No resulta fácil situarse como discípulos de Jesús en nuestra sociedad. La sociedad de nuestro país se aleja, se distancia de nuestras propuestas y de nuestras comunidades. La juventud es cada vez más “otra”, según nuestra visión de las cosas. Es una juventud crecientemente “no bautizada”. Los adultos han ido configurando su identidad en el estreno de la democracia, en la movida, en el rechazo del dogmatismo, de la religión como sistema e institución. Hay muchos ancianos desencantados con la imagen social de la Iglesia.
Oficialmente seguimos llegando tarde a casi todo. La gente se emociona ante los valores que se expresan en el arte, en la música, en los grandes logros sociales; sin embargo, no se emociona cuando les hablamos de Dios, cuando celebramos su presencia misteriosa en medio de nosotros, cuando les proponemos a Jesús. Nos ven pelearnos a la hora de exponer quién fue Jesús, quién es Jesús. Se interesan por nuestros debates, pero no se emocionan ante Jesús, no logran verlo en nuestras celebraciones masivas, en nuestra ostentación institucional.
Somos una iglesia habitada por temores: miedo y sospecha de herejía, se secularismo relativista, de ética que no se atienen a la naturaleza de las cosas… Cantamos que Jesús es el Señor, que está con nosotros, que su Espíritu llena la tierra, pero después nuestros actos contradicen esas convicciones. Somos nosotros los que tenemos que defender al Señor -impotente para hacerse reconocer y admirar en la tierra-, somos nosotros lo que hemos de llenar la tierra con nuestra presencia mediática y evangelizadora pues, al parecer, el Espíritu está siendo desterrado del mundo.
Somos una comunidad de discípulos y discípulas encerrados en el Cenáculo, que sin experiencia de resurrección, nos proponemos salir a las calles a protestar y expresar nuestro desacuerdo con lo que ocurre afuera.
Jesús no se equivocó. El sueño que dió sentido a su vida -el reino de su Abbá- está ya actuando, el Espíritu ha sido derramado. El reino es discreto. Actúa y sin embargo no ocupa las primeras páginas de la actualidad mediática. Nuestro Dios se está creando un pueblo de hijas e hijos que resulta ya impresionante. Generación tras generación la salvación sigue siendo victoriosa. Son generaciones de seres humanos que -a pesar de las limitaciones de la condición humana- están floreciendo en la Gran Comunidad bienaventurada, que es Cielo, Shalom, Comunión, Amor y Vida.
El Espíritu “ecologiza” el mensaje evangélico. La ejemplaridad de Jesús se sigue mundializando e influyendo consciente o inconscientemente en millones de seres humanos. La presencia misteriosa del Resucitado por medio del Espíritu Santo suscita acontecimientos de liberación allí donde el mal parece tener protagonismo, suscita el Amor allí donde parecía estar ausente. El Espíritu del Señor Resucitado hace que el Reino del Abbá siga viniendo a la tierra y el Abbá pueda cumplir aquí su voluntad, como la cumple en el cielo.
Dejemos al Espíritu realizar su obra. Que el Reino de Dios no encuentre en nuestro “exceso de celo” un obstáculo. Seamos más optimistas, dejemos espacio a la Esperanza. Tengamos alta la moral para que la depresión no se apodere de nosotros.
(martes, 04 marzo 2008)
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