamada a conectarse con otros, a enriquecer el entramado de la gran Red.
[1] Un ejemplo de la prensa, sobre la boda de Petra Ecclestone: “La novia que llegó acompañada de su padre en un espectacular Rolls Royce escogió para esta ocasión tan especial un vestido de novia diseñado por Vera Wang con escote corazón y vaporosa falda de tul. Un diseño que complementó con un peinado semirrecogido adornado por una diadema. Entre los invitados a la lujosa boda se encontraban por ejemplo Sarah Ferguson y sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, Paris Hilton con su hermana y su madre o Flavio Briatore y su mujer Elisabetta Gregoraci. Una ostentosa boda que ha sido organizada por la misma empresa que se encargó de organizar el enlace de David y Victoria Beckham y que ha contado con las actuaciones de Black Eyed Peas y Eric Clapton”.
[2] Cf. Valerie Weaver-Zercher, Weddings , Inc., en Christian Century, 27 (2007), pp. 30-32. La autora tiene en cuenta tres libros recientes sobre el tema en EEUU: Vicki Howard, Brides, Inc.: American Weddings and the Business of Tradition, University of Pennsylvania Press: (la autora ofrece una vision histórica sobre el negocio de las bodas); Rebecca Mead, One Perfect Day: The Selling of the American Wedding, Penguin (la autora relata cuál es la escena de la boda actual); Colleen Curran (ed), Altared: Bridezillas, Bewilderment, Big Love, Breakups, and What Women Really Think About Contemporary Weddings. Vintage, (diversas mujeres relatan su experiencia de la celebración de bodas).
[3] Cf. mi libro sobre el matrimonio donde desarrollo ampliamente esta cuestión: José Cristo Rey García Paredes, “Lo que Dios ha unido”. Teología de la vida matrimonial y familiar, ed. San Pablo, Madrid, 2005, pp.
[4] En los últimos datos que nos ofrece la página web del Instituto de Política Familia en España se dice que “el año 2009 se saldó con más de 122.000 rupturas familiares y una caída continuada del número de matrimonios”. El 40 por ciento fueron sin acuerdo entre la pareja (http://www.ipfe.org/es/) pero también se dice que la crisis evita casi mil divorcios.
[5] The Madonnas of Europe: Pilgrimages to the Great Marian Shrines of Europe. Photographed by Janusz Roikoii, text by Wojciek Nizynski et al, English translation and editing by Natalia von Svolkien. San Francisco: Ignatius Press (Distributor) 2000.
[6] Cf. José Cristo Rey García Paredes, Lo que Dios ha unido. Teología de la vida matrimonial y familiar, San Pablo, Madrid, 2006; Peter Jeffery, The Mystery of Christian Marriage (New York/Mahwah: Paulist Press, 2006) 194-226; John Shea, The Spiritual Wisdom of the Gospels for Christian Preachers and Teachers: On Earth as It is in Heaven, Year A (Collegeville: Liturgical Press, 2004) 297-301. (parábola del banquete de bodas); Thomas David, Christian Marriage. The New Challenge, Liturgical Press Collegewlle, 2007
[7] La materia más elemental y conocida en el cosmos es el hidrógeno; cada átomo de este elemento está compuesto de un protón y un electrón. Sabemos hoy que el primer átomo de hidrógeno apareció en la tierra 1000 millones de años después de aparecer el universo. No existían condiciones adecuadas para que un potencial protón de hidrógeno pudiera conectar con un electrón para así formar el átomo de hidrógeno. Solo cuando las condiciones fueron favorables, se produjo el gran encuentro la fusión: los dos se hicieron uno; hubieron de pasar algunos millones de años para que aconteciera un segundo matrimonio entre dos átomos de hidrógeno que formaron así la molécula de hidrógeno. Cuando después de muchos otros siglos se unieron dos moléculas de hidrógeno surgieron las brillantes estrellas. Comenzó a haber luz en un absolutamente oscuro universo. Tuvo lugar la fusión nuclear. Los dos se hicieron uno. Debido a la fusión nuclear aparecieron las galaxias, las estrellas los soles, los planetas…. Hace unos cuatro mil millones de años apareció nuestro sistema solar. En el polvo cósmico, un planeta congelado permitió que el hidrógeno se conectara con los otros elementos., como el oxígeno y el carbono. El hidrógeno está en todas partes. Más del 90% de los átomos del universo son de hidrógeno. Combinado con el oxígeno forma el agua. Añadiéndole carbono es la base de nuestra vida. En estado puro puede ser un combustible limpio, seguro, potente. Cf. Brian Swimme and Thomas Berry, The Universe Story: From the Primordial Flaring Forth to the Ecozoic Era – a Celebration of the Unfolding of the Cosmos, Harper SanFrancisco, New York, 1992; Adam Frank, “The First Billion Years,” en Astronomy, 34:6 (2006), pp. 30-35.
[8] Dedico a este tema –frecuentemente olvidado en los textos teológicos sobre el Matrimonio- un capitulo en mi libro “Lo que Dios ha unido”. Teología de la vida matrimonial y familiar”, San Pablo 2006, pp. 339-371.
[9] En el rito de la coronación se invoca al Espíritu Santo: hay re oraciones que son epíclesis al Espíritu y anamnesis. La relación entre matrimonio y Espíritu Santo fue puesta de relieve por los Padres de la Iglesia. Orígenes entendía el matrimonio como carisma del Espíritu. Teodoro Estudita (s. IV) testimonia que en la Iglesia de Constantinopla se hacían invocación al Espíritu en las bendiciones nupciales.: cf. J.C.R. García Paredes, Lo que Dios ha unido., pp. 411-415.
[10] Catecismo de la Iglesia católica, n. 1621.
[11] OCM, 126c.
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