Para entender las formas de vida cristiana es importante clarificar tres categorías teológicas que están a la base de ellas. Éstas son: secularidad, consagración y liminalidad. A veces hay confusión entre nosotros. No se trata de marcar mucho los límites (el afán excesivo por la definición), ni tampoco de confundirlo todo y mezclarlo todo. Se trata de descubrir la identidad y una identidad en correlación, para la misión y la comunión.
1. Todos los seres humanos y, lógicamente, las personas que pertenecemos a la iglesia, estamos llamados a vivir en la historia, en el tiempo. Sólo en ese ámbito podemos ser y desarrollarnos. Tenemos vocación secular. Por eso, la dimensión secular nos es constitutiva, esencial. El lenguaje tradicional, dentro de la Iglesia, habla de “abandonar el siglo o vivir en él”, distingue entre religioso y seglar; esta forma de entender lo secular es restrictiva y discriminante: ¡no todos son seculares! ¡Sólo aquellos que permanecen «en el siglo»! La cuestión, sin embargo, es: ¿es posible vivir «fuera del siglo», fuera de la temporalidad? ¿Se justifica una forma de vida que renuncie a lo más constitutivo del ser humano que es su temporalidad? Es obvio que estas cuestiones sirven únicamente para decir que «secular», «secularidad» –en su uso canónico o socio-eclesiástico– tiene un significado meramente descriptivo, pero no antropológico. No obstante, para evitar equívocos es mejor darle a las palabras su verdadero significado[1].
2. Aunque todos vivimos en la historia y compartimos la vida en el tiempo, sin embargo, la palabra “secularidad” tiene unas connotaciones peculiares en nuestro tiempo. El derrumbamiento de la llamada “trinidad metafísica” («Dios, Hombre, Mundo») ha afectado profundamente al ser humano y su mundo de relaciones. En la nueva visión del mundo y de la subjetividad (tanto individual como social) no hay lugar para el “dios” del viejo paradigma. Su ausencia y marginación de la vida social ha creado un vacío inmenso, incolmable. La secularidad ya no es pacífica, sino que se resiente, porque sin dios es distinto lo humano y lo mundano. A la muerte de dios sigue la muerte del hombre y del mundo. Lo secular, por lo tanto, no es una mera afirmación de la autonomía humana y mundana, sino que tiene características de depuración.
3. Es posible, sin embargo, una secularidad en la que Dios sea radicalmente afirmado. Dios y el mundo, el Creador y su creación no son rivales. La teología de la creación aboga por un profundo respeto por la tierra y por todo el orden creado. Si descubrimos a Dios como diferente es porque fundamenta nuestro ser y, por ello, está en íntimo contacto con nosotros y con el mundo. Somos, entonces, radicalmente seculares y radicalmente de Dios.
4. Hay una secularidad que juzgamos perniciosa para la unidad sagrada del mundo. Es la secularidad del dominio, de la autosuficiencia, del poder destructivo. En cambio la auténtica secularidad lleva más allá de ella misma. Es tras-secular porque conduce hacia los límites del mundo. Es respetuosa y tierna con la totalidad. Actúa como fuerza de solidaridad, de salvación holística. La auténtica secularidad respeta tanto la totalidad, que le confiere carácter sagrado e incluso subjetivo, no meramente objetivo. Se pierde el antropocentrismo dominador para entrar en una interrelación ecológica con el universo.
5. La experiencia de la vida en el reino de Dios y en contexto del Evangelio no pide separarse de la secularidad, sino ratificarla, liberarla de sus laberintos diabólicos, de la vanidad que atenta contra su densidad ontológica. El acontecimiento del reino de Dios es una llamada a colaborar en la nueva creación, a prolongar la encarnación del Hijo de Dios y del Hombre en el locus y en el tempus. La secularidad del reino es especialmente sensible a esa secularidad de los pobres y empobrecidos, que luchan por la sobrevivencia, que no son autónomos sino cautivos, que esperan el adviento de loa liberación. Por eso, los seguidores y seguidoras de Jesús renuncian a la secularidad esplendorosa, para entrar en la secularidad de la kénosis, de la solidaridad, de la liberación. Es una secularidad con “fuga mundi”, entendiendo por mundo, la perversidad hecha sistema.
6. Es posible, por tanto, secularidad y fe en Dios. El creyente está llamado a ser testigo de Dios en la secularidad. No es un contrasentido. El testigo siente a Dios como persona y sujeto absoluto, pero no como rival. También es testigo del Dios ausente. Es guardián del umbral. Revela el ocultamiento de Dios en nuestra historia, en nuestra carne. El testigo indica que en el maximum del ser humano se manifiesta el maximum de Dios. El testigo secular se sabe cautivado y movido por el Misterio.
7. El Concilio Vaticano II aplicó la terminología de la consagración a la forma de vida según los consejos evangélicos, además de referirla, sobre todo, a aquellas formas de vida cristiana constituidas por una acción auténticamente sacramental (bautismo, confirmación, matrimonio, orden ministerial). Hablar de personas consagradas evoca, ante todo, no una ritualidad mágica, sino el hecho de la cercanía de Dios a su pueblo, hasta establecer una alianza con él de mutua pertenencia, alianza ratificada en el nuevo testamento y convertida en definitiva. El hecho de denominar “consagrada” aquella forma de vida que profesa los consejos evangélicos, implica la consolidación de una forma de entender la “consagración”, más allá de lo estrictamente sacramental. Con todo, no puede exagerarse esta denominación, en detrimento de su significado más propio. El lenguaje de la consagración responde, sobre todo, a la convicción de que los creyentes quedamos envueltos y penetrados por una Gracia que nos excede, que nos visita y nos penetra. Gracias a esta condescendencia del Misterio es posible entrar en relación de diálogo sacramental. La consagración no es algo exclusivo de ningún grupo de Iglesia. Pertenece a todo el pueblo de Dios, a la comunidad cristiana. Hay también consagraciones carismáticas que manifiestan la gracia superabundante de Dios que comunica su Espíritu, cuando quiere y como quiere, a sus hijos e hijas para edificación de la Iglesia. El Espíritu crea así contextos carismáticos de consagración.
8. La categoría de liminalidad sirve de mediación entre lo secular y lo sagrado, ahora en nuestro tiempo. Lo liminal es una forma de descubrir la dimensión transsecular de la secularidad y la extensión tangente del misterio en nuestra vida y existencia. Toda persona que ha recibido el don de la fe en Cristo Jesús está situada ante el límite, ante el umbral. Situada ante el límite, el creyente queda capacitado para ver la realidad de otra manera. Cada forma de vida cristiana no es sino una modulación diversa de la liminalidad fundamental de la vida en fe.
Vida Consagrada y Secular
Esta peculiar forma de vida cristiana que es la vida consagrada, a pesar de ser minoritaria, a pesar de depender de la creatividad carismática de algunas personas, es significativa e interpelante. Muchos siglos de existencia explícita en la iglesia demuestran su importancia. Del recorrido de este capítulo se deducen algunas conclusiones importantes:
1. La vida monástica, religiosa y consagrada, es un fenómeno que ha acompañado a la iglesia a lo largo de casi toda su historia. En sus momentos mejores, esta forma de vida aparece con características auténticamente liminales y proféticas. Como todo lo humano, ha estado sometida y lo sigue estando a procesos de crecimiento, culminación y declive, tanto en sus grupos más pequeños como en la totalidad de sus formas históricas. Ante el derrumbamiento del antiguo paradigma religioso, los institutos de vida consagrada se encuentran hoy con un desafío decisivo para su razón de ser: ¿cómo configurar esta forma de vida en sus aspectos de liminalidad y consagración?
2. La vida consagrada en todas sus formas ha ido apareciendo a lo largo de la historia de la iglesia como un modo de existencia liminal, fronteriza, no-convencional. Ha estado sometida a la curva vital que es característica de todo lo humano. En sus formas concretas ha sido una realidad contingente; pero globalmente es una forma de vida que surge carismáticamente en respuesta a la situación de cada tiempo y a las urgencias que se perciben en la sociedad. Como forma peculiar de seguimiento de Jesús, la vida consagrada puede ejercer una función profética y para ello está habilitada.
3. Propio del profetismo bíblico y cristiano es presentar a la sociedad una conciencia alternativa, un modo alternativo de vivir y de actuar. La vida consagrada –en cada una de sus formas– se siente integrada en el profetismo que constituye el ser mismo del Pueblo de Dios y, dentro de él, pone de relieve –de modo especial– la alternativa de la vida según las bienaventuranzas. Ella se sabe constituida desde dos polos: desde la vocación de Dios y desde las pro-vocaciones de nuestra sociedad. De esta manera intenta ser respuesta profética a través de una forma de vida en comunidad célibe, pobres y obediente.
4. La vida consagrada se siente especialmente ligada al seguimiento de Jesús. Pero resalta de un modo especial el seguimiento de Jesús en su etapa profética y liminal. Se sabe especialmente llamada a reproducir el estilo de vida del Jesús, mensajero del Reino, que vivía en comunidad con sus discípulos y discípulas y que no tenía otra preocupación que “lo único necesario”. Distintas facetas del ministerio de Jesús (que enseñaba, que curaba, que oraba, que atendía a los niños, que evangelizaba a los pobres) son re-presentadas por las diversas formas de vida liminal-religiosa.
5. La identidad de la vida consagrada oscila entre dos polos o dos momentos: el monástico y el humanista. En cuanto forma de vida es el resultado de una fuerte experiencia de seducción. Sólo desde ella se explica su liminalidad constitutiva: pasión por el Absoluto, por Dios, por su Reino, por su Misterio. Este polo unifica los diversos aspectos de una forma de vida que, dada su peculiaridad, podría fragmentar a una persona. Por otra parte, surge en esta forma de vida, de forma progresiva, una pasión profética por el ser humano, que la lleva hacia la extroversión misionera y hacia la comunión, especialmente con los más débiles, empobrecidos y necesitados.
6. La vida consagrada en sus variadas formas es una de las primarias y más auténticas expresiones de la función simbólico-transformadora de las minorías en las mayorías. Intenta ser una realización tangible de dimensiones arquetípicas del espíritu humano: movimiento espiritual de elevación, profundización-concentración, itinerario y retorno cíclico. La forma de vida, configurada por los votos de celibato, pobreza y obediencia, está entregada a la realización de valores arquetípicos, que conciernen a todos los seres humanos y se añoran en los niveles más profundos de la conciencia. Las personas que viven esta forma de vida de modo relevante actúan como mistagogos para los demás Su experiencia religiosa les lleva a poner en evidencia, y si es necesario de forma contrastante, determinados valores éticos como la simplicidad y la austeridad, la centralidad de la relación y el encuentro con “lo santo”, la misericordia y la no-violencia, la moderación y el recogimiento, la armonía con el cosmos y la vida en comunión. Por eso, muestra una admirable libertad con relación a las instituciones y las relativizan, a veces, ostensiblemente. Jesús, se convierte entonces para ellos y ellas, en el iniciador de esta forma de vida y en su realizador más perfecto y prototípico.
[1] Lo secular se ha expresado en otras lenguas, diversas a la española, con el término «laico». Se ha hablado de «estado laico», «partidos laicos». Se está diciendo lo mismo. Se hace referencia a la autonomía de las realidades humanas y mundanas.
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Gracias por su reflexión, me ha alegrado mucho