Jesus comienza su misión asistiendo a una boda con sus primeros discípulos. Allí realiza su primer “signo” y en él manifiesta su gloria.
Yo me pregunto: Jesús, nuestro Señor resucitado, ¿se hará presente en todas las bodas que se celebran en el mundo, o sólo en algunas, en aquellas que llevan la marca de “celebraciones sacramentales”?
La boda es la forma que tenemos los seres humanos de celebrar el amor íntimo y comprometido entre dos personas, o de inaugurar solemnemente una alianza de fecundidad. En las bodas, el amor sale del anonimato; se muestra y compromete públicamente. En las bodas se celebran las relaciones victoriosas, fuertes, capaces de superar las dificultades. En ellas se sueña un futuro fecundo y amoroso. Y se le pide a la sociedad o a la religión, ayuda, bendición, protección.
Los pueblos suelen celebrar las bodas con un cierto exceso en la comida, los vestidos, los regalos, la música y la danza, los bellos escenarios, los lenguajes del amor. Las bodas son las fiestas del Eros, del Dios del Amor, de esa religión que todos los seres humanos compartimos, más allá de las distintas confesiones religiosas o incluso manifestaciones de indiferentismo, agnosticismo o ateismo. ¡Sea como fuere, el amor es celebrado!
¡Donde hay amor, allí está Dios! ¡Aunque no sea explícitamente mencionado, como en el Cantar de los Cantares o el himno al amor de 1 Corintios! Donde el Amor es celebrado, allí es invitado también Aquel que es la expresión más intensa y bella del Amor de Dios, su Hijo Jesús. Donde Amor es celebrado, en cualquier boda del universo, allí está también la “madre del Amor hermoso”.
Cunde entre no pocos, sobre todo en la Iglesia católica, un escepticismo creciente, respecto a la validez de muchas celebraciones del matrimonio y en otros un gran disgusto porque las palabras de fidelidad que se pronuncian son después des-dichas, porque no se promete amor eterno, sino amor con fecha de caducidad, porque quienes se comprometen no responden a quienes son -según la tradición- auténticos sujetos del matrimonio. El “caos del amor”, el “desorden amoroso”, ha llegado a enturbiar las aguas de las celebraciones del matrimonio. ¿Estará también Jesús en ese Caná de Galilea de tantos matrimonios con interrogante?
La actitud atenta y comprensiva de la madre de Jesús resulta admirable en este contexto. Ella sabe muy bien que la fiesta tiene fecha de caducidad. Más todavía, que esa fecha es ya “ahora”: ¡No tienen vino! Pero ese ahora, no corresponde al parecer, con la “hora” de Jesús: “No ha llegado mi hora”. María lo fuerza, para que el momento de carencia, se convierta en el momento de un “vino nuevo y bueno”, que mantenga viva la fiesta.
Jesús no discrimina entre unas relaciones amorosas y otras; no discrimina a las parejas por sus creencias. El celebra su amor, aun siendo consciente, muy consciente de la fragilidad del ser humano. Por eso, pedirá la disposición a perdonar setenta veces siete, a amar como Él nos ha amado, a ofrecer a quienes nos piden una medida remecida, desbordante. Él sabe que todo lo que se desvía, puede ser reconducido. ¡Hasta el agua de lavarse las manos le sirve para transformarla en vino exquisito!
La celebración del matrimonio no es espacio para el miedo, el temor, el presagio de malas noticias. Es, más bien, el momento en el que soñamos lo imposible, pedimos el milagro -como María-. ¡No pensemos en los matrimonios que se rompen, sino en aquellos que a partir de ahora se celebran!
Los matrimonios que celebramos los cristianos son aquellos en los que explícitamente confesamos que “Dios está”, que Jesús es el Invitado de honor, que la madre de Jesús está también. En ellos hacemos “explícito” y “consciente” lo que es el misterio de todo amor humano que entra en Alianza.
Si las alianzas matrimonias celebradas fracasan no es porque se desprecie el matrimonio, sino porque somos seres insatisfechos, insaciables y buscamos la perfección. Sólo en casos de degradación no es así. La búsqueda de un amor “mejor”, más envolvente, que nos saque de nuestra soledad, es el mayor peligro a un matrimonio “acostumbrado”, sin capacidad generadora ni creadora.
La Gloria de Jesús que se manifiesta en todo matrimonio nos habla de creatividad, de capacidad de hacer posible lo imposible. El profeta Isaías nos invita a soñar. La carta primera a los Corintios nos dice que hay carismas para que el amor de alianza no muera.
Todo lo que fracasa tiene solución en las manos de Jesús. Todo sueño de amor tiene futuro si con María se lo pedimos a Jesús.
En nuestro mundo, todo lugar donde se celebra la Alianza del Amor es Caná. Allí está la Madre de Jesús. Allí está Jesús como invitado. El milagro es posible… pero ¡se necesita fe! ¡como la fe de la madre!
(En el día en que celebran su matrimonio mi sobrino Ernesto y Marta. ¡Que pare ellos esta reflexión se haga verdad!).
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